
Daniela Hernández Domínguez · Alumna de la Licenciatura en Mercadotecnia Integral
Caminar por la calle y ver niños vestidos de Spider-Man, abuelitas con faldas largas de poliéster, adolescentes con pantalones que barren el suelo con cada paso, otakus con broches de planta en la cabeza o chicas con tops a la cintura y zapatos de plataforma, todos coexistiendo en el mismo lugar, día con día, simplemente viviendo y conviviendo dentro de los mismos contextos —ya sea en escuelas, hogares, lugares públicos o incluso en redes sociales—, plantearlo de ese modo parece hasta surreal, como si formaran parte de una ensalada donde ningún ingrediente pareciera tener relación.
Aunque no lo parezca, todos tienen algo en común: y es que, a su modo, según su gusto y preferencias, portan moda. Así es, moda. Uno creería que dicha palabra es solo “digna” de usarse para un sector de la población bastante reducido (por no decir privilegiado), pero la realidad es que todos somos partícipes de ella, incluso sin buscarlo, ya que detrás de cada prenda hay un contexto, una historia y una necesidad que dio como resultado la creación de esa vestimenta.
De acuerdo con Google Arts & Culture, en “Moda e identidad” se señala:
“Las prendas, de acuerdo a cómo se portan, se combinan y se llevan, revelan parte de nuestra identidad. Se podría afirmar que la vestimenta —y la moda— es una forma de comunicación propia de los seres humanos, a través de la cual se transmiten gustos y estilos de vida y que, además, proporciona un sentido de pertenencia a un grupo.”
El hecho de buscar identificarse con lo que se viste no es tan glamuroso como suena; es más bien una actividad cotidiana que nos permite sentirnos bien con lo que llevamos puesto, generando un estado de confort. En consecuencia, al estar conformes con ello, podemos inferir que esa elección va acorde con lo que nos agrada. Bajo esta premisa, podemos interpretar que nadie se pondría algo que no considera agradable, cómodo o adecuado a su contexto. Por ejemplo, ninguna de nuestras abuelas vestiría por voluntad propia un top a la cintura con un corte asimétrico en el hombro, ni veríamos a un
ejecutivo usando un pantalón ajustado de vinipiel y una camisa de alguna banda vintage de los 80 en una reunión empresarial.
Usamos lo que consideramos propio, aquello que refleja lo que buscamos demostrar al mundo, ya que el ser humano es un ser sociable que depende, en cierta medida, de la aprobación de su entorno o del grupo al que busca pertenecer.
Como bien señala Ana Laura D’Agostino, el consumo es hoy una forma de construir identidad:
“Se es en función de lo que se tiene y se consume. Las marcas hablan por nosotros.”
Hoy, más que nunca, esa afirmación es casi innegable (si es que alguien logra demostrar que puede ser negada, claro). Las personas ya no compran solo ropa; compran símbolos, emociones, comunidad. Esto nos permite entender que comprar no es solo un acto económico; es una experiencia emocional, simbólica y profundamente social. Puedo afirmar que incluso refleja el contexto histórico, cultural y económico de cualquier parte del mundo.
Tomando en cuenta lo anterior, vemos que la moda es mucho más que una industria billonaria. Es un fenómeno cultural que mueve algo más importante que sumas inimaginables de dinero: mueve personas. Personas que, al encontrar prendas —ya sea ropa, zapatos o accesorios— con las que se identifican, forman estas comunidades que podemos definir como “tribus urbanas”. Posiblemente conozcas a alguien que pertenezca, o haya pertenecido, a alguna de ellas: los emos, los punks de hace 15 años, los cholos de los 90, los rockeros de los 80, los hippies de los 70, los pachucos de los 40, o los chacas de la actualidad.
Son grupos con características muy diferentes entre sí, pero que comparten dos cosas en común: la primera es que todos buscan esa identidad propia, ese algo que hace a cada persona ser quien es, y que grita indirectamente, a través de lo que viste, el orgullo de ser quien es o quien busca ser. Además, muestran fácilmente una parte de su personalidad. La segunda es que posiblemente la mitad de estos grupos sean compañeros de oficina.
Solemos considerar que la ropa y la moda son superficiales, incluso que están dirigidas solo al público femenino o a un estereotipo de personas. Sin embargo, todo el entorno, contexto, historia y vida cotidiana dan origen a esta industria, basada en el deseo humano de mostrar quiénes somos (aun si no lo hacemos de manera intencional). Lo encantador de ser humanos es buscar y encontrar esa diversidad en algo tan simple como un conjunto de prendas.
Ampliemos la perspectiva y veamos más allá: quizá jamás uses una minifalda plateada, unas botas industriales, unos skinny jeans o unos lentes en forma de corazón, una camisa oversize de una banda que nadie conoce, o un broche de plantita, pero que sepas entender que detrás de esos elementos hay personas que los consideran parte de su identidad. Representan la diversidad de ideas, contextos y necesidades que cada quien puede tener.
Porque lo interesante y lo bello (aunque suene romántico) de ser humanos y de vivir, es justamente esa variedad de combinaciones, ideas, texturas, cortes y tamaños. Es buscar y encontrar algo tangible para representar algo que no podemos demostrar en segundos. Y eso lo logra la ropa: mostrar, con un simple vistazo, nuestras ideas, creencias y gustos.
Quizá todo lo anterior nos dé la respuesta de por qué hay personas que se molestan si ven a alguien usar una camisa de Nirvana y hacen la típica pregunta de: “A ver, dime cinco canciones de ellos” (tema del que hablaremos a detalle en otra ocasión); o por qué un aficionado al béisbol se indigna cuando alguien usa una gorra de los Yankees de Nueva York; o por qué la prima aesthetic de la familia, que usa los blazers de su papá con una blusa de cerezas, te dice que “no entiendes la vibra”.
Somos lo que consumimos, así que lo mejor que se puede hacer es llevar lo que se viste con orgullo y encontrar, dentro de tantas posibilidades, tu identidad. Y si con el tiempo esta evoluciona, la enorme industria de la moda también lo hará, y de la mano, la sociedad en la que vivimos.