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El bastón de mando

Por 19 octubre, 2021Líderes de Opinión

Mtro. Miguel Camarena Agudo, Proyectos Sociales y Religiosos • Plantel Guadalajara

 

“El pueblo da poder a los símbolos. Solo, un símbolo no significa nada, pero con bastante gente… puede cambiar el mundo”.

                                                                                                           V de Vendetta

 

 

En México, como en todo el continente americano, durante los últimos 500 años los pueblos indígenas u originarios han sido víctimas del saqueo y el genocidio. Nada más durante las colonias europeas (300 años aproximadamente) murieron 80 millones de indígenas por violencia y enfermedad, según contaba Darcy Ribeiro, esto sin contar a las comunidades de esclavos traídos del África. La relegación política, económica y social de dichos pueblos, no ha dejado de suceder en gran parte de nuestro continente y México no es la excepción de ello.

Al día de hoy, a inicios de un nuevo siglo y en los albores de un nuevo milenio, los nombrados pueblos originales siguen padeciendo de vejaciones, tales como, racismo, exclusión, represión, maltrato, pobreza, etc., además de muchas otras injusticias que milagrosamente no los han llevado a la desaparición, sino por el contrario, tales condiciones los han llevado resistir y a manifestarse (en el caso concreto de nuestro país) en contra del orden establecido, al grado de haberlos orillado a tomar las armas en el pasado reciente, como sucedió el primero de enero de 1994 en el estado de Chiapas con el movimiento Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).

Pero a diferencia de lo sucedido con los anteriores gobiernos mexicanos, el pasado primero de diciembre en el marco de cambio de poder, ocurrió algo distinto. El presidente Andrés Manuel López Obrador recibió de manos de los representantes de las 68 comunidades indígenas y afromexicanas el Bastón de Mando, en símbolo de reconocimiento y apoyo al nuevo dirigente de la nación. Este hecho histórico, cargado de un gran valor y contenido simbólico, es inédito en nuestro país e incluso, de una singularidad solamente compartida en el mundo, por tres mandatarios más: Evo Morales de Bolivia, Rafael Correa de Ecuador y Juan Manuel Santos de Colombia.

La ceremonia de entrega del Bastón de Mando se situó en Zócalo de la Ciudad de México en medio de un ambiente místico y religioso. Dentro de este evento, hubo varios momentos importantes a resaltar. El primero de ellos fue el ritual de purificación y limpia espiritual que hicieron los autonombrados médicos tradicionales al licenciado Andrés Manuel López Obrador y al pueblo de México. El segundo fue una oración hecha por los encargados de la ceremonia, donde se invocó al corazón de la tierra y al corazón de cada uno de los cuatro elementos: tierra, agua, viento y fuego. Además se pidió la ayuda a los abuelos guardianes, a la fuerza del universo y a la Virgen de Guadalupe madre de México y de los mexicanos para la construcción de un nuevo comienzo. Y el tercero fue la entrega de objetos sagrados, incluyendo un crucifijo para la protección del nuevo presidente. Todas las expresiones y rituales contenidos en la ceremonia, son muestras de lo que Edgar Morín nombró alguna vez como mestizaje cultural y genético; cuya historia en nuestra América Latina, a pesar de lo doloroso que fue, le ha dado su enorme riqueza y diversidad humana. Riqueza y diversidad hoy erosionada por un proceso de globalización hegemónico y homogéneo.

Retomando el hilo del culto suscitado, el mensaje de los indígenas estuvo cargado de un misticismo y de humanismo sincero, se dirigió a la necesidad de retornar a nuestros orígenes, al sentimiento de hermandad, a la comprensión de la vida, a la comunión con la madre tierra, a la pureza, a la construcción de un México armonioso y a la reconciliación del país. También hicieron una declaración de índole política y social referente al significado del Bastón de Mando, símbolo del apoyo y de compromiso por parte de las comunidades indígenas y afromexicanas al nuevo gobierno y, a la vez, símbolo de las obligaciones y responsabilidades que para con ellos el presidente debe tener. Su consigna fue clara: mandar obedeciendo al pueblo y el ser tomados en cuenta en los planes de gobierno en los próximos seis años.

El ceremonial de entrega del Bastón de Mando, lejos de cualquier interpretación desdeñosa, trivial o mal intencionada por parte de aquellos opositores al nuevo gobernante, e incluso lejos de la controversial y polémica que el mandatario ostenta, nos remite de alguna u otra manera a lo dicho por Erns Cassirer acerca de nuestra propia condición humana y su relación con los símbolos:

“El hombre no vive solamente en un puro universo físico sino en un universo simbólico. El lenguaje, el mito, el arte y la religión constituyen partes de este universo, forman diversos hilos que tejen la red simbólica, la urdimbre complicada de la experiencia humana. El hombre vive, más bien, en medio de emociones, esperanzas y temores, ilusiones y desilusiones imaginarias, en medio de sus fantasías y de sus sueños”.

Ahora bien, independientemente de la polarización que ha existido en nuestro país, de las diferencias políticas, sociales, económicas, étnicas y de las tantas divisiones culturales imperantes, debemos considerar como un símbolo importante la inclusión de los pueblos indígenas y la comunidad afromexicana en un evento de esta índole e importancia, así como el mensaje de confianza y esperanza de aquellos que han vivido durante varios siglos bajo el yugo de la llamada civilización y al margen de los proyectos gubernamentales del pasado. Es imprescindible ser conscientes que la responsabilidad y el trabajo para la edificación de un mejor futuro, de un mundo donde quepan muchos mundos, no es una tarea exclusiva de quienes representan el poder político y económico (cuyos ejemplos de fracaso e ineptitud tenemos a mansalva), sino, de cada uno de nosotros, en cada una de nuestras funciones como miembros de la sociedad.

 

“Canek dijo:

El futuro de estas tierras depende de la fusión de lo que está dormido en nuestras manos y de lo que está despierto en las de ellos. Mira a ese niño: tiene sangre india y cara española. Míralo bien: fíjate que habla maya y escribe castellano. En él viven las voces que se dicen y las palabras que se escriben. No es ni de la tierra ni del viento. En él la razón y el sentimiento se trenzan. No de abajo ni de arriba. Está donde debe estar. Es como el eco que funde, con un nuevo nombre en la altura del espíritu, las voces que se dicen y las voces que se callan”.

        

                                                                                                           Ermilo Abreu Gómez

 

 

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