El acto lector en los adolescentes: Estamos pagando el precio del vértigo

Carlos A. Lara González · Analista de la comunicación y la cultura. Alumni de la Licenciatura en Ciencias y Técnicas de la Comunicación, UNIVA Guadalajara. Premio Santiago Méndez Bravo al Comunicador del Año 2022.

Desde inicios del presente siglo experimentamos una dinámica en la que el cambio ya no es más un tránsito hacia un nuevo orden, sino una condición permanente de algo que carece de orden. Donde la flecha del tiempo, ya no tiene punta, como bien señala Zygmunt Bauman. El tiempo ahora depende de la tecnología, vivimos en modo on live (permanentemente conectados), por tanto, el denominado “nuevo” orden es también permanentemente digital. Los cambios aquí son vertiginosos, descolocados, emotivos, sensoriales y por ello, imperceptibles.

En la Atenas del siglo V a.C., Sócrates revolucionaba la enseñanza de la filosofía, cautivando al mismo tiempo a un selecto grupo de discípulos, mediante un novedoso método de argumentación basado en el diálogo. Método que comportaba un gran esfuerzo mental. Precisamente por eso condenó el paso de la oralidad a la escritura. Pero esa ha sido la constante en el desarrollo de la humanidad. Ocurrió lo mismo con los pensadores del siglo XVI quienes atestiguaron la transformación de la cultura con la aparición de la imprenta y más adelante fue la televisión, los medios audiovisuales y el soporte digital.

Hubo una generación que aprendió a leer en voz alta hasta los puntos y las comas. Que escribió a mano (letra manuscrita y de molde). Otra que aprendió a escribir en una máquina, una más que se inició en la escritura en una computadora y posteriormente utilizó los pulgares. La primera de estas utilizaba partes del cerebro muy distintas a las que utilizan los nativos digitales. Sin embargo, hay algo que considero no debería cambiar, y es la pasión por enseñar y el compromiso por saber. Un proceso requiere orden y disciplina, ya que enfrenta al mundo audiovisual que suele adormecer la racionalidad. Aquí, quienes se dedican a la enseñanza deben entender el sentido de la inmediatez y la impaciencia en las nuevas generaciones. Saber leer educa en la paciencia, mientras que ver imágenes educa en la impaciencia. Ser conscientes de que ante un texto escrito el lector sólo encuentra gratificación si hace el esfuerzo de descifrar unos signos abstractos y nada gratificadores, como bien señala el pedagogo Joan Ferrés, quien afirma que se les exige un placer postergado, condicionado a un esfuerzo previo y a la capacidad de espera. En tanto que al espectador audiovisual, se le ofrece un placer inmediato que no le exige esfuerzo, pues la decodificación de los signos es casi automática. La satisfacción es instantánea y el placer constantemente renovado. Por tanto, es necesario ejercitar la paciencia y aminorar la obsesión por lo inmediato, para no recrear los hemisferios en lugar de estimularlos. No son pocas las escuelas que han optado por mostrar en lugar de explicar. Decía Alfonso Reyes que escribir era poner en orden los sentidos. Pues bien, tanto el acto lector como la escritura precisan un orden similar.

Existen en el mercado diversas aplicaciones que poco o nada aportan a la enseñanza en los adolescentes. No es propiamente el caso de Hooked, que tiene millones de seguidores a los que ofrece breves obras de ficción en formato de mensajes de texto. Aquí por lo menos leen. Aprovecha la forma en que están siendo formateados por la tecnología, para ofrecerles historias que pueden descargar y leer como si estuvieran leyendo mensajes de WhatsApp. Medios especializados en tecnología suelen promoverla como “la App que tiene a millones de jóvenes leyendo”. Otra de reciente aparición es Speechify, con la que ya no es necesario leer, pues convierte el texto en audio. Basta tomar una fotografía al texto y la aplicación se encarga de leerlo en diferentes tonos de voz y velocidades. Su publicidad muestra a un adolescente en su habitación, en pijama haciendo pesas mientras escucha lo que ha fotografiado. Hay que decir que el chico está en Modo Duente, palabra que el Diccionario Oxford ha seleccionado como la del año 2022. Se trata de un estado de ánimo, secuela del confinamiento provocado por la pandemia, que exalta y diviniza la pereza. Una muestra de la penetración de la tecnología en los hogares y la domiciliación de servicios y contenidos; un fenómeno que va modificando los hábitos de consumo y los códigos de conducta. Por eso es que los jóvenes, dice José Antonio Marina, ya no se parecen a sus familias o familiares, hoy se parecen a sus generaciones, con quienes comparten estos mismos hábitos.

Lo anterior fomenta una comunicación tecnológicamente rica sí, pero humanamente pobre, como bien apunta Dominique Wolton. Poco aporta al proceso de enseñanza-aprendizaje, donde se requiere honestidad intelectual, paciencia y regulación de la inmediatez. Considérese que los propios desarrolladores tecnológicos reconocen que los ingenieros al mando de las plataformas y redes socioculturales más importantes del mundo, no están formateados para resolver dilemas éticos. Algunos de ellos ya están sumando a sus equipos de trabajo, además de perfiles técnicos, filósofos, politólogos y artistas.

Hace cinco años el Colegio de México editó La historia mínima de México del maestro Daniel Cosío Villegas como cómic para adolescentes. Después supe que un centro cultural extranjero valoraba la idea de producir ese cómic en videocómic. No sé si sepan, pero ¡esa historia de México ya era mínima! Las instituciones educativas y culturales no pueden doblar los brazos de esa manera. Suficiente tenemos con el hecho de que las nuevas generaciones ya no están siendo formadas por las instituciones del Estado, sino por el mercado, a través del desarrollo tecnológico de aplicaciones. Educadas desde la impaciencia, desde lo dinámico, desde la potenciación de lo emotivo y la fascinación de lo sensorial. No puede leerse desde la prisa, como tampoco pensarse desde la urgencia. En el ámbito educativo y muchos otros más, estamos pagando el precio del vértigo. Esta tendencia, si bien es irreversible, puede ser por lo menos revisable en las aulas. La administración digital del mundo, no debe llevarnos directo al desarrollo de una humanidad aumentada, en términos de Éric Sadin, sino a la conquista de una humanidad sustentable. De un equipo humano como sugiere Douglass Ruskoff, al ver que ya no somos valorados por nuestra creatividad, sino por nuestros datos. Por lo que propone utilizar la tecnología para construir un futuro centrado en nuestros valores predigitales de conexión, creatividad y respeto.

Dicha apuesta tendrá que afrontarse desde la neuroeducación, a partir de la inmovilidad y la quietud con un enfoque co-educativo. Asumiendo que los profesores y las instituciones públicas no son los únicos agentes educativos de las nuevas generaciones.