Dr. Fabián Acosta Rico • Docente-Investigador UNIVA Guadalajara
El mundo está cada vez más devastado por la contaminación y la sobre explotación de los recursos naturales. La cuántica posibilidad -como en la película Interestelar (2014)- de dar con una segunda tierra en un universo paralelo, parece poco menos que una fantasía de ciencia ficción.
Pero hay alternativas; por qué no soñar con la creación de una realidad virtual que a través de tecnología inmersiva haga desaparecer nuestro entorno material y nos traslade, con visores de realidad virtual, a un mundo digital donde podamos llevar existencias idílicas plagadas de emociones y aventuras (bienvenidas las nuevas drogas tecnológicas). No hay que esperar a la muerte para ir al cielo; porque no recrearlo tecnológicamente y dejarlo al alcance de nuestra capacidad monetaria. Sería el eléctrico y divino sueño inducido por máquinas de un futuro no tan distante para quien pudiera, de momento, pagar.
Mark Zuckerberg, el visionario CEO y creador de Facebook, en el podcast de la aplicación estadounidense The Verge declaró que planea crear un metaverso, siendo éste para nuestro actual desarrollo tecnológico, un proyecto plausible; sí, pero a mediano plazo, cosa de unas décadas. Ver hacía el mañana es la virtud de quienes trascienden; resulta fácil entrever que la intención de Zuckerberg es renovar y catapultar su red social al siguiente nivel en la escala del progreso tecnológico. Las redes sociales son lo de hoy; el metaverso es el mañana.
El concepto metaverso lo acuñó Neal Stephenson en su novela Snow Crash y ha sido el tema de series como Black Mirror en su capítulo Uss Callister y de animes tan afamados como Sword Art Online. La idea de trasladarnos a través de un ego-digital o avatar a una recreación por computadora de la realidad montada en el ciber-espacio, ya está presente en el imaginario cultural sobre todo de los más jóvenes. Tomemos el caso del gamer o del jugador apasionado de videojuegos, quien comúnmente, reparte su tiempo entre su afición y el mundo real dedicándole generosas horas de su día a juegos tan adictivos como Fortnite de la empresa Epic Games. ¿Qué vendrá después en el futuro de este homo-gamer? Si le creemos a los muchas veces acertados presagios de la ciencia ficción, quizás se cumpla lo descrito por la novela y película Ready Player One (2018) de Steven Spielberg; su trama versa sobre como legiones de jugadores avatáricos del año 2045, resuelven su existencia en la realidad virtual más que en su marchitada y distópica sociedad.
Habría que ver los pros y los contras de esta emergente tecnología: si como lo contempla Zuckerberg, está la posibilidad de tener reuniones virtuales más interactivas que las videollamadas actuales; imaginemos la posibilidad de realizar juntas o tomar clases en espacios virtuales o viajar a mundos digitales a través del dilatado metaverso. No obstante, podría ser la intensidad y fascinación de la experiencia de lo virtual un factor enajenante que desconecte de su mundo real a estos inmersivos cibernautas. La película El Congreso (2013) advierte como al quedar atrapados en el embrujo de la virtualidad podríamos desentendernos incluso de nuestros propios cuerpos, no se diga del planeta. Es decir, estaría presente la tentación de querer permanecer todo el tiempo en nuestro cielo o paraíso digital donde todas las funciones y aspectos de nuestras vidas estarían recreados, pero sin las eventualidades y desatinos de la realidad ordinaria. Todo estaría controlado por super-computadoras operadas por inteligencias artificiales.