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Camino de discípulos

Por 19 octubre, 2021Líderes de Opinión

Pbro. Mtro. Aurelio González Rosales • Director de Educación Media Superior

 

El programa cuaresmal sigue una dinámica y proceso, un camino que nos motiva y nos lleva en ascenso como a la cima de una montaña; pronto llegaremos a la cruz y a la nueva vida pascual. Este ascenso nos puede convertir en auténticos discípulos de Jesús, y es también la liturgia y su Palabra que llevan ese ritmo y continuidad.

El domingo pasado nos encontramos con la parábola del hijo pródigo y el padre entrañable, parábola del amor que redime y devuelve a la vida. Ahora, en este quinto domingo de Cuaresma se nos narra la historia de la mujer adúltera, es como otra parábola de una hija pródiga, frente a sus hermanos mayores, los aparentemente puros y cumplidores del Mandamiento, que no sólo la quieren expulsar de la casa, sino que piden su muerte frente a Jesús, imagen del Padre amoroso y misericordioso. Sigamos aprendiendo el camino de ser discípulos.

Una primera mirada a la persona de Jesús. Aprender de Jesús

El texto está perfectamente delimitado para hacer un primer acercamiento de contemplación a la persona de Jesús. Jesús se retira al monte de los Olivos, ¿qué tantas cosas hace? Seguramente muchas, entre ellas hace silencio y oración; y al amanecer, se presenta de nuevo en el Templo para enseñar. El silencio y la oración le preparan, le fortalecen y se siente acompañado e iluminado por el Padre. Si queremos ser discípulos, podemos aprender este buen hábito de Jesús para la tarea y jornada de cada día: el silencio y oración constantes para ser sabios discípulos.

Una condenada, muchos acusadores y un corazón misericordioso. Jesús enseña: “todos necesitamos el perdón”

La escena es muy dramática, la vida de la mujer pende de un instante, una palabra, una acción inicial. Hay una acusada, pero hay también un cómplice culpable, probablemente hasta más, pero oculto. Hay acusadores, que resultarán al final, también culpables ocultos. Y está Jesús con la fuerza y sabiduría del silencio y oración, rostro del Abbá que se enternece profundamente por una hija o hijo pecador que se arrepiente.

A los acusadores no les interesan ni el hombre oculto, desconocido y huido, ni la mujer que tienen delante, sólo quieren ocasión para acusar a Jesús y le ponen la trampa de la Ley. Traen piedras y quieren primero arrojárselas a Jesús. Los acusadores cargan su pecado, la mujer y el hombre huido cargan el propio; Jesús carga el perdón de Dios para quien lo necesite.

Jesús es siempre genial. No dice nada ni quiere entrar en su juego tramposo. Jesús calla y comienza a pensar su estrategia como invitación a recibir el perdón para quien lo quiera recibir y lo escribe en el suelo. Jesús guarda silencio. Nos invita a hacer silencio y a mirarnos por dentro y vernos necesitados de su perdón. ¿Escribió con su dedo los diez mandamientos como hizo Dios en el Monte Sinaí?, ¿escribió los nombres de los acusadores y sus pecados? Uno ladrón, otro mentiroso, otro asesino, otro difamador…

Mientras Jesús escribía, ellos insistían en su absurda pregunta. Cuando Jesús terminó de escribir, se incorporó y les dijo: “El que esté sin pecado que tire la primera piedra”. Y empezando por el más viejo todos comenzaron a irse. Nadie es santo frente a Dios, nadie está libre de pecado, nadie puede tirar la primera piedra, nadie, ninguna persona, ningún grupo en la Iglesia puede presumir de cumplir, de no tener pecado, de no tener por qué arrepentirse.

Sólo Jesús, el hombre sin pecado y de las manos limpias, podía haber lanzado la primera piedra y haber cumplido la Ley del Deuteronomio 22,22. Pero no lo hizo, Jesús escribió una ley nueva y nos dio una nueva interpretación de la ley. Con Jesús llegó la hora de la nueva ley, la del perdón incondicional de Dios, la ley del amor. No vino a condenar a nadie sino a salvar a todos porque todos necesitamos el perdón.

Los acusadores desaparecidos, no aceptaron la invitación de perdón que Jesús ofreció, entonces la mujer se encuentra sola frente al Santo y Justo, el que siempre da la cara, el que nunca se aleja de los que ama. “Mujer, ¿nadie te ha condenado? Yo tampoco te condeno, vete en paz y no peques más”. Qué diferencia tan grande entre encontrarse con Jesús y encontrarse con los acusadores humanos, los guardianes de la Ley. Jesús perdona, anima y abraza; los que siempre acusan, llenos los bolsillos de piedras, nos las arrojan, nos excomulgan, nos cierran las puertas, nos ponen etiquetas, nos desprecian. Es mucho mejor caer en las manos de Dios que en las manos de los hombres.

Sigamos ascendiendo como verdaderos discípulos: experimentemos el perdón de Jesús y ofrezcámoslo a todos

En estos tiempos, la Iglesia entera estamos viviendo una travesía llena de turbulencias, más que santa es pecadora de la cabeza a los pies, es la adúltera cuyos pecados son exhibidos desde todas las terrazas del mundo. Pecados que nos humillan, nos avergüenzan y nos invitan más que nunca a la conversión personal y eclesial.

En esta semana cuaresmal, hagamos la prueba y veremos qué bueno es el Señor con cada uno de nosotros, y una vez experimentado el amor misericordioso de Dios, acerquemos a muchos otros que siguen cargando el peso grande de sus faltas y piensan que no hay quien les pueda quitar esa condena.

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