Mtro. Miguel Camarena Agudo • Encargado de corrección y estilo del Sistema UNIVA
El hecho de que, como todo el mundo, pudiéramos vivir un infierno y que, con el corazón encogido de rabia a medida que el sufrimiento arrasaba nuestra existencia, acabáramos de descomponernos, en el tumulto del temor y del horror que la muerte a todos inspira, no se le pasaba siquiera por la mente a nadie en aquel lugar.
– Mauriel Barbery
Hay momentos en que todo se acumula, en que silenciosamente algo va creciendo, para después de un golpe manifestarse abruptamente. Realidades que están ahí, ocultas ante los ojos pocos atentos o las sensibilidades poco desarrolladas, y que no por esa ceguera e insensibilidad, éstas dejan de tener existencia propia. Pero un día estas realidades nos miran de frente y su fealdad hace que nuestra confianza o fe en lo humano se tambaleen. Porque una cosa es el aburguesado concepto de felicidad y éxito, que bien confeccionado y publicitado está, y otra el determinismo social o económico, el cual funge como yugo sobre la voluntad de millones. Este determinismo donde el “quiero” no es una opción sino una maldición.
Ahora bien, aparte de la violencia estructural padecida por un amplio sector de la población, existe otra forma de violencia, la llamada cultural (clasismo, racismo, sexismo, machismo, etc.), la cual le suma al resentimiento y a la frustración. Y ésta también contribuye a que un día, tarde que temprano, se dé un incidente de violencia, confrontando a los grupos implicados. Porque casi siempre un acto brutal de violencia (directa) nos cuestiona sobre la salud mental de nuestra sociedad. Nos hace ver el tamaño del tumor o la gravedad de la enfermedad y principalmente nos responsabiliza de alguna u otra forma. Porque las diferencias salen a relucir y la lucha por reducir los privilegios de unos sobre otros, también.
Los políticos en turno, en el papel de mediadores, recurren a los oxidados clichés de siempre cuando hay un caso extremo de prepotencia o abuso de autoridad, hablan del “peso de la ley”, la siempre futura “justicia” o “el ir hasta las últimas consecuencias”; pero estas frases sólo son fórmulas o paliativos para intentar calmar la rabia colectiva, en lugar de prometer obviedades y reprimir con más fuerza policial, deberían apostar por ir hasta las “primeras causas” y emprender acciones concretas.
Pues, el actual orden y estado de las cosas se fundamenta en la injusticia y la desigualdad, esa es una verdad, las ciudades se han convertido en manicomios donde todos vamos contra todos y un diminuto grupo de personas dictan las leyes, y además viven con una obscena cantidad de privilegios, gracias al usufructo del trabajo de otros; mientras un amplio margen de la población vive al día, apretando todo el tiempo puños y dientes. Pero, aunado al enfado que produce la explotación y la impunidad con que se conducen las personas en el poder político y económico, hoy tenemos signos claros de un malestar social, de una rabia y un cansancio. Síntomas inconfundibles de que algo lleva mucho tiempo pudriéndose. La muerte de Giovanni López y de George Floyd en manos de policías, destapó una cloaca social e hizo apoderarse de las calles a miles de indignados, a pesar de la pandemia. De alguna u otra manera esto tiene sentido, mi abuela decía que el valiente es hasta que el cobarde quiere, lo cual significa que el miedo es susceptible de convertirse en rabia; por lo que estas manifestaciones tienen su justificación, porque si uno se pone a pensar, ¿qué garantiza que a mí no me suceda algo así, a mis padres, hermanos o amigos? Blancos no somos, ni ricos (esto no quiere decir que estas personas estén exentas, la proporción en que sucede es el tema). Entonces, o te quedas a esperar que te suceda a ti o sales a denunciarlo, siempre y cuando estés dentro del grupo vulnerable.
Es una desgracia que vivamos en un mundo donde, en general, el trato otorgado por los otros dependa de tu color de piel, apariencia, lugar de nacimiento, estatus económico, preferencia sexual, género, profesión, oficio, etc., es una desgracia que tus posibilidades de realización personal y expectativa de vida dependan de esas diferencias, las cuales además nadie eligió, en algunos casos, según tengo entendido. Seguramente si George Floyd hubiera sido blanco estaría vivo y si Giovanni López hubiera vivido en Puerta de Hierro, también seguiría con vida o por lo menos no hubieran muerto a la edad ni de la forma en que todos ya conocemos.
Por último, quisiera relatar brevemente algo que me contaron hace unos días. Un niño de siete años, después haber visto el video donde el policía presiona con la rodilla el cuello de George Floyd, fue con su madre a la habitación donde ella estaba y le preguntó, si a él le podía pasar lo mismo por ser moreno. La madre se le quedó mirando y en silencio, según me contaron.