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Yamilet Sotelo Jacobo · Estudiante de bachillerato, UNIVA Puerto Vallarta 

Desde que tengo memoria, he navegado por estos vastos océanos. Soy un tiburón blanco, una de las criaturas más temidas y malinterpretadas del mar. Mi hogar es un reino de corrientes, arrecifes y abismos, donde la vida y la muerte están en constante danza. Los humanos me capturan y utilizan mi carne como fuente de proteína en China y Hong Kong. Mis aletas son altamente valoradas, llegando a costar hasta 1,000 dólares el par. Esto me entristece profundamente, ya que me ha llevado al borde de la extinción. Además, la falta de alimento y la contaminación que arrojan los humanos al océano me afectan directamente, pues lo consumo al vivir en este entorno. Hoy es un día como cualquier otro. 

El sol penetra las aguas, creando un juego de luces y sombras en el fondo marino. Patrullo mi territorio, moviéndome con la gracia y la fuerza que solo nosotros, los tiburones blancos, poseemos. Mis sentidos están agudizados, detectando cada pequeño movimiento y olor en el agua. De repente, algo diferente capta mi atención: un sonido extraño, un zumbido sutil que no pertenece a este mundo. Me acerco con cautela, moviéndome con la precisión que la evolución me ha otorgado. Lo veo: un objeto metálico que desciende lentamente y, dentro de él, unas figuras desconocidas. Son humanos, seres curiosos y frágiles que, aunque rara vez encuentro, siempre me intrigan. 

Me acerco más, y puedo sentir sus latidos rápidos y nerviosos, resonando a través del agua. Están protegidos por una jaula, una barrera que los separa de mi mundo. Aun así, siento su temor y fascinación. Para ellos, soy un depredador temible, una amenaza constante en su imaginación. Pero para mí, ellos son solo una curiosidad pasajera. Mis ojos, negros y profundos, los observan detenidamente. 

Veo el reflejo de sus rostros, sus expresiones llenas de asombro y miedo. No tengo intención de atacarlos. Hoy no tengo hambre, y además, los humanos no son mi presa habitual. Prefiero peces grandes y focas, que me proporcionan la energía necesaria para sobrevivir. Me acerco lentamente a la jaula, moviéndome con cuidado para no asustarlos más de lo necesario. Sus ojos se abren de par en par cuando mis dientes asoman. Mis dientes, afilados y poderosos, son herramientas de supervivencia, no de terror. 

Cada uno de mis dientes tiene una función específica, perfeccionada a lo largo de millones de años de evolución. Nado alrededor de la jaula, inspeccionándola desde todos los ángulos. Los humanos dentro están asombrados, probablemente pensando en todas las historias y mitos que han escuchado sobre nosotros. Pero no soy un monstruo. 

Soy un depredador eficiente, una parte esencial del ecosistema marino. Sin nosotros, el equilibrio en el océano se rompería. Tras unos minutos, decido alejarme. Tengo otros lugares que explorar. Mientras me alejo, siento una conexión extraña con esos humanos. A pesar de nuestras diferencias, ambos compartimos este vasto y misterioso planeta. Ellos me observan desde su mundo, y yo los observo desde el mío. Tal vez algún día comprenderán que no somos enemigos, sino compañeros en este viaje por la vida. Continúo mi patrullaje, sintiendo la fuerza de las corrientes y el pulso del océano a mi alrededor. Hoy he tenido un encuentro con una especie diferente, una que me teme y me admira al mismo tiempo. 

He aprendido rápidamente a cazar, perfeccionando la habilidad de moverme sin ser visto, acechando a mi presa con precisión y paciencia. Mis sentidos son agudos, capaces de detectar el más mínimo movimiento en el agua, y mi velocidad, una vez en acción, es inigualable. Cada músculo de mi cuerpo está diseñado para la caza y la supervivencia. Los humanos me llaman «monstruo», «depredador implacable». Ven en mí una máquina de matar, pero ¿qué saben ellos de mi vida, de mis luchas y de las maravillas y peligros que enfrento cada día? 

Solo ven mi sombra bajo las olas y el destello de mis dientes afilados. No aprecian la elegancia de mis movimientos, la inteligencia detrás de cada ataque ni la majestuosidad de mi existencia en este mundo submarino. El océano es mi hogar, y en él soy libre. No hay jaulas que me contengan, ni fronteras que limiten mi dominio. Sin embargo, el océano también es un lugar lleno de desafíos. Debo estar siempre alerta, pues, aunque soy un depredador formidable, no soy invencible. Otros cazadores, la contaminación y la interferencia humana son amenazas constantes. Mi vida es una lucha por mantener el equilibrio en un mundo que cambia rápidamente. 

Los humanos, con sus barcos y redes, a menudo perturban mi hábitat. He visto compañeros atrapados, heridos por hélices o enredados en plásticos. Siento una profunda tristeza por la falta de comprensión y respeto hacia el océano y sus habitantes. Nosotros, los tiburones blancos, desempeñamos un papel crucial en el ecosistema marino. Mantenemos el equilibrio, controlamos las poblaciones de otras especies, asegurando la salud de nuestros mares. Ojalá los humanos entendieran que no somos sus enemigos, sino parte de un mundo que también les pertenece y que debe ser respetado. 

Cada vez que veo una sombra humana en el agua, no es el hambre lo que me impulsa, sino la curiosidad. ¿Quiénes son estos seres que tanto temen y destruyen lo que no comprenden? En mi vida he presenciado la indescriptible belleza de los arrecifes, el esplendor de los cardúmenes de peces y la majestad de las ballenas migrando. Mi vida, aunque solitaria, está llena de momentos de asombro. El océano es un lugar de vida y misterio, donde cada ser, grande o pequeño, juega un papel esencial. Soy el tiburón blanco, una criatura nacida para reinar en las profundidades, no un monstruo, sino un guardián del equilibrio marino. 

Mi existencia es una celebración de la vida en su forma más pura. He visto cómo los humanos se aventuran más en mi mundo, en busca de aventuras. Algunos vienen con miedo, otros con fascinación, pero todos con una historia en mente. Lo que quiero que sepan es que yo también tengo miedo. Las redes de pesca, la contaminación y el cambio climático me afectan. Mis compañeros y yo estamos en riesgo. 

Así que, la próxima vez que piensen en mí, no me vean como un monstruo. Soy un ser vivo, con un papel vital en el vasto océano. Respetémonos mutuamente y tal vez, algún día, las historias que cuenten sobre mí serán de admiración y respeto, no de miedo ni malentendidos. 

 

 

Referencias 

De Brian J Skerry, F. (2017, 9 noviembre). El legendario gran tiburón blanco es mucho más temible en nuestra imaginación que en la realidad. Aquí tienes los datos básicos del depredador más grande del mar. National Geographic. https://www.nationalgeographic.es/animales/tiburon-blanco 

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