
Itzel Alejandra López Castro y Valeria Alessandra Candelario Radillo · Estudiantes de la Licenciatura en Médico Cirujano, UNIVA Guadalajara
Octubre 2021, mujer de 21 años acude a consulta ginecológica en el estado de León, siendo esta su primera vez.
Al llegar al centro de salud, la paciente explica a la enfermera el motivo de su visita. Tras escucharla, la enfermera considera que lo mejor es que sea atendida por un especialista, derivándola al ginecólogo disponible. La cita ocurre en plena pandemia, cuando aún se implementaban estrictos protocolos sanitarios, por lo que la paciente se ve obligada a entrar sola al consultorio, dejando a su madre y abuela en la sala de espera.
La exploración comienza. Al ser su primera consulta ginecológica, la paciente no sabe qué esperar ni tiene claridad sobre lo que es habitual en este tipo de procedimientos.
A medida que avanza la consulta, la incomodidad de la paciente aumenta debido a las preguntas que el médico le hace mientras la explora: “¿Si sigo con este movimiento crees poder llegar al orgasmo?”, “¿Esto te gusta?”, “¿Se siente bien?”. La paciente responde rotundamente que no, pero el médico ignora sus respuestas. Más tarde, aplica más gel lubricante y le indica que cambie de posición, bajándola de la camilla y pidiéndole que se coloque de espaldas a él. En esta nueva posición, el médico introduce sus dedos mientras continúa con comentarios y preguntas de carácter lascivo. Pese a las claras expresiones de incomodidad de la paciente, el médico prosigue con el examen, manteniendo la puerta cerrada y el ambiente bajo su control.
Tras 22 minutos, el examen finaliza. El médico le pide a la paciente que se vista y le entrega el volante médico. Este testimonio, recuperado del periódico El País, expone una realidad difícil de afrontar: los abusos de confianza y poder en espacios donde las personas deberían sentirse seguras y protegidas.
Lejos de ser casos aislados, este tipo de situaciones son más comunes de lo que se piensa, pero muchas veces permanecen en silencio por el temor de las víctimas a enfrentarse a figuras de autoridad o a un sistema que tiende a ignorarlas. Los derechos de las pacientes no son respetados en múltiples ocasiones, y la violencia en el ámbito ginecológico no se limita a técnicas invasivas; también incluye la falta de respeto por la autonomía y las decisiones de las mujeres sobre sus propios cuerpos.
¿Alguna vez te has preguntado por qué tantas mujeres salen del consultorio ginecológico sintiéndose humilladas o invisibilizadas?
La violencia ginecológica, una realidad perturbadora que afecta a miles de personas en todo el mundo, se ha convertido en una epidemia silenciosa. Esto queda evidenciado en el libro No publiques mi nombre de la reconocida autora española Cristina Fallarás. Esta forma de violencia no se limita al parto; también ocurre en exámenes ginecológicos de rutina y controles de fertilidad. Adopta muchas formas, desde insultos y lenguaje descortés hasta la falta de información adecuada sobre tratamientos. Sin embargo, la violación del consentimiento es su manifestación más común, reduciendo a las pacientes a meros objetos de estudio y anulando completamente su autonomía.
El impacto de la violencia ginecológica trasciende la consulta médica. Puede desencadenar problemas de salud mental, como ansiedad, depresión e incluso trastorno de estrés postraumático, afectando profundamente la relación de las mujeres con sus cuerpos y con el sistema de salud.
Entonces, ¿qué se puede hacer para cambiar esta realidad? Primero, es fundamental garantizar que estas prácticas sean identificadas y denunciadas. Tanto las pacientes como los profesionales de la salud deben conocer y respetar los derechos reproductivos, además de promover el consentimiento informado en cada etapa de los procedimientos. Es necesario adoptar un modelo de atención centrado en las pacientes, que priorice su bienestar emocional y respete su dignidad.
La violencia ginecológica no es solo un problema médico; es también un reflejo de estructuras sociales y culturales profundamente arraigadas. En No publiques mi nombre, Cristina Fallarás narra historias de mujeres silenciadas tanto en la esfera pública como en la privada. Estas mujeres han visto sus cuerpos instrumentalizados y sus voces ignoradas, particularmente en el ámbito médico, donde la vulnerabilidad se convierte en una herramienta de control. La brutalidad de esta violencia, como lo describe Fallarás, subraya la urgencia de transformar un sistema que perpetúa el abuso.
Escuchar estas voces es solo el primer paso. Es necesario reformar el sistema de salud desde sus cimientos. Un modelo de atención ginecológica que respete el consentimiento informado, la dignidad y la autonomía de las pacientes es esencial para garantizar que las mujeres no vuelvan a sentirse despojadas de sus derechos. Como lo plantea Fallarás, este cambio debe venir acompañado de visibilidad, denuncia y, sobre todo, del empoderamiento de las mujeres para exigir una atención libre de violencia.
Bibliografía:
Hablemos de todo. (s.f.). Violencia ginecologica y obstetrica. Recuperado de https://hablemosdetodo.injuv.gob.cl:contentReference[oaicite:8]{index=8}.
Olza Fernandez, I. (2014). Estrés postraumático secundario en profesionales de la atención al parto. Aproximación al concepto de violencia obstétrica. Revista C Med Psicoso
Sanchez, C. (2014). Violencia obstétrica y morbilidad materna: sucesos de violencia de genero. Publicado en Ginecología y Obstetricia.
Fallara s, C. (2018). No publiques mi nombre. Anagrama
Navarro, J. (2024, octubre 2). Condenado a siete años de cárcel un ginecólogo de Leon por agredir sexualmente a una paciente en consulta. El País. https://elpais.com/sociedad/2024-10-02/condenado-a-siete-anos-de-carcel-un-ginecologo-de-leon-por-agredir-sexualmente-a-una-paciente-en-consulta.html