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En alguna ocasión, don Constancio Hernández Allende comentó que era muy difícil acercarse al poder sin corromperse, lo cual valía para cualquier nación, para cualquier persona, y para cualquier profesión, en particular, la del periodista.

Lo hemos visto recientemente nada menos que en el Parlamento Europeo, pese a lo mucho que la Unión Europea ha logrado en su combate a la corrupción, no se ha visto libre de la seducción del dinero en por lo menos uno de sus destacados miembros.

Pero en México ese poder corruptor tiene algo de peculiar, que probablemente se explique en nuestra personalidad carencial, en ese estado paranoide cuya fuente es el inconsciente colectivo mexicano, y que nos lleva a temer recaer en la nulidad y la miseria, y en contraparte, a ambicionar sin límites el poder y el dinero.

Que pocos hombres y mujeres del ambiente intelectual o empresarial se han resistido con éxito cuando son tentados por el poder político, y no hablo de personajes venidos de condiciones de pobreza y exclusión, todo lo contrario, hablo de personas que han tenido todo en materia de educación y recursos económicos, que desarrollaron brillantemente sus cualidades, y que de pronto, ponen sus notables capacidades, al servicio del poder corruptor, sin interesarles que todo mundo se dé cuenta, porque lo que de verdad les importa, el poder se los está garantizando.

El poder se corrompe cuando el que lo ostenta se convierte en mercenario, y piensa que lo puede usar para comprar inteligencias y voluntades lo mismo en el ámbito de lo público que de lo privado. Y se dedica a este mercadeo porque quiere poder para siempre, e impunidad para siempre, en el presente compra chalanes y para el futuro, guardaespaldas.

Los chalanes son de variada especie, no es lo mismo un adulador merolico que un justificador sagaz e inteligente. Los guardaespaldas no son sólo “guaruras”, sino clientes beneficiados en su momento que deberán luego seguir pagando el favor a perpetuidad.

Esa es la mecánica enfermiza de nuestro sistema político mexicano, muy acorde con una sociedad carencial, siempre con la mano extendida.

Por eso es lamentable cuando valiosas personas del ámbito público dejan este mundo, porque el hueco que queda es muy difícil de llenar, me refiero, por ejemplo, a la sensible muerte de don Elías González, acaecida durante la Navidad pasada, un hombre de probada honestidad que dejó en la función pública el recuerdo imborrable de su responsabilidad constante y de la limpieza y transparencia con la que ejerció las diversas encomiendas recibidas, entre ellas, la construcción del túnel de la línea uno del tren ligero, obra hecha sin pedir un solo centavo prestado, con puntualidad y aseo administrativo. Cuantos trabajaron con este ilustre personaje lo recuerdan siempre puntual, atento, exigente, generoso, responsable y verdaderamente honrado.

Para desarrollar una existencia así de valiosa se requiere de una formación de fondo, bien arraigada en principios que superan nuestra condición carencial lejos de aliarnos con ella; una formación seria, abierta a la consecución del más alto de los ideales a que un ser humano puede aspirar, ser mejor persona en todos los ámbitos, hacer vida los genuinos valores aunque se carezca de poder y de dinero.

 

Publicado en El Informador del domingo 22 de enero de 2023.

Comunicación Sistema UNIVA

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