
Pbro. Lic. Armando González Escoto ∙ Dirección de Publicaciones, Sistema UNIVA
Sin duda el fenómeno Reagan sentó un precedente en la conciencia norteamericana que le hizo en un momento dado confiar en la tercera edad política, pues pese a sus setenta años cumplidos fue protagonista de cambios profundos no sólo en Estados Unidos, sino a nivel mundial, razón que le aseguró un segundo mandato.
Cuatro presidentes después, llegó Donald Trump. A diferencia de Reagan que había sido artista, Trump sólo era multimillonario, pero de algún modo relacionado con el mundo del espectáculo. Haber vivido toda su vida en el universo de los negocios, no de la política ni mucho menos de las ideas, lo hacía representante de una sociedad pragmática, no necesariamente pensante, pero sí heredera de un concepto romántico de ser norteamericano y de ser Norteamérica.
Trump, a diferencia de Reagan, acaso porque los escenarios mundiales habían cambiado, parecerá un escarmentado de la globalización, en la medida en que ésta había afectado seriamente los negocios dentro del país, por más que beneficiara a los negociantes norteamericanos fuera de Estados Unidos. Esta realidad había en efecto producido nuevas condiciones de vida no necesariamente glamorosas, se hacía necesario volver a pensar en términos de patria territorial, cerrada, autosuficiente, agresiva, reconstituida en torno a los prejuicios históricos de ese país centrados en el color de la piel, el idioma y la religión. Por lo tanto, la imposición de aranceles a la importación, el proteccionismo estatal a la economía, el desprecio racista y clasista a los inmigrantes, el combate soterrado a la Unión Europea, la guerra comercial con China, el ataque al multilateralismo, al multiculturalismo, y el aislacionismo beligerante. El mundo concebido como “global” se estremeció, los países que exportaban bienes a Estados Unidos sufrieron el impacto, y la migración experimentó duros reveses, además de la construcción de un muro que daba forma visible y concreta a la política de Trump.
El drama fue que el tradicional partido opositor, el partido demócrata, que en el siglo pasado había dado personajes como Roosevelt, Kennedy, Clinton y Obama, ahora no tenía o no lograba hallar candidatos presentables, debió incidir en políticos de la tercera edad, y así Biden triunfó, muy apretadamente, en las elecciones de hace cuatro años; sólo que el candidato ganador tenía ya 78 años, convirtiéndose así en el presidente más viejo de ese país, al momento de asumir el cargo.
La edad no sería un problema si la agilidad mental se mantuviera en un buen nivel, como sucede con otro líder de más edad aún, el Papa Francisco, que tiene ya ochenta y siete años. Pero al presidente Biden parece que esta agilidad empieza a fallarle y se nota, creando un serio dilema para el electorado norteamericano ¿volver a un Trump ideológicamente remasterizado, pero ya de 78 años, o reelegir a Biden? ¿Arriesgarse a saber como será un Trump que inicia su gobierno justo a la edad que tenía Biden, o repetir con alguien ya conocido en lo que hace a la edad? La gran cuestión radica en que, si se elige a Biden, en un dado momento no se sabría con claridad quién estaría realmente mandando, y de momento, los demócratas no parece que tengan otra opción o la puedan tener, dado lo avanzado del proceso electoral.
Publicado en El Informador del domingo 7 de julio de 2024.