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Parar, observar y tomar decisiones camino a la felicidad

Por 19 octubre, 2021Líderes de Opinión

Mtra. Ana Karina Cosío Vidaurri Martínez • Secretaria General del Sindicato UNIVA

 

Felicidad, palabra polisémica poderosamente inspiradora, es utilizada con tan excesiva frecuencia en libros de autoayuda, que su valor parece diluirse hoy convirtiéndose en un término ordinario. Es verdad, no podemos negar su presencia en nuestro pensamiento. Ella nos mueve a realizar acciones de manera consciente o inconsciente, nos lanza a una lucha constante por alcanzarla, deseando que perdure a nuestro lado a lo largo de la vida.

¿Ser feliz es cuestión de suerte? ¿Existen determinantes para encontrar la felicidad? Afirmemos que sí desde la siguiente perspectiva: ser capaz de ser feliz con quien soy, con lo que tengo, alcanzar aquello a lo que aspiro y cuando no sea así, de todas formas continuar siendo feliz porque así lo he decidido. Es decir, ser feliz, está en mí y no en la exterioridad, mi felicidad no depende de los demás ni de las cosas o los hechos: yo construyo mi felicidad.

Respecto a lo anterior, entonces, ¿cuál será la importancia de los siguientes elementos como factores que inciden en la felicidad? Adquirir bienes materiales, culminar una carrera profesional, elegir pareja, decidir sobre la identidad de género, escoger una religión o un sistema de convicciones, optar por la paternidad como parte de mi vocación de vida, poseer belleza física, contar con gran número de amigos, conservar y aquilatar los lazos familiares, fomentar una trayectoria de aprendizajes continuos… sólo por mencionar algunos.

Estos elementos bien pueden contribuir a generar felicidad, siempre y cuando la elección haya sido personal y congruente con nuestros valores. Afirmo lo anterior porque muchas veces nuestras decisiones están basadas en las aspiraciones y expectativas del entorno: familiares, amigos, pareja, hasta la publicidad influye. El problema de guiarnos por esas expectativas, es que invertimos gran parte de nuestro tiempo y dinero tratando de alcanzarlas pero, una vez que las logramos, nos invade una noción de lo efímero de su sentido pues su permanencia es volátil y muy probablemente no lo habíamos imaginado así.

En esta búsqueda frenética por encontrar felicidad, propiciamos situaciones que nos generan un placer inmediato y al mismo tiempo, fugaz. Es decir, invertimos nuestro tiempo más en experimentar sensaciones que en dar sentido trascendente a nuestra vida.

Vale la pena parar, observar y como bien lo promovían los filósofos griegos, contemplar, darnos un respiro… Observar el cúmulo de bendiciones sencillas y accesibles que nos rodean para ser felices. Apreciemos la oportunidad que nos regala el presente.

Cuando aquí y ahora desarrollemos conciencia de nuestro propósito de vida, todo parecerá más claro, apreciaremos el regalo feliz que la vida misma es: la gente, la naturaleza y sí, también los bienes materiales. Todo, en su justa dimensión, llenará de felicidad nuestro día con día.

Desarrollemos nuestra capacidad para valorar lo que hasta hoy ha pasado inadvertido o lo dábamos por hecho, para darnos cuenta del gran valor que aporta la cotidianidad a la felicidad de vivir.

Si seguimos el consejo anterior, veremos que la felicidad, en gran medida, está en la interpretación de lo que nos pasa, la lectura que le damos día con día a nuestra vida. Sólo como ejercicio, respondamos esta pregunta: ¿dónde está el foco de nuestra atención? Si nos detenemos constantemente a observar lo que está mal, perdemos la oportunidad de ver lo que va bien. Una tendencia al perfeccionismo extremo, más que alentarnos para estar mejor, nos distrae o nos vuelve seres insatisfechos. En cambio, el optimismo nos ayuda a encontrar lo mejor de cada situación, nos abre oportunidades. Es decisión y responsabilidad personal, asumir la construcción de la propia felicidad.

El camino más certero para conquistarla es trabajar en congruencia con nuestro sentido de vida, alentar los pensamientos positivos, disfrutar cada paso, cada momento; gozar de nuestro trayecto como un niño con los sentidos bien despiertos.  No hay felicidad más grande que compartir y disponer nuestros talentos al servicio del bien común.

Termino compartiéndoles esta frase: “La vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla”, Gabriel García Márquez.

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