
Dra. Lucía Almaraz Cázares · Docente UNIVA Guadalajara
En 1999, la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró el 25 de noviembre como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, en memoria del asesinato de las hermanas Mirabal durante la dictadura de Rafael Trujillo en República Dominicana. Esta fecha nos invita a reflexionar sobre las múltiples formas de violencia que afectan a las mujeres, incluidas aquellas que se manifiestan de manera sutil en el lenguaje cotidiano.
Un ejemplo de esto es el uso del término “madres solteras”, frecuentemente empleado con connotaciones peyorativas. Según datos del INEGI correspondientes al cuarto trimestre de 2023, tres de cada diez mujeres en México son madres y jefas de hogar. Esto equivale a 11.5 millones de mujeres, lo que significa que, en todo el país, 33 % de los hogares están encabezados por mujeres.
Los estereotipos de género asignan a las mujeres las tareas de cuidado, un trabajo históricamente no remunerado que perpetúa la desigualdad frente a los hombres. Dentro de este contexto, surge el concepto de madres autónomas, mujeres que, por elección o circunstancias, asumen la responsabilidad de criar y mantener a sus hijas e hijos sin la compañía o el apoyo de una pareja. Esta condición abarca tanto a las mujeres que no están casadas con sus parejas como a aquellas que enfrentan la ausencia del padre.
El término madres autónomas no solo busca dignificar, sino también visibilizar a estas mujeres como jefas de familias monoparentales, cuya vida está profundamente ligada al cuidado y organización en torno a sus hijos e hijas. Sin embargo, a pesar de los programas de apoyo gubernamentales, estas mujeres enfrentan barreras institucionales y la falta de políticas públicas con enfoque de interseccionalidad y derechos humanos que reconozcan las diversas realidades que viven.
La sociedad tiene la responsabilidad de resignificar términos que descalifican a estas mujeres, como “madre soltera” o “mamá luchona”. ¿Estamos dispuestos a dar un paso hacia el cambio? Reconocerlas como madres autónomas no solo es un acto de justicia social, sino también un llamado a replantear los modelos familiares tradicionales y los prejuicios que los acompañan.
Resignifiquemos. Reflexionemos. Actuemos.