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Maslow para millennials

By 19 octubre, 2021Tendencias

Diego Antonio Calderón Villanueva • Alumni plantel Guadalajara

 

Acabo de despertarme, luego de un sueño reparador de poco más de ocho horas. Como puedo, salgo de la cama y arrastro mis pies en dirección al baño. Una vez ahí procedo a hacer algo que por discreción no describiré, pero creo que pueden imaginarse. Luego de lavarme muy bien las manos, prosigo mi camino, intentando no chocar con las paredes, hasta llegar a la cocina. Me paro frente al refrigerador y al abrir la puerta y ver su interior, olvido por completo la razón por la que estaba ahí, pero mi estómago me la recuerda emitiendo un gruñido. Busco los ingredientes para prepararme un desayuno fit, (que en realidad será lo primero que me encuentre). En este punto ya puedo hacer check en la satisfacción de mis necesidades básicas, es decir, la base de la pirámide propuesta en 1943 por Abraham Maslow en su teoría sobre la motivación humana.

Mientras vierto la leche en mi cereal con una mano, reviso mis redes sociales con la otra. Me da una crisis existencial al ver un poco de la vida de mis pares. Hay algunos que ya tienen hijos, otros que están pensando en casarse; algunos con trabajo estable que viven por su cuenta, y otros más, simplemente están ahí… existiendo. A mis veintidós años y recién egresado de la carrera, mi ciclo vital dicta que debería comenzar a ser económicamente activo y empezar a ahorrar para rentar algún cuarto… y vivir con roomies, porque ni de chiste, los sueldos a los que puedo aspirar, ni los precios del mercado inmobiliario, me permitirían comprar una casa. Así que, por lo pronto, espero que mínimo me queden otros cinco años viviendo en casa de mis padres, si no es que la violencia en el país me quita la vida primero. ¿Maslow, bro, es en serio que le estás pidiendo seguridad a la generación de la incertidumbre? A duras penas puedo pensar en qué haré el fin de semana. Lo más probable es que sea ir a alguna reu, de esas en las que se ingieren bebidas de las que adormecen los sentidos y las venden en promoción en el OXXO de cualquier esquina (algunos otros prefieren gastar el triple en un antro, pero yo no soy de esos). Siendo honestos, del total de personas que asisten a esos lugares, a quienes verdaderamente se les pueda llamar amigos, así bros, tendríamos que aludir al refrán y contarlos con los dedos de las manos, los demás son conocidos, o personas random con las que se coincide.

Al terminar mi desayuno, regreso a mi habitación y me topo con un estante donde figuran reconocimientos que me han dado a lo largo de mi corta vida. Desde constancias por haber asistido a congresos, premios de mis épocas en el teatro, hasta un reconocimiento de la secundaria por haber sido “buen deportista” (años que quedaron atrás). Realmente me hubiera gustado que más de alguno viniera acompañado de un: “Estoy orgulloso de ti, hijo” o “Se nota que te quemaste las pestañas en eso, pero lo hiciste muy bien”, o un “Me alegro por ti”; en cambio, solo hay alguna foto perdida en mi Facebook (de la época en la se subían fotos de todo lo que se hacía y no sólo memes), en la que sostengo el diploma con una sonrisa poco espontánea. Todos esos pedazos de opalina o de madera, los más finos, como el que más trabajo me costó: el reconocimiento al mérito por mi promedio en la carrera, perdiendo su sentido conforme pasan los años y acumulando polvo, pero viéndose bonitos en mi currículum.

Por último, en la cúspide de la pirámide que propone nuestro compa, Maslow, se supone que se encuentra la autorrealización, el desarrollo de nuestra potencialidad como persona; la necesidad más elevada del ser humano, a la que sólo se accede al satisfacer los niveles anteriores, es decir: Las necesidades fisiológicas, de seguridad, de afiliación y de reconocimiento. Esto me hace plantearme una serie de preguntas: ¿Dónde estamos cómo generación?, ¿dónde estoy yo como persona? Y la más importante, ¿en qué parte de la pirámide está el Wi-Fi?

 

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