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La estrella más brillante

Blanca Estela Casián Sahagún · Egresada en la Licenciatura de Filosofía, en colaboración con Melina Vázquez Gaytán

Durante la época navideña, su luz se percibe con claridad: irradiando gozo cuando están presentes y dejando un doloroso vacío cuando su ausencia se convierte en lamento para una familia. La historia que sigue, inspirada en hechos reales, nos invita a acompañar a quienes han sufrido una pérdida y a recordar con amor a aquellos que ahora nos acompañan desde el cielo”. 

 Cada noche, al mirar la luna desde mi balcón, me preguntaba si no se sentía sola. Su luz brillante merecía compañía. Siempre presente en el cielo nocturno, parecía cuidar nuestros sueños mientras descansábamos. Me gustaba pensar que, si percibía mi mirada, sabría cuán hermosa era. Mi madre, a quien llamaba la reina, me tranquilizaba: 

—No te preocupes, amor. La luna eligió cuidarnos —me decía—. Y cada noche me contaba la misma historia antes de dormir: 

“Cuando el cielo nocturno aún era negro y vacío, decidió crear esferas de luz que todo lo iluminaran. Así nacieron las estrellas, que con su resplandor llenaban cada rincón del firmamento. Pero faltaba alguien que las guiara y consolara, así que el cielo creó a la luna, para que cuidara de ellas y les asegurara amor constante. 

Sin embargo, hubo un día en que las estrellas desaparecieron, incapaces de soportar la maldad que presenciaban en la Tierra. Aunque el cielo quedó oscuro, la luna permaneció firme, aferrándose a su misión de protegernos con su luz. Creía que algún día, una pequeña alma pura y valiente se atrevería a vencer el miedo, iluminando el espacio junto a ella.” 

—Recuerda, mi estrella —me decía mamá—, no hay prisa para que brilles en el cielo. Vive una vida larga y hermosa. 

Su historia siempre me inspiraba. Imaginaba que, algún día, podría ser una estrella que acompañara a la luna, iluminando con amor y esperanza. 

Mi vida era tan hermosa como ella decía. A mis siete años, disfrutaba cada instante: jugar, explorar, cantar, y sobre todo, amar. Mi madre siempre me recordaba cuánto me amaba, y yo le respondía con una gran sonrisa: 

—Te amo, mamá. 

Vivíamos en un reino lleno de alegría, donde mi madre, la reina, era la más bondadosa. Cuidaba a todos con el mismo amor que me daba a mí. Yo deseaba ir a la escuela con los demás niños, y el día que mi sueño se hizo realidad, mi madre me acompañó hasta la entrada: 

—Nunca pierdas esa sonrisa —me dijo. 

La escuela era maravillosa. Cada día volvía a casa llena de dibujos para mostrarle a mamá. Una tarde, mientras corría feliz por el bosque, una mujer salió de entre los árboles. Tomándome de la mano, dijo que mamá me recogería más tarde. Los aldeanos observaban en silencio, pero ninguno intervino. Sus miradas evitaban la mía, como si mi destino no les importara. 

La mujer me llevó a su choza, y un lobo malvado, su cómplice, me atacó. Intenté calmarme mirando al cielo, pero el miedo no desaparecía. ¿Por qué me pasaba esto? 

Cuando desperté, una figura radiante me abrazó: 

—Ya no tengas miedo —dijo con dulzura—. Soy la guardiana de los sueños que tanto contemplabas. 

Ella me condujo al cielo, donde finalmente pude iluminar junto a la luna. Desde allí, observaba a mi madre, que buscaba incansablemente respuestas. Cuatro días después, los guardias encontraron mi cuerpo, y el dolor de mamá fue desgarrador. 

Cada noche, veía su tristeza desde el cielo. Un día, cuando cerró los ojos, la acompañé en un sueño y la abracé. 

—Estoy en paz, mamá. La luna me cuida, y desde aquí te protegeré. Ayúdame a cuidar a todos los niños. 

Ella despertó decidida a hacer del reino un lugar seguro. Su voz resonó entre el pueblo: 

—No permitan que la indiferencia apague la luz de la justicia. Alcen la voz ante la injusticia. 

Señaló la estrella que ahora brillaba en el cielo: 

—Aunque mi princesa no vuelva a mi lado, su luz nos guiará hacia un futuro donde los niños puedan vivir sin miedo. 

Desde entonces, iluminé el cielo con la esperanza de un mundo mejor, sabiendo que mi amor eterno seguiría cuidando a quienes más lo necesitan. 

Este relato busca honrar la memoria de Fátima Cecilia, una niña de 7 años secuestrada y asesinada en la Ciudad de México en 2020, un hecho que conmocionó al país. La niña desapareció luego de salir de su escuela, y días después su cuerpo fue encontrado sin vida. 

Autor: Melina Vázquez Gaytán 

Coautoría: Blanca Estela Casián Sahagún 

Comunicación Sistema UNIVA

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