
Mtro. Miguel Camarena Agudo · Encargado de Contenido y Corrección de Estilo, Corporativo UNIVA
Uno de los escritores que más me gustan es Milan Kundera, incluso tengo algunas historias personales donde su obra y él están involucrados. Hace muy poco falleció, como muchos ya los sabrán, y ese acontecimiento generó en mí algunos recuerdos sobre su obra. Principalmente, sobre su interpretación de “Edipo rey”.
La mayoría conocemos la tragedia escrita por Sófocles: Edipo Rey. No se diga aquellos que leyeron a Freud, estudiaron psicología o tuvieron una clase relacionada con esta disciplina durante la prepa. Al final, no importa el medio por el que uno se haya enterado de este relato o la interpretación popularizada de Freud, considero existe en nuestra mente una idea diletante o profunda del asunto, y ya está.
Bajo ese parangón, como ya he dicho, me gustaría traer a colación la interpretación sobre la tragedia, hecha por Milan Kundera. Kundera, más allá de hacerle el caldo gordo al psicoanálisis, enfoca su reflexión hacia el rubro político, entendido como aquel erial, donde se suscitan relaciones de poder. Pero para contextualizar a algún lector distraído transcribo aquí el resumen hecho por el propio escritor checo sobre Edipo rey:
La historia de Edipo es conocida: un pastor lo encontró abandonado cuando era un niño de pecho, se lo llevó a su rey Pólibo y éste lo educó. Cuando Edipo era ya adolescente, se cruzó en un camino de montaña con una carroza en la que iba un dignatario desconocido. Surgió una disputa, Edipo mató al dignatario. Más tarde se convirtió en esposo de la reina Yocasta y en señor de Tebas. No sospechaba que el hombre a quien había matado en las montañas era su padre y que la mujer con la que dormía era su madre. Mientras tanto, la desgracia se cebó en sus súbditos y los castigaba con enfermedades. Cuando Edipo comprendió que él mismo era el culpable de sus padecimientos, se hirió los ojos con dos broches y, ciego, abandonó Tebas.
Lo que Milan menciona tiene que ver más con el asunto de la responsabilidad y el conocimiento que tienen los políticos respecto a la toma de decisiones; a lo cual yo agregaría a los directivos o puestos de mandos dentro de cualquier institución, sea pública o privada. Añadiendo, además, por cuenta propia y a modo de paréntesis, la verticalidad que se da en las relaciones entre dirigidos y dirigentes dentro del análisis de Kundera. Los dirigentes pocas veces tienen responsabilidad sobre sus promesas y acciones, el incumplimiento de las primeras no tiene repercusiones, ni tan siquiera morales, y las consecuencias de las segundas, tienen una caducidad inmediata, al final, no pasa nada. Lo que ellos dicen sí genera un efecto pues es una orden, lo que sus dirigidos digan es un susurro en el bullicio. El poder, en cualesquiera de sus facetas, vive en un nivel de idealización y abstracción, obscena. Quienes lo ostentan hablan de la realidad y se apalancan en sus teóricos de cabecera, como si realmente pudieran inferir, a partir de ellos, el estado actual de las cosas, sea cual sea este.
Desde esta altura en la que viven los dirigentes y desde estos cotos de poder, no es posible escuchar ni ver lo que sucede en la base; además, su poder, casi siempre, otorgado por un cómplice, y no por una verdadera voluntad colectiva o por méritos propios, cosa que les da el derecho de mediocridad, ineptitud, complacencia, y demás vicios que tienen a una gran mayoría, a donde quiera que uno vaya, con una sensación de malestar e inconformidad.
Ahora bien, bajo la lógica de que el cuerpo es dirigido por la cabeza, y haciendo la analogía de este con cualquier institución, si un cuerpo está mal, enfermo, tiene que ver con las decisiones que la cabeza ha tomado. No sucede a la inversa, a menos de que se trate de una ficción, que una extremidad gobierne al cuerpo, incluyendo a la cabeza. En ese sentido, Kundera hace una interpretación de Edipo rey que me parece contundente, y señala directamente a los dirigentes como responsables de la toma decisiones: Son responsables de la desgracia del país (empobrecido y despoblado) … Los señalados, dice Kundera, se excusan y apelan a la ignorancia: ¡No sabíamos! ¡Hemos sido engañados! ¡Creíamos de buena fe! ¡En lo más profundo de nuestra alma, somos inocentes!
Hoy, incluso, los culpables están en el pasado, y como siempre, fuera de las propias decisiones. Excusas y más excusas, ¿no sería mejor que renunciaran? Si cometieron errores graves por incapacidad, pereza, indiferencia, comodidad, abulia, naturaleza o lo que sea, deberían asumir su responsabilidad: ¿es inocente el hombre cuando no sabe?, ¿un idiota que ocupa el trono está libre de toda culpa solo por ser idiota?
La respuesta todos la sabemos, el problema es que quien ocupa la punta de la pirámide no la sabe, no se lo ha preguntado, y está lejos de responder a tal cuestionamiento. ¿Cuántas veces no hemos sabido que la decisión de quienes ostentan el poder perjudica a miles, y, en ocasiones, a millones de personas, mismas que pierden sus empleos, sus viviendas, sus vidas? Y los culpables, sin pena ni gloria, son contratados por otras empresas, cambian de partido político, o se van a vivir a otros países, consumada la tragedia. Así el cinismo rampante con el que viven estos personajes. Ojalá, algún día, los responsables de la debacle social y humana actúen como Kundera lo propuso en su reinterpretación de Edipo rey:
Y fue entonces cuando Tomás recordó la historia de Edipo: Edipo no sabía que dormía con su propia madre y, sin embargo, cuando comprendió de qué se trataba, no se sintió inocente. Fue incapaz de soportar la visión de lo que había causado con su desconocimiento, se perforó los ojos y se marchó de Tebas ciego… Por culpa de su desconocimiento este país ha perdido quizá por siglos su libertad, ¿y ustedes gritan que se sienten inocentes? ¿Cómo son capaces de seguir presenciándolo? ¿Cómo es que no están aterrados? ¿Es que conservan la vista? ¡Si tuvieran ojos, deberían atravesárselos y marcharse de Tebas!