
Jesús Adrián Valdés Vargas · Alumni y Centro de Empleabilidad UNIVA Zamora
Enero nos invita a reflexionar sobre las metas y propósitos que marcan el inicio de un nuevo ciclo, cargado de emociones y expectativas. Para quienes vivimos nuestra fe católica como brújula en el camino, la honestidad se convierte en un valor indispensable, no solo para relacionarnos con los demás, sino también para construirnos como personas íntegras y coherentes con los principios de Cristo.
Cuando pensamos en la honestidad, solemos asociarla con evitar la mentira, pero su esencia va más allá. Ser honestos implica mirar dentro de nosotros mismos, reconocer tanto nuestras debilidades como nuestras fortalezas, y aceptar la verdad que nos define. Como nos enseña el Evangelio: “Cuando ustedes digan ‘sí’, que sea realmente sí; y cuando digan ‘no’, que sea no” (Mateo 5,30-39). Esta enseñanza nos desafía a vivir con transparencia en cada decisión y acción.
Vivir con honestidad no siempre es fácil. A menudo significa ir contracorriente, renunciar a lo fácil o inmediato para optar por lo correcto. Sin embargo, es en esos momentos de desafío cuando Dios nos fortalece y nos acompaña, recordándonos que no estamos solos en esta misión de construir confianza y comprometernos con la verdad.
El inicio de un nuevo año puede manifestarse en pequeñas acciones, como adoptar nuevos hábitos, o en decisiones más profundas, como admitir cuando necesitamos ayuda, respetar las normas o mantener nuestra lealtad a la palabra dada. La verdadera grandeza no radica en la acumulación de logros superficiales, sino en ser personas que inspiran confianza, cumplen sus promesas y viven con coherencia.
Asumamos el desafío de ser luz y ejemplo en todos los espacios donde estemos presentes. Que este nuevo año sea una oportunidad para crecer en honestidad, reflejando en cada acción el amor y la verdad que guían nuestro espíritu.
Referencias: La Biblia De Nuestro Pueblo Biblia del Peregrino América Latina (15a ed.). (2011). Ediciones Mensajero, S.A.U. (Obra original publicada en 2006) Mateo 5,30-39, Pág. 1838