
Jessica Fernanda Hernández Macías · Estudiante de la Licenciatura en Médico Cirujano, UNIVA Guadalajara
¿Cuántos de nosotros hemos escuchado la frase: “la carrera de medicina es muy pesada”? Y es cierto, lo es. No solo por la exigencia intelectual, sino también por el agotamiento mental derivado del estrés generado por la gran cantidad de actividades que debemos realizar a diario. Pero, ¿cómo se relaciona este cansancio con nuestro rendimiento? ¿Cómo podemos evitar esta situación?
Ser estudiante de medicina implica estar expuesto a numerosos factores estresantes que no solo afectan el rendimiento académico, sino también la salud general. La necesidad de procesar grandes volúmenes de información en periodos cortos de tiempo suele generar agotamiento físico y mental. Además, la constante presión por mantener un alto desempeño académico incrementa los niveles de estrés, llevando a muchos estudiantes a dedicar demasiado tiempo a sus responsabilidades académicas, descuidando el descanso y el bienestar personal.
Otro elemento que agrava esta situación es la competitividad académica. Las calificaciones se convierten en una fuente constante de comparación entre compañeros, aumentando aún más la presión. A esto se suma la temporada de exámenes, en la que, tras superar semanas de intenso estrés, los estudiantes suelen experimentar un agotamiento mental significativo. Este cansancio afecta su capacidad de atención y comprensión, provocando un atraso en los estudios necesarios para los siguientes retos académicos.
Todo esto lleva a reflexionar: ¿cómo podrán los futuros médicos cuidar de sus pacientes si no comienzan por cuidar de sí mismos?
Un estudio sobre depresión, ansiedad y conducta suicida realizado en una universidad mexicana resalta que los estudiantes de medicina tienen una mayor probabilidad de desarrollar síntomas de estos trastornos. Factores como la frustración y la falta de equilibrio entre la vida académica y personal contribuyen a esta problemática. Pese a ello, son pocos los estudiantes que buscan ayuda debido al estigma social asociado con la salud mental. Esta situación resulta paradójica, ya que, como futuros profesionales de la salud, deberían ser los primeros en reconocer estos síntomas y buscar apoyo.
Una posible solución sería que las universidades ofrezcan servicios psicológicos sin limitaciones en la cantidad de sesiones, para que los estudiantes puedan acceder a la atención cuando lo necesiten y no se vean restringidos por requisitos administrativos. Esto permitiría atender de manera preventiva los problemas emocionales antes de que se conviertan en trastornos graves. Según un estudio realizado en 2012 sobre la salud y estilos de vida de estudiantes de medicina en Cataluña, más del 40 % de ellos presenta un alto riesgo de desarrollar trastornos psicopatológicos. Esto evidencia la urgencia de implementar programas que aborden la salud emocional de manera efectiva.
Otra estrategia es fomentar la actividad física, ya que el ejercicio no solo mejora la calidad del sueño, sino que también tiene un impacto positivo en el estado de ánimo y las relaciones sociales. Un estudiante con un buen descanso tiende a tener mejores resultados en el aprendizaje, lo que se traduce en una experiencia académica más satisfactoria.
También es fundamental concientizar a los estudiantes sobre la importancia de cuidar su salud mental. Una mente sana no solo favorece el rendimiento académico, sino que también contribuye a la estabilidad emocional, mejorando la productividad, el aprendizaje y la calidad de las relaciones interpersonales.
La salud mental es un tema que impacta directamente la calidad de vida y su cuidado no debe recaer exclusivamente en las universidades. Como sociedad, tenemos la responsabilidad de eliminar los estigmas que limitan a los jóvenes en su búsqueda de apoyo emocional. No basta con formar médicos técnicamente competentes; es igual de importante garantizar que sean profesionales saludables, capaces de cuidar de sí mismos para ofrecer una atención integral a sus pacientes.
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