Dr. Fabián Acosta Rico · Docente-Investigador UNIVA Guadalajara
Religión y tecnología no son del todo incompatibles. En la idea de disociarlas hay la intención de ver toda espiritualidad y religiosidad como un resabio del pasado y a los avances tecnológicos como promesas de un mañana marcado por el progreso. Sin embargo, las máquinas, en su neutral condición de instrumentos, pueden ser utilizadas para los fines más diversos, incluidos los religiosos. Por ejemplo: en Estados Unidos abundan los televangelistas que predican a las grandes audiencias bajo el imperativo de que lo importante es hacer llegar el mensaje de Cristo sin menospreciar ningún instrumento o medio y más cuando este ha demostrado su eficacia.
En el medio católico, la pandemia trajo de nuevo a los foros de discusión el tema de que tan válido es confesarse por teléfono o por alguna de las plataformas de Internet como Zoom o Skype. Entiéndase que para muchas confesiones e iglesias las redes sociales son los ámbitos virtuales donde con más efectividad pueden contactarse con los jóvenes de las más recientes generaciones como los centennials y millennials quienes, dicho sea de paso, son un tanto renuentes a asistir y participar en los servicios religiosos convencionales o tradicionales.
Muchos sacerdotes católicos y pastores pentecostales, adventistas, evangélicos… son verdaderas celebridades de YouTube o TikTok. Las innovaciones en la predicación religiosa se han ido dando de forma gradual cediendo a una casi inevitable proximidad entre religión y tecnología. En el Islam resonó mucho el caso de ISIS y el Internet. La radicalidad religiosa de este movimiento fundamentalista quedó plasmada proselitistamente en un sinfín de bien realizados videos que circulaban por el ciber-espacio, logrando su objetivo de trasmitir su mensaje de guerra contra el infiel y el idolatra.
No obstante, es Japón, el siempre vanguardista y futurista, donde ha tenido lugar una puesta al día en el uso de las tecnologías más innovadoras para fines de índole religioso. Superando cualquier iconoclastismo o recelo a las imágenes, un templo japonés de 400 años de antigüedad, situado en el distrito de Kioto, cuenta con un androide con la apariencia de la diosa budista de la compasión Kannon; el cual les da la bienvenida a los visitantes y recita sutras. El robot humanoide tuvo un costo de fabricación de casi un millón de dólares, un dinero, al entender de los sacerdotes del templo Kodaiji, bien gastado dado que el autómata cumple a la perfección con su tarea de predicar las enseñanzas budistas advirtiendo contra los peligros de los deseos, los apegos, la vanidad, la ira y el ego.
Según explica una de los sacerdotes del templo, Tensho Goto, el budismo no es una creencia en un dios como tal, sino una enseñanza que muestra y explica el camino de Buda, el cual puede ser representado por un árbol, una maquina o cualquier artilugio como el robot de la diosa Kannon, de un metro 95 centímetros de alto y un peso de 60 kilos. El androide no esconde o disimula su condición de maquina: su cráneo tiene expuesta su compleja electrónica. Su ojo izquierdo tiene una cámara. Su cabeza al igual que sus brazos y dorsos pueden moverse. En su economía corporal únicamente la cara, las manos y los hombros son de silicona que imita la piel humana.
Colocado en una habitación especial, el robot sacerdote tiene todo un montaje para cumplir con su fin: en una pared de la estancia son proyectados las traducciones al inglés y al chino de los sermones que predica; acompañan a los textos imágenes de la naturaleza o de una multitud.
Las autoridades religiosas del templo zen de Kodaji le encargaron la fabricación de su androide al afamado profesor de inteligencia robótica Hiroshi Ishiguro, de la Universidad de Osaka, la idea era que la máquina antropomórfica, además de ser un icono sagrado, enseñara las verdades de Buda en un lenguaje entendible que ayude a las personas a alcanzar la paz mental y el bienestar espiritual.
Como lo aclara también Goto, el robot zen fue ideado para servir, sobre todo, a las nuevas generaciones pensando en que para los jóvenes puede, a veces, resultar un tanto difícil comunicarse con sacerdotes ya de edad con opiniones y pareceres un tanto trasnochados; que mejor que ofrecerles esta alternativa tan acorde con su cultura y educación. La cultura pop japonesa es generosa en series, películas, animes, mangas… en los que intervienen robots; de allí que el autómata de Kodaji tuviera una buen recepción entre los fieles nipones; no así entre los occidentales que, como bien advierte Goto, no tienen siempre una buena opinión de los robots, como lo ilustra películas como The Terminator, de James Cameron.
En defensa de su robot sagrado, Goto saca a relucir tambien el asunto de la perdurabilidad biológica. Los sacerdotes y monjes en nuestra corta existencia moriremos antes de que el androide deje de funcionar; por tanto, éste conocerá más gente y almacenará mucha información lo cual lo hará evolucionar hasta el infinito.
Pensando futuristamente puede que en un corto periodo de tiempo desarrollemos una inteligencia artificial capaz de filosofar y de enfrascarse en complicadas reflexiones teológicas; el complemento perfecto de esta posibilidad serían templos en los que encontremos más que sacerdotes o religiosos, autómatas representando figuras sagradas y predicando las enseñanzas de las religiones tradicionales y de las que estén por nacer en esta tecnologizada postmodernidad. Quizás no sea exagerado pensar que los templos y santuarios del mañana sean muy parecidos a los parques de diversiones más avanzados (como el descrito en la serie de HBO, Westworld), donde las liturgias y ritos sean todo un espectáculo de realidad aumentada o virtual, cuyos encargados resulten ser autómatas programados para predicar y dar consejo y alivio espiritual.