Dra. Irma Livier de Regil Sánchez • Jefa de Investigación UNIVA Guadalajara
Ing. Ana Isabel Tendero Navarro • Estudiante de la Universidad de Salamanca, España
Uno suele enterarse de los acontecimientos del mundo mediante los noticieros, informativos u otros medios, pero hay sucesos que nos pasan de lado, consecuentemente hay una carencia de atención y seguimiento; en este tenor, resulta interesante la noticia del considerable avance del proyecto científico técnico llamado ITER. Dando continuidad a la videocolumna UNIVA sobre la “Ambivalencia tecnológica”, que invita a la reflexión acerca de la responsabilidad social sobre las aplicaciones de los resultados de la ciencia, el desarrollo tecnológico y su uso como elemento central de la innovación [1], en esta ocasión hablaremos del International Thermonuclear Experimental Reactor – ITER por sus siglas. El ITER, es un proyecto que intenta poner en práctica la generación de energía a través de la fusión nuclear, un prototipo funcional del reactor atómico tipo tokamak utilizado en una fase todavía experimental [2]. La idea del presente reactor nació en Rusia en los años 70, pero su costosa financiación hizo que hasta 1986, EE.UU. y la Unión Europea (UE) se unieran inicialmente al proyecto y que definitivamente hasta el año 2006, se firmara de manera oficial la forma de compartir gastos y la construcción de éste por todos los países participantes: Rusia, EE.UU., UE, China, Corea, India y Japón [3]. Es la máquina más grande hecha para demostrar la viabilidad de la fusión como una fuente de energía limpia, libre de carbono y a gran escala, basada en el mismo principio de la energía solar y estelar, pero extrapolado a un enfoque comercial, donde en el núcleo tokamak se producirán descargas de plasma de larga duración. Es por esto que se convierte en una de las propuestas de valor más prometedoras, pudiendo crear en un futuro centrales eléctricas de fusión, con gran potencial energético capaz de abastecer a toda la población mundial, y supuestamente, de una forma limpia y segura. De acuerdo con esta información, conjunto a la que se presenta en su sitio web [2], quedan claros los beneficios de dicho desarrollo tecnológico, pero ¿Conocemos la envergadura y las dimensiones de este proyecto realmente? ¿Qué riesgos conlleva esta innovación? ¿Qué significa para el resto de países no involucrados en su construcción? ¿Qué significa para la sociedad en general? ¿Tenemos herramientas suficientes que nos eduquen a conformar un criterio riguroso respecto del proyecto? A lo largo de este artículo, se pretende contestar a estas preguntas, las cuales resultan estar entrelazadas, convergiendo la ciencia con otros factores e intereses sociales, económicos y políticos.
Este proyecto innovador de tal envergadura, dado el tiempo de su trayectoria tecnológica -cerca de cuatro décadas ya-, se le pueden atribuir diversos conceptos de producción científico-tecnológica, los cuales han ido cambiando y ampliando dimensiones, sobre todo en el actual siglo XXI. De acuerdo con la bibliografía y a los autores que han caracterizado los diferentes conceptos de producción de la ciencia, el ITER definitivamente es un proyecto megacientífico en torno a la generación de energía a partir de elementos nucleares radiactivos, como fue el proyecto Manhattan. Aproximadamente, a mitad del siglo XX, este tipo de propósitos permean el concepto de ciencia, yendo más allá de la “simple ciencia”, y por tanto surgen conceptualizaciones nuevas, hablamos de Gran Ciencia, según Solla Price [4] o de Transciencia, según Weinberg [5], ya que este fenómeno a gran escala de la ciencia, necesita redefinirse, ya que sobrepasa los valores mertonianos de la época y los límites establecidos por la comunidad científica. Además, uno de los rasgos que definen esta Gran Ciencia, es la participación con gobiernos con fines interesados y particulares, estas interrelaciones entre diferentes entidades y actores, sugieren generar políticas y marcos legislativos que favorecen y allanan el terreno para el desarrollo tecnológico del núcleo atómico. Así, el asunto apunta a ser Ciencia Gubernamental, concepto que define John Bernal, ampliando las dimensiones de la macrociencia o Gran Ciencia [6], ya que la iniciativa de los diferentes gobiernos participantes -China, Unión Europea, India, Japón, Corea, Rusia, EE.UU. y un reciente acuerdo de cooperación con Canadá-, en conjunto con la industria y otros actores, se interrelacionan para hacer ciencia, obteniendo un resultado de impacto mundial. Sin embargo, esta conceptualización de la ciencia queda un poco obsoleta, al día de hoy, el proyecto ITER está ubicado dentro de las dimensiones que alberga el concepto de tecnociencia, que postula Javier Echeverría [7]. Sería así un proyecto tecnocientífico porque, (1) surge de la necesidad inminente frente a la problemática del calentamiento global, del agotamiento de los recursos naturales y de la dependencia de la humanidad hacia estos; (2) por tanto es capaz de cambiar la situación actual, o lo que es lo mismo, transformar la realidad tal y como la percibimos, es una innovación proactiva. (3) Por este motivo, la política pública global toma el protagonismo como agente innovador, e integra tanto a la ciencia como a la tecnología dentro del sistema económico, involucra a los diferentes actores sociales, públicos y privados (gobierno, centros de investigación e industria), provoca una colaboración trasnacional y multidisciplinaria. (4) El proyecto está concebido desde su origen con fines estratégicos -la resolución de problema e impacto socio-económico-ambiental-, que, ante la sociedad mundial, será redefinido interesadamente como: la producción de una energía limpia y asequible que reduce el impacto negativo al medioambiente.
Este planteamiento desconfiado no viene de una actitud de rechazo o negativa de la innovación o de la tecnociencia, más bien surge del proceso de apropiación del conocimiento e información existente del proyecto ITER, a fin de construir una actitud crítica y científica respecto del mismo. Es, por tanto, en la búsqueda de los posibles riesgos que puede implicar obtener energía de fusión nuclear, donde resulta escasa la bibliografía existente. Son justamente las disciplinas activistas de la ciencia, tecnología y sociedad (CTS), y no las académicas, como, por ejemplo, las divulgadas por las organizaciones medioambientales, la información que ha hecho posible investigar en torno a los riesgos, y poder contrastar las diferentes perspectivas tanto epistemológicas como ideológicas. La información recabada por los ecologistas que atañe a los riesgos de dicho tipo de energía, resulta nada optimista, la cual intenta, dicho fríamente, desmantelar el mito de que el mencionado proyecto generará una energía limpia. El argumento que presentan está basado en la radioactividad de elementos como el tritio, el núcleo de este y del deuterio -no radioactivo-, los cuales son utilizados para conseguir la energía necesaria para el reactor [8]. Por tanto, sí que resulta extraño y llama la atención este proceso de ocultamiento de información, que contrapone los argumentos de la energía limpia, frente a la radioactividad de los elementos usados para la fabricación de la misma, lo que nos lleva a cuestionar el porqué.
Otras de las cuestiones, denuncian la falta de consideración de la postura del resto de la sociedad global, en cuanto a las decisiones sobre la ejecución de un proyecto de tal magnitud. La realidad en la praxis es, un sistema mundial democrático, donde son 194 los países soberanos reconocidos por la ONU – incluidos los involucrados en el proyecto -, los que plantan cara ante los posibles riesgos, o dicho de otra manera, los encargados de responder a los costos no económicos de la experimentación, aunque vista la actitud, todo apunta a que «esperan» que no los haya, en caso contrario la visión positiva de innovación que generalmente existe en las sociedades de países generalmente desarrollados, retrocedería a la postura peyorativa de la ciencia de mediados del siglo XX. Esta conducta particular que favorece la I+D del ITER, independientemente de la opinión ciudadana, liga tanto el concepto anterior de Transciencia, al ser imposible garantizar el éxito y las consecuencias de la aplicación práctica de un prototipo en experimentación de tal magnitud; el carente estudio de los fenómenos sociales alrededor del proyecto y la presencia de una sobrevaloración del mismo por parte de la comunidad científica, concretamente, de quienes lo iniciaron. Como con el concepto de Ciencia Reguladora que postula Sheila Jasanoff [9,10], que refiere a la inminente situación de riesgo, la aparente falta de consideración de los efectos más allá de los puramente económicos y ambientales, donde los gobiernos de las potencias mundiales han determinado los fines prácticos de la ciencia, ajustados a sus intereses políticos en el marco de sus agencias gubernamentales. En definitiva, cada agente social que participa tiene un determinado interés particular, que directa e indirectamente parecen converger en el resultado final: hacer creer al resto de la población mundial, la conveniencia del desarrollo e innovación del proyecto ITER. En esta tesitura, expertos e ingenieros involucrados, generan y entregan informes que no son de dominio público, informando a la sociedad mundial lo positivo y omitiendo mencionar lo negativo, que evidentemente debe existir por la naturaleza del proyecto. De este modo, las agencias gubernamentales de estos países inversores, dictan las pautas, las vigilan y controlan, es decir, marcan las reglas del juego, que en el caso de que se valide el funcionamiento del prototipo, conducirá al establecimiento de nuevas reglas, políticas y regulaciones que afectarán, no solo a sus países, sino a todos en el globo terráqueo. A “ciencia” cierta, no se sabe si se oculta información sobre el riesgo de la radioactividad, pero lo que, sí sugiere ser seguro, es la posible repercusión social que pueda generar a la millonaria inversión, el no contar con la opinión favorable y el soporte que actualmente tiene. Pues, porque como bien sugiere Silvio Funtowicz “actualmente hay un aumento de la consciencia en la sociedad sobre el rol de la incertidumbre en la ciencia, así como en sus aplicaciones” [11], y un proyecto como es el ITER u otros que nacen a partir de éste, pero, con financiación privada como General Fusion (Canadá), Helion Energy, Tri Alpha Energy, Industrial Heat (Estados Unidos), o Tokamak Energy (Inglaterra) [12], podrían perder relevancia y la esperanza depositada dentro de los grupos sociales en cuanto a la actual actividad de investigación científica y desarrollo tecnológico (I+D) en términos ambientales.
Por este motivo, es sensato como sociedad, poner en tela de juicio dicho proyecto, es decir, construir una opinión crítica capaz de apreciar la existencia de un «cóctel» de gobiernos y empresas de diferentes países – potencias mundiales la mayoría-, con una intensa inversión, durante décadas, de dinero y recurso humano, que recluta a los mejores expertos y especialistas. Este último agente humano es el único capaz de construir la máquina, pero también de evaluar y valorar su impacto, lo que resulta grave, ya que las mismas instituciones son juez y participantes, y por una parte invierten en la ejecución del proyecto, pero por otra, valoran el riesgo y la incertidumbre de la trayectoria tecnológica del artefacto y su innovación. El resultado pone de manifiesto una peligrosa tecnocracia, capaz de influenciarse por el determinismo tecnocientífico derivado del principio de autoridad que aún se conserva en parte de la comunidad científica. Esta actitud camicace parece poner en peligro a la humanidad en general, a costa de los intereses de unos cuantos, además de que no resulta justo, en un sistema soberano global, conformado por 194 países -como se ha indicado al principio de este párrafo -, que el único agente involucrado en el juicio y desarrollo de una innovación de tal calibre, sea la voz de los tecnócratas. Los conceptos de tecnocracia y democracia, no resultan compatibles si se llevan a cabo al unísono, más bien se excluyen y se repelen. Por tanto, no solo es importante desarrollar una actitud crítica de la sociedad respecto al avance tecnocientífico y su transformación de la realidad, sino que, esta opinión es legítima y vinculada al carácter soberano de una participación democrática, y es sinónimo de la importancia de la adquisición de cultura científica por parte de la sociedad.
Dentro de la esfera científica, el mensaje de Silvio Funtowicz que postula en la idea de Ciencia Postnormal, sobre la existencia de diferentes opiniones dentro de la comunidad científica es esperanzador pues, no todos los científicos y tecno-científicos van a una sola voz, ahora se cuestionan los unos a los otros [11,13]. El autor consecuentemente, atiende al concepto de Sociedad de riesgo de Beck [14], basándose en el contexto que conforma el rápido avance de la I+D+I, el desarrollo de nuevos sistemas de innovación y su interacción con la sociedad, esta dinámica ha ido generado un estado de incertidumbre en el contexto mundial actual, debido a la falta de transparencia en los datos, la falta de recursos para afrontar estas constelaciones tecnológicas, la falta de herramientas y conocimiento de nuevas tecnologías o por el momento temporal que nos encontramos. Funtowicz, propone para gestionar dicha incertidumbre, la unión y participación de todos los actores comprometidos, involucrados, que sufren, ya sea las consecuencias del indiscriminado desarrollo, como las derivadas de la aplicación en términos de innovación. Estos agentes están capacitados – respecto de sus diferentes niveles –, para participar en el proceso de decisión, desde sus diversos roles; si ellos logran redefinir el problema, no eliminarán la incertidumbre, pero sí podrían mejorar la calidad de la misma [11]. El carácter esperanzador de este comunicado, es comprometer a la sociedad en la reflexión y valoración de los riesgos de la aplicación de la ciencia y la ejecución de megaproyectos tecno-científicos como el ITER y no ser simples actores pasivos ante estos. La consigna es privilegiar la democracia en las decisiones del campo tecno-científico que afectan al planeta, y este propósito no es posible sin una cultura científica de la ciudadanía que construya el juicio individual del ciudadano.
Sin embargo, otra perspectiva que se baraja dentro de la presente investigación surge al observar que no es suficiente que la sociedad se involucre en las decisiones, lo que puede parecer imposible, si no se establecen mecanismos que lo permitan, desde las posiciones de poder, es decir, de las jerarquías superiores y de sus intereses. Finalmente, estos mecanismos sugieren estar teñidos con un carácter provechoso y restan valor a la propuesta de participación democrática ciudadana. Una perspectiva teórica para observar este fenómeno, podría ser la teoría del poder de Foucault que entra en la corriente estructuralista de la sociología. En su libro «Los intelectuales y el poder» habla del entramado de poderes, incluyendo el de los «simples mortales», donde interactúan unos y otros, pero quienes tienen el conocimiento, no intentan sublevarse ante el resto, sino que usan este encauzándolo hacia un destino, sin decir el cómo se llegará a él, y es justo ahí donde estriba su poder [15]. Puede sonar a algo como: “el fin, justifica los medios”; nos encuadran en el problema, nos venden un objetivo, en este caso sería el #7 que aparece en la agenda al 2030 de desarrollo sostenible: “Energía asequible y no contaminante” [16]; finalmente, se los compramos, por tanto, es permisible que hagan lo que tengan que hacer para lograrlo. A modo de analogía, es similar a cuando a un niño pequeño hace berrinche porque no quiere vestir el atuendo que su madre ha elegido para él, en consecuencia, ella opta por dejar sobre su cama tres mudas para que él elija la que quiera, así, brinda al niño la satisfacción de haber elegido – lo que sería su nivel de poder como hijo – aunque en realidad, fue el actor en posición superior – la autoridad, es decir, nivel de poder como madre – quien eligió por él.
Con esto, sin afán de destruir lo esperanzador que pueda resultar el mensaje de Funtowicz, parece injusto que, desde un nivel jerárquico superior se “otorgue” la posibilidad de participación a la sociedad en la toma de decisión. Ya que, un nivel de poder superior que plantea al inferior un abanico de posibilidades de las cuales elegir y así mostrar a la ciudadanía que también tiene su nivel de poder, es una manera de conveniente actuación en políticas públicas y sugieren expresar cierta demagogia para callar a las masas. Por tanto, se manifiesta que el involucramiento de los posibles afectados no debe surgir por cortés “invitación” de quienes han decidido por ellos, debe emanar desde ellos, y la reducción de incertidumbre debe ser el resultado de la preparación, estudio y conocimiento alterno que ellos generen, para que se les confiera poder en un mismo nivel y capacidad para cuestionar. A esta apropiación, digamos del corpus científico, necesario para juzgar el desarrollo, uso y aplicación de la ciencia, se ha referido durante el texto presente como cultura científica, concepto que actualmente es utilizado en torno a la medición del conocimiento científico ciudadano para conformar una actitud crítica y rigurosa, en un marco de ciencia democrática y participativa gracias a las diferentes maneras de aprendizaje y educación. Sin embargo, eso es otro asunto, ya que el sistema educativo también está en manos del mismo poder, y si todos tuviésemos las mismas oportunidades y recursos para formarnos, tendríamos un conocimiento heterárquico en cuanto al nivel, o lo que es lo mismo una cultura científica equitativa, aunque no en especialidad. Por ende, sea por interés o no, cuando son los mismos los que deciden y los que la reglamentan, se produce un fenómeno adoctrinador. En definitiva, la convergencia de la educación con la ciencia, la política y la economía, desde una perspectiva de sociedad de riesgo, donde es legítimo un marco legal y judicial, apunta a ser complicada una regulación ética e igualitaria, capaz de abarcar todas las limitaciones que puedan derivarse de la regularización y normatividad académica, especialmente las consecuencias adoctrinadoras.
¿Cómo regular o cómo normativizar, ya sea para uso académico o para uso innovador, dentro de la economía capitalista para: el proceso de desarrollo tecnológico, la actividad científica, el recurso educativo o un proyecto de tal magnitud como el ITER? La respuesta suena utópica cuando lo dejamos únicamente en manos de la educación, pero se trata de algo esencial el favorecer un proceso de enseñanza-aprendizaje desde los niveles más elementales con valores éticos para vivir en colectividad. De tal modo, que en el futuro los profesionales, científicos y tecnólogos, se desenvuelvan en su trabajo con “buenas prácticas”; aunque siempre habrá algún factor incontrolable, pues en el presente todo es aleatorio y la realidad es impredecible. Por esto, compartimos con Funtowicz, que, si bien no es posible acabar con la incertidumbre, es posible reducirla, y factores como una buena educación universal y accesible para todos bajo un marco ético, puede equiparar los niveles de poder, por lo menos a nivel de conocimiento, que ante proyectos como el ITER son fundamentales.
Quizás por lo pronto, podríamos pasar de lo que sería un monopolio a un oligopolio, como primer avance de la verdad y el conocimiento, promoviendo desde nuestra postura occidental privilegiada, la pluralidad de opiniones y concepciones en la base de una práctica ética. Aun así, existe también el factor de la competitividad en el libre mercado del capitalismo, que abre espacios de innovación donde solo uno puede ganar, en este caso, si pasamos de monopolio a oligopolio, estaríamos frente a un «holding» de los mismos de siempre, que continuarían estableciendo las bases reguladoras. La clave, podría estar, según las autoras del artículo, en una sociedad consciente de los daños que acarrea un sistema centralista y mediante la procuración y adquisición de las herramientas adecuadas, las cuales, pueden provocar un cambio. Insistimos en el rol de una educación sin carácter adoctrinador, que es justamente, tal y como percibimos la manera de adquirir conocimiento actualmente. Hay que comprender, que el conocimiento no es un dogma, por ello debemos aprender de la flexibilidad relativa de la «verdad», comprendiendo la generalidad y el carácter poliédrico de la epistemología del conocimiento, y no simplificando la información a un concepto único académico. Tal vez, desde esta perspectiva tolerante, sensata y consciente derivada del paradigma educativo, a largo plazo también lo haga el paradigma económico y consecuentemente, el tecnológico que nos envuelve.
En conclusión, de lograrse los objetivos de este megaproyecto tecno-científico del ITER con fines de innovación a largo plazo, bajo el dominio de potencias económicas y del conocimiento, con alto impacto en el mundo, pero que, por su costo, será complejo de reproducir en ciertos países. En consecuencia, generará grandes beneficios económicos y ambientales, a unos cuantos, sin embargo, los beneficios sociales no serán iguales para todos. Ya que, incrementará aún más la brecha tecnológica y la desigualdad, eso sin mencionar que, guste o no, esos beneficios son a costa del riesgo, no solo de quienes se involucraron en el proyecto, sino de todos los que estamos montados en la casa común llamada planeta… Si es ciencia gubernamental, transciencia, ciencia reguladora, tecnociencia, qué más da cómo llamarle a este tipo de producción científico-tecnológica, si lo que nos ha de ocupar como sociedad es pasar de ser simples agentes pasivos, observadores y receptivos, a ser agentes activos, con conocimiento, capacidad y autoridad para cuestionar a la ciencia, a la tecnología y a la innovación. En definitiva, es necesario fomentar la cultura científica en el agente no experto, en nuestro caso sería la ciudadanía, para establecer debates enriquecedores entre comunidad científica y sociedad, para una I+D más realista, empática, participativa y sostenible. Así, mediante la apropiación del conocimiento, desde diferentes niveles de complejidad, y, con una educación no adoctrinadora, se consiga acercar a una realidad que rompa con el modelo centralista neoliberal económico, transitando a un nuevo paradigma tanto educativo como tecnológico y educativo menos competitivo y de cooperación.
Referencias
[1] I. L. de Regil, “Ambivalencia tecnológica – Dra. Irma Livier de Regil Sánchez · Jefa de Investigación UNIVA,” Guadalajara, Mexico, 2020. https://www.youtube.com/watch?v=_xZ3Tnl5N18.
[2] I. Comunity, “¿Qué es ITER?,” Francia, 2020. https://www.iter.org/fr/proj/inafewlines.
[3] U. N. A. Estrella and E. N. La, “Iter una estrella en la tierra,” pp. 18–20, 1975.
[4] /DEREK J. DE SOLLAPRICE;TR. JOSE MARIA LOPEZ PINERO, HACIA UNA CIENCIA DE LA CIENCIA. .
[5] A. M. Weinberg, “Impact of large-scale science on the United States,” Science (80-. )., vol. 134, no. 3473, 1961, doi: 10.1126/science.134.3473.161.
[6] J. D. (1954/1957. Bernal, Historia social de la ciencia, vol. II: Laciencia en nuestro tiempo., Ediciones. Mexico, DF, 1960.
[7] J. Echeverría, “De la filosofía de la ciencia a la filosofía de las tecno-ciencias e innovaciones From the philosophy of science to the philosophy of technosciences and innovations,” Rev. CTS, no, vol. 28, pp. 105–114, 2015.
[8] Ecologistas en acción, “El ITER: una fantasía de alta tecnología peligrosa y cara,” Ecologistas en acción. 2005, [Online]. Available: http://www.ecologistasenaccion.org/article2412.html.
[9] S. Jasanoff, Risk management and political culture: a comparative study of science in the policy context, no. 12. 1986.
[10] S. Jasanoff, “Procedural choices in regulatory science,” Technol. Soc., vol. 17, no. 3, 1995, doi: 10.1016/0160-791X(95)00011-F.
[11] S. J. L. L. Funtowicz, “Seminario Cultura Científica y Medioambiente,” UNED, España. https://www.youtube.com/watch?v=llEaRZy0EHI.
[12] “Villoro Publico Vs Privado.” .
[13] S. Funtowicz and J. Ravetz, “2000-Funtowicz-Y-Ravetz-La-Ciencia-Posnormal.Pdf.” 2000.
[14] L. Clarke and U. Beck, “Risk Society: Towards a New Modernity.,” Soc. Forces, vol. 73, no. 1, 1994, doi: 10.2307/2579937.
[15] M. Foucault, “Los Intelectuales y el Poder,” Guaraguao, vol. 22, no. 20, 2006.
[16] ACNUR, “ODS: Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU,” ONU, 2017. https://eacnur.org/es/actualidad/noticias/entidades-publicas/ods-objetivos-de-desarrollo-sostenible-de-la-onu?&tc_alt=47342&n_o_pst=n_o_pst&n_okw=_b__c_52693938160&gclid=Cj0KCQiA8dH-BRD_ARIsAC24uma3IF57NtiwGhwGAFcaTay4R_1bGBVrdT5tWSd38rv7Ur0ZuOnQScoaAvDyEALw_wcB.