Regina Solis Mancilla · Estudiante de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación, UNIVA
Guadalajara
“Échale ganas” parece ser el lema de todos los mexicanos. Antes me enojaba cada vez que alguien me decía que le echara ganas, como si solo con eso pudiera seguir adelante.
Me parecía absurdo. ¿Cómo puedo simplemente “echarle ganas” en un país tan violento, tan injusto y corrupto, y pensar que eso me permitirá cumplir mis sueños o, al menos, llevar una vida digna? “Echarle ganas” no era más que un dicho vacío que alimentaba la falsa ilusión de que la meritocracia existe, esa idea de que, si trabajas lo suficiente, el éxito está garantizado. Pero la realidad en México demuestra lo contrario: no importa cuánto te esfuerces si factores como el nepotismo, las injusticias sociales y el clasismo siguen decidiendo a quién le va bien. ¿De qué sirve “echarle ganas” si parece que todo está en nuestra contra?
Entonces entendí: a la mayoría de los mexicanos nos toca “echarle ganas” porque es la única forma de mantenernos motivados en un país tan hermoso como injusto. Es lo que nos han enseñado por generaciones. Es lo que mantuvo a mi papá vivo, lo que le permitió trabajar y cuidar a su familia. Lo que lo hizo levantarse todos los días a las cinco de la mañana para ir al matadero, desangrar pollos, venderlos y repetir el ciclo día tras día. Estaba exhausto, pero lograba lo mínimo para mantener a su esposa y sus tres hijos. No fue fácil; significó no poder verlo todo el tiempo, y eso provocó que nos distanciáramos poco a poco.
“Echarle ganas” también es lo que mantuvo a mi abuelo firme en su empeño por dejar un legado para que sus hijos pudieran trabajar y salir adelante. Era lo que lo motivaba a levantarse a las cuatro de la mañana cada día, a dormir en cajas de plástico para vender pollo en el mercado y sacar adelante su negocio, aunque eso lo desgastara y lo alejara de su familia. Lo que sostuvo a su padre, y al padre de su padre, y así sucesivamente…
Es un ciclo interminable de esfuerzo para intentar darle a tu familia una vida digna, mientras te consumes en el proceso. Es un cansancio mortal, pero ¿qué más puedes hacer? No puedes dejar de trabajar. La familia necesita comer, tener un techo; los hijos necesitan estudiar y salir adelante, aunque eso signifique que tú te pierdas poco a poco en el intento.
Así que, “échale ganas”, porque es la única forma de sobrevivir en este país. Para los mexicanos, “echarle ganas” es ser resilientes; es una forma de resistencia.
Te amo, papá. Perdóname por juzgarte tanto, por no entender que todo lo que hacías era por nuestro bien y por el tuyo. Sé que eres una buena persona y que no paras de trabajar porque así te educaron; lo haces sin mala intención. Ahora comprendo que, aunque “echarle ganas” nunca me pareció suficiente, es tu manera de amar, de resistir y de seguir adelante.
Pero, ¿hasta cuándo seguirán siendo suficientes el sacrificio y la resistencia individual si las estructuras de poder continúan igual de corruptas e inalcanzables? No lo sé. Tal vez “echarle ganas” no baste para cambiar el sistema, pero tampoco podemos quedarnos inmóviles. ¿Qué más podemos hacer, además de seguir luchando, para que algún día esa batalla ya no sea en solitario? Para que el esfuerzo de nuestros padres y abuelos no sea en vano y podamos construir un país donde “echarle ganas” sea un camino hacia algo más que solo sobrevivir.