Berenice Reyes Beltrán · Cofundadora de Mat Crianza A.C., asociación para la maternidad, crianza y neurodiversidad
Es la Semana Internacional del Parto Respetado, un evento planeado por meses, todo un fin de semana lleno de actividades para toda la familia, en el que, por supuesto, no puede faltar las conferencias. Las ponentes (por supuesto mujeres madres) están listas, viajaron desde otros estados con sus hijos y esposos; otras “organizaron” su red de apoyo para tener quién las apoye con sus hijos.
Llega el momento de la primera ponente, sus dos hijos están detrás de ella jugando y saltando, discretamente les llama la atención y una organizadora le dice, déjalos, son niños. Ella se sonroja y con una sonrisa, entre dientes le dice al esposo llévatelos, ya voy a empezar. Pero él no se mueve, los niños siguen y ella de nuevo hablando en tono normal le dice: amor, ¿me ayudas? Ya llévatelos, ya voy a empezar. Por el momento se van, pero en cuanto termina su charla, todos regresan. Y ella, que quiere participar del resto de las conferencias, hacer uso del micrófono y comentar, se ve siempre rodeada de niños que le piden algo, le enseñan algo o le llaman –mamá, mamá– mientras ella hace uso de la palabra.
¿Alguna vez has visto a un hombre pedirle a su esposa que se lleve a los hijos para que él pueda empezar con su conferencia? Espera, ¿alguna vez has visto un congreso de puros hombres, donde haya niños?
Un par de horas después estoy sentada en un restaurante rodeada de 3 mujeres impresionantes, con un currículo increíble, hablando de ensayos, tesis e investigaciones. La plática es interrumpida por la llamada de mi esposo a quien esperaba ver en el mismo restaurante desde hacía minutos. No puede llegar porque no encuentra ropa para vestir a la niña.
Pero la cita era a las 3 p.m. y la niña, que ya estaba vestida, se quedó con él desde las 12, entonces, ¿por qué no había podido llegar a tiempo?, ¿por qué necesitaba cambiarla?, vamos, ¿por qué esperaba que yo resolviera a larga distancia?
Suena el teléfono y el esposo número dos está llamando a la escritora de la mesa, parece que tampoco puede salir de la casa con el bebé y le pide que sea ella quien vaya a recogerlo para llevarlo a donde ella ya estaba desde la mañana y donde ya habían acordado verse.
Ella incrédula le pregunta, ¿por qué no puede llevarlo?, ese era el acuerdo. Él responde –si quieres que el niño vaya, vas a tener que venir por él, yo no voy–.
¿Por qué cambió los planes?, ¿por qué la hace moverse de donde estaba, dejar de comer e ir por su hijo para participar del evento al que previamente ambos lo habían inscrito?
En medio de la llamada aparece el papá número tres con sus hijos muy arreglados y bonitos para entregarlos a su mamá que, también estaba en la mesa con nosotros esperando para llevar a sus hijos a una carrera en bicicleta, pero, ¡oh sorpresa¡, la niña viene en vestido y con
sandalias, al preguntarle al papá porque no llevaba tenis, respondió, – no sabía que necesitara ir con tenis – (a una carrera en bicicleta).
¿Realmente no sabía? Y cuando se le mencionó, ¿por qué no hizo algo al respecto?, es más, ¿por qué no reaccionó ni con un parpadeo? Y simplemente lo convirtió en el problema de ella.
Las mamás somos increíbles, podemos todo, somos superpoderosas, conocemos a nuestros hijos mejor que nadie, sabemos dónde está todo lo de la casa, los horarios, los códigos de vestimenta, etc. Las mamás no nacen, se hacen. Ninguna tuvimos idea de qué hacer, pero no tuvimos opción, el bebé llorando te hace aprender.
Las horas en vela, los brazos cansados, las hormonas que socialmente en lugar de ayudar estorban, nunca han sido una excusa para no saber o no poder porque, si no somos nosotras, ¿quién?
Y nosotras todopoderosas que sabemos todo, resolvemos. Pero, ¿hasta dónde? ¿Hasta dónde le debes dejar a tu pareja la responsabilidad de convertirse en papá?, ¿hasta dónde vas a lidiar con la incompetencia estratégica y permitir esa manipulación encubierta para que seas tú quien siempre haga todo?
Esa comida, en ese restaurant pronto se redujo a la crianza, a la pareja, a la maternidad, y sin darnos cuenta, las investigaciones y las charlas intelectuales salieron por la puerta, y el llanto y el mal sabor de boca causado por la soledad de la crianza e incluso el divorcio se sentó a la mesa.