Cristina González Martínez · Alumni de la Licenciatura en Filosofía UNIVA Online
En el calendario abundan los días de las celebraciones: las numerosas fiestas patrias, las religiosas, la del niño, la de los abuelitos, la de los enfermos de sida, la del padre, la de la madre y muchas más, sin embargo, no se encuentra ningún día en el cual de manera especial se recuerde el privilegio de vivir.
El día que se celebra a las madres bien podría celebrarse la vida, puesto que en el vivir presente está alguien que dijo: sí, acepto ser madre.
Esas mujeres que con ilusión festejan la noticia de estar embarazadas encabezan la lista, pero no son ni las únicas, ni las de mayor reconocimiento; también están aquellas que no queriendo un embarazo, acogieron la vida del hijo en sus entrañas, no importando si esa vida fuera fruto de una noche de copas, de un descuido o de una violación; cuidaron a ese pequeño en su vientre durante nueve meses, alimentándolo con su propia sangre, cuántas veces a costa de su comodidad, de su estigma social, de cualquiera que fuera la problemática que hubieran de enfrentar, dieron a esa persona la oportunidad de vivir su propia vida.
Pero también hay mujeres que, no pudiendo transmitir la vida recibida, adoptan aquellas vidas de quienes no contaron con la dicha de que su madre biológica los atendiera y acompañara en la gran aventura de vivir.
Y qué decir de quienes en hogares sustitutos, se convierten en madres de vidas huérfanas que aprenden a vivir gracias a ellas.
No se han de dejar del lado las abuelas y las tías, que viven pendientes de la vida de sus nietos y sobrinos, procurándoles no sólo lo materialmente necesario, sino, sobre todo, ayudándolos a encontrar el sentido de sus vidas.
Finalmente, están todas aquellas mujeres abiertas a la vida, dispuestas a acoger la que llegasen a engendrar o bien tuvieran la oportunidad de atender y cuidar, son los signos de esperanza para nunca dejar de celebrar la vida.
¡Gracias a todas y cada una de ellas!
