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Apología al silencio

Tejuino Nájera

 

Quiero iniciar con un sinsentido natural con respecto al título.

Una nimiedad aislada dependiente al apego evitativo que tengo con la palabra.

Una ciudad, vacía por vacaciones decembrinas, y yo, tenemos en común, muchas veces, bastantes cosas. Un enorme espacio pavimentado por alguien más, muchas luces de colores, afluencia de tráfico variable y la inevitable sensación de que el vacío es más grande que la suma de todas las personas que pueden ser albergadas en él, son compartidas.

El sentir el espacio desperdiciado, el desear que se quede así, el miedo al monstruo del regreso y la aversión natural a mi amada nueva normalidad, han sido la herramienta numerada con la cual he basado mi vida, mínimo los últimos 20 días de ella.

Ansiando el tiempo a solas, me vi en la obligación de seguir con el precepto convencional de conseguirme compañía para poder llevar el tiempo conmigo; la repugnante necesidad de escuchar voces ajenas para de esta manera poder guardar la mía, siempre me ha resultado dolorosamente reconfortante, los autores que dan vida a mi historia muchas veces debaten el hecho de volverla una comedia musical, un drama latinoamericano o un documental autobiográfico. El piloto automático que se jacta de nunca recibir órdenes, se encuentra llenando su boca de súplica, porque necesita que alguien le diga qué hacer, acongojado por su propia sed de mando; al mismo tiempo, se encuentra en una batalla estoica con el cúmulo de buena onda que nace con un vaso de tejuino con nieve, el cual, resulta repugnante e ingrato en época de invierno.

Usualmente, escribo desde la ilusión y de la promesa que hice con una persona a mi alrededor, busco inspiración en las cosas que me pasan todos los días y al mismo tiempo encuentro en las letras, nuevas maneras de darles un orden, para vivir algo distinto de lo que pueda escribir después, esta ocasión, es diferente, no tengo ninguna vivencia que me provoque algo nuevo, el buscarla, ansiarla, y, muchas veces, pelearla con recelo para obtener nuevas respuestas, resulta agotador; como tener que despertarse todos los días a las 5:00 a.m. para irse a trabajar, sin embargo, cuando la palabra no llega, lo único que me queda es revolver, revlover, levrover, perderme, volverme espiral, tirar dados sin número, sin sentido, sin vocales, un mar de consonantes, que a su vez comparten lo mismo que yo y la ciudad en vacaciones decembrinas.

Las vocales se me pierden en mi búsqueda de adjetivos que adornen pronombres impersonales -los cuales-, soy propenso a olvidar que también pueden fungir como sujetos, en búsqueda de predicado.

El intentar ordenar mi crucigrama mental, siempre faltante de pistas, me provoca un hambre, la cual puede ser saciada únicamente con periodos atemporales de inanición, cuando el silencio se me hace presente en gritos, me doy cuenta de que una bestia amorfa adornada de conceptos, irónicamente no vacíos, no se llega a comparar ni con cuervos, ni con cucarachas que atormentaban a otras marionetas, mucho antes de que yo tomara su estafeta de vacíos, para seguir la tormentosa, pobre y cíclica manera de escribir.

La historia se volvía caníbal, conforme más buscaba escribirla, más me daba forma, las palabras mientras menos pensadas, más fluidas y entre más fluían, más callaba, y entre más callaba más me perdía, y entre más me perdía, más me encontraban, entre más me encontraban más huía y conforme más huía, más nacían delirios de persecución, mientras más me alejaba, más cerca los sentía, mientras más sentía menos pensaba y entre menos pensaba, menos me perdía y entre menos me perdía, menos me encontraban, y si no me encontraban, menos callaba y entre más hablaba, menos fluían y mientras menos fluían, más pensaba y entre más pensaba, menos buscaba y entre menos buscaba la historia alguna vez caníbal, moría saciada de inanición, y mientras la historia moría, yo tomaba control y tomar control de la historia me hizo darme cuenta de que el único caníbal era yo.

Que todas las historias de monstruos eran reflejo, no del autor, no de la vida, no de las experiencias, sino, de una batalla sempiterna que ocurre con el silencio, que de una manera estridente pedía a gritos una muerte violenta, porque, tal vez, por un instante la finalidad del silencio no es nunca perseverar, trascender o reinar (como todo en este mundo), cual piñata de posada, es terminar hecho añicos, entre gritos, tumultos y convivencia social.

Porque el único monstruo que habita en él es la ansiedad.

La aspirina, el güisqui, la musa, el corazón roto, el orgullo, la vergüenza, la libido, lo prohibido, lo sacro, la oración, lo blasfemo, lo divino, lo humano.

El silencio reina y el monstruo con él ruge, esperando a que aceptemos, que al final del día, solamente somos tú, lector y yo, catalizador, es decir, nada.

P.D. Nunca había disfrutado tanto el hecho de tener plena conciencia, que esta caja de comentarios debajo de mi firma se va a encontrar vacía, porque si bien, pude matar al monstruo fuera de mí, reconociendo que soy él, hay paz, como es espero vehementemente lo tenga la muerte, pensando que, aunque haya podido hablar, se hará presente en esta misma página web, debajo, confirmando, que tal vez… Sí reina.

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