
María Cristina González Martínez · Alumni de la Licenciatura en Filosofía, UNIVA Online
A lo largo de la historia, la comprensión de la dignidad humana ha sido objeto de numerosos malentendidos y distorsiones. En las primeras etapas de la humanidad, el hombre primitivo parecía tener menos conflictos al respecto. Las responsabilidades entre hombres y mujeres se dividían de manera natural, basándose en las cualidades y capacidades de cada uno, en lo que parecía ser una cuestión de sentido común. Sin embargo, con el desarrollo de las sociedades civilizadas, en lugar de avanzar hacia un mayor reconocimiento de la dignidad inherente a cada ser humano, se produjo un lamentable retroceso.
Este retroceso llevó a medir la dignidad de una persona por características superficiales, como el color de la piel, lo que resultó en graves errores e injusticias. Uno de los ejemplos más flagrantes de esta equivocación fue la esclavitud, que deshumanizó a las personas de piel negra e indígenas, considerándolas seres inferiores. De manera similar, se sometió a las mujeres, llegándolas a tratar como inferiores a los hombres, privándolas de derechos fundamentales.
Los grupos de poder perpetuaron estas injusticias, relegando a la mujer al rol de objeto de pertenencia del hombre, limitándola a la procreación y al ámbito doméstico. En culturas como la china, la mujer estaba sujeta a «tres obediencias»: al padre, al esposo y a los hijos varones. Su valor se medía a través de cuatro virtudes: modestia, lenguaje adecuado, vestimenta correcta y habilidades domésticas.
Con el paso del tiempo, otras personas y grupos también han visto negada su dignidad por no encajar en modelos sociales considerados aceptables. Este rechazo se ha extendido a homosexuales, drogadictos, personas en situación de calle, delincuentes y quienes ejercen actividades como la prostitución. Estas actitudes son un grave error, ya que la dignidad de la persona no depende de sus actos o circunstancias, sino de su condición intrínseca como ser humano.
La dignidad es inherente a toda persona simplemente por ser humana. No existe una jerarquía de dignidad, ni siquiera en casos de comportamientos cuestionables. Si bien los actos pueden ser juzgados, la dignidad nunca debe ser menospreciada.
Desde una perspectiva cristiana, la dignidad humana encuentra su fundamento en nuestra condición de hijos de Dios, criaturas llamadas a la comunión con su Creador y a la santidad. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica:
«La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios» (CEC, n.º 27).
Ante estas realidades, los católicos están llamados a responder imitando a Jesucristo, quien, en su tiempo, rompió con las normas sociales que desvalorizaban a ciertos grupos. Jesús trató a las mujeres, los niños, los leprosos, los cobradores de impuestos y otros marginados con respeto, compasión y dignidad. En un contexto donde las mujeres eran consideradas poco más que objetos de protección, Él las dignificó de manera extraordinaria.
Siguiendo el ejemplo de Cristo, estamos llamados a construir una civilización basada en el amor, el respeto a la vida y el reconocimiento del valor intrínseco de cada persona. Nuestro compromiso social debe estar orientado a dignificar al prójimo en cualquier circunstancia y a ser reflejo del amor de Dios en nuestras condiciones concretas de vida.
Referencias:
Catecismo de la Iglesia Católica (1993); Primera parte; La profesión de la fe, nos. 26-30; San Pablo; Santa Fe de Bogotá, D.C.
HOAC DSI (2019). La dignidad de la persona [Video]. Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=rsvGSBjXu-k&t=96s
José Antonio Cinco Panes (2015). La dignidad de la persona, a la luz del DSI [Video]. Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=oODenx2503I&t=127s
Pontificio Consejo “Justicia y Paz”. (2005) Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Madrid: B.A.C.
Víctor Deossa ¿La dignidad se puede perder? Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=w_HTJQoXeR0