Diego Antonio Calderón Villanueva “Rollo” • Pasante de la Licenciatura en Psicología
Déjenme decirles, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor
-Ernesto Guevara
Desde que leí esa frase, escrita en uno de los ensayos del Che acerca del hombre nuevo, se quedó impregnada en mí ser, y se convirtió en guía de muchas de mis acciones. Sin embargo, la primera impresión de la misma, como bien mencionara el autor, podría resultar graciosa y compleja de comprender, ¿cómo podemos hablar de una revolución que parta desde el amor?, para empezar, ¿qué entendemos por “amor”?
A lo largo de la historia de la humanidad, esta ha sido una interrogante que acompaña a la existencia del ser humano. Múltiples filósofos, artistas, científicos e inclusive religiones, han propuesto diversos acercamientos para intentar responder a este cuestionamiento, dependiendo del contexto cultural y de la época. Para intentar dilucidar un poco, me di a la tarea de buscarlo en la RAE, encontrándome con que una de las definiciones es: “Sentimiento de afecto, inclinación y entrega a alguien o algo”.
Al escuchar la palabra “amor” puede que lo primero que se nos venga a la cabeza sea aquel amor romántico del que hablan los poetas, y del que me gustaría rescatar la imagen, de que este tipo de amor, es móvil suficiente para hacer hasta lo imposible por el ser amado; empero, no es el único. Por su parte, el psicólogo Erich Fromm, en su libro “El Arte de Amar”, en el que aborda la capacidad del ser humano, no de ser amado, sino de amar, es decir, del amor como actitud; menciona que el amor es la forma en que una persona se relaciona con el mundo como totalidad y varía de acuerdo con el objeto amoroso, por lo que establece el amor fraternal, el amor materno, el amor erótico, el amor a Dios, y el amor a sí mismo.
Ahora sí, volviendo a lo que nos compete, ¿por qué hablar de una “revolución del amor”? Actualmente, procurando no caer en la generalización, podría decirse que vivimos una enajenación de nosotros mismos, de nuestros semejantes y de la naturaleza. Es decir, vivimos desprendidos de nuestro entorno, distraídos en una rutina de trabajo exhaustivo, y el consumo pasivo de entretenimiento y “diversiones”, que alejan nuestra atención de uno de nuestros deseos más humanos, que es la búsqueda de ese vínculo con lo que nos rodea. No existe una inclinación sincera, puesto que estamos bajo el yugo del paradigma de “intercambio capitalista”, en el que la postura es un: “Doy, en función de lo que me den”, estableciendo así, cierta distancia de por medio. No hay un compromiso sin garantías; una verdadera entrega y preocupación por el otro, por el mundo, y por uno mismo. De hecho, la reciente crisis global, nos llevó a frenar de golpe y ha fungido como voz que susurra en nuestro oído en un intento de despertarnos de la inconsciencia en la que hemos estado.
Retomo pues, la idea del amor poético, en el que uno es capaz de bajar el cielo y las estrellas, no por el hecho de hacerse digno de amor, sino por saberse capaz de amar; para incitar a la revolución del amor, es decir, superar la “separatividad” en la que estamos inmersos, por medio de la experiencia de la unión; estableciendo lazos y comprometiéndonos con causas que nos permitan expresar ese amor propio, al otro y al mundo. Convertirnos en apasionados de la vida.
He aquí donde radica la revolución.