Dr. Fernando Sánchez Martínez • Docente UNIVA Plantel Guadalajara
La participación es uno de los principios de la Doctrina Social de la Iglesia que tiene como función establecer los marcos de relación entre la sociedad mediante la cual cada uno de sus ciudadanos puedan ejercer de manera libre y responsable aquellos derechos que implican el trabajo colaborativo en la búsqueda del bien común.
En la actualidad, la participación como principio rector de la democracia, se ha visto desplazada por el presidente de la República como una manifestación claramente limitada o restringida, ¿en qué sentido? Desde el diálogo que como dinámica interna de construcción social no a funcionado como debería, sino todo lo contrario, los señalamientos, juicios político – televisivos ante quienes piensan diferente, son diferentes, participan de la vida social y política de manera diferente, los que llevan a cabo acciones en favor de la sociedad en general pero, fuera de los marcos establecidos por el oficialismo de manera diferente, son desde esta perspectiva, confabuladores, hipócritas, enemigos del Estado, tal pareciera que no son ciudadanos con derecho a manifestarse, a construir de manera distinta, a colaborar en la democracia como oposición para contribuir a la vida política, cultural y económica del país.
Esto es sin duda, una situación grave para el contexto mexicano, ya que, si es imperativo “un fuerte empeño moral, para que la gestión de la vida pública sea el fruto de la corresponsabilidad de cada uno con respecto al bien común” (DSI, 189), la corresponsabilidad quedará mermada como consecuencia de la incapacidad de dialogar, construir juntos, trabajar juntos en la búsqueda de una sociedad más justa, más solidaria.
Ello con menoscabo del bien común y todo lo que esto implica, acabar con la pobreza, la búsqueda de una educación de calidad inclusiva, la reducción de las desigualdades, el acceso a los servicios de salud, la reducción en el uso de combustibles fósiles que habla del compromiso con una ética intergeneracional en cuanto al cuidado del medio ambiente, entre otros problemas sociales.
De ahí la importancia del empeño moral para mejorar las condiciones sociales, salvaguardar la democracia y la dignidad de la persona, por lo que, desde una visión cristiana de la vida, la responsabilidad cívica implica interesarse por las cuestiones trascendentales que aquejan al país, ser escuchados, el trabajo colaborativo, el diálogo, la comprensión de las diferencias culturales, religiosas, políticas, sociales, superando los obstáculos para la participación solidaria en comunidad.
Por lo que, como seres humanos, somos iguales, pero diferentes al mismo tiempo, he ahí la riqueza no solo democrática, sino cultural, religiosa, social: la diferencia.
Publicado en El Semanario Arquidiocesano de Guadalajara del domingo, 8 de noviembre de 2020.