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José Ángel Rodríguez Romero • Alumni Ciencias y Técnicas de la Comunicación

 

Ha llegado esa tormenta inesperada e inevitable que trae consigo un mar de dudas y un par de visitantes de otro planeta, ¿cómo habrán llegado aquí? ¿Ellos eligieron en que momento estar? ¿Eligieron camuflarse entre la lluvia y dejarse arrastrar por la corriente hasta llegar a este lugar? No lo sé, y creo que nunca lo sabré. Sólo sé, lo disímiles que son ante la multitud. Su alegría depende de sí mismos, les hace feliz la tierra, el sol, el viento y una caja de cartón. Su corazón es puro, es auténtico, es suyo y de nadie más. Jamás juzgan el tiempo ni el espacio ni aquellos que lo habitan, habitaron o habitarán, su amor es incondicional, no conocen de eternidad, no hay cielo ni infierno, no hay principio ni fin, sólo lo que fluye, se siente, se huele y se ve.

Comienzo a cuestionar a aquel que tan seguro estaba de la vida y que creía que con creer era suficiente para navegar en aguas profundas y poco agitadas; aquel se ha perdido, el naufragio ha comenzado, que alguien lo salve que sin brújula no se navega, el GPS esta también desactivado, y creo que ni siquiera sabe utilizar el timón, alguien le dijo alguna vez –¡todo lo que creas lo puedes lograr!– y él respondió –¿todo? Pero ¿cómo? Y si yo no sé volar, por ejemplo– consciente de lo que decía, respondió a ese alguien, el cual le replicó –te dije que todo y que nadie te refute lo contrario–. Y aquel siguió su camino con aquella creencia, aunque aquel sabía que por naturaleza no era posible y que si le hubieran dicho lo contrario no se habría disgustado, decidió creer y seguir hasta perderse en el naufragio.

Nadie puede estar tan perdido como el que dejó su confianza y dignidad en 4 paredes, casa, cantina, escuela, oficina. Como aquel que entregó su corazón sin saber para qué servía. Qué importa ya, una vez que se pierde la confianza en sí mismo, se pierde el entusiasmo y con ello la parte del cerebro encargado de crear y construir se desactiva, igual que una aplicación sin internet, simplemente no funciona, sin importar que haya sido creada por Alan Turing o Mark Zuckerberg.

–Espera… no te rindas aún–, se dijo aquel a sí mismo y continuo –es verdad que sabías que no todo lo que creías podías, ni que todo lo que podías es en lo que creías. Pero ¿Recuerdas a aquellos visitantes de otro planeta y la simplicidad con la viven?, cuídalos, ámalos y aprende de ellos, que son más sabios que tú y todos los que has conocido, sin ni siquiera haber leído a Sócrates, Platón o Aristóteles. Entienden que cada momento de la vida es valioso, disfrutan sin placer, aman sin condición y viven sin preocupación.

Quiero dedicar este texto a los niños, sea cual sea el rol social que tengan, su sabiduría es infinita, basta con observarlos e interactuar con ellos un par de minutos para darnos cuenta qué es la felicidad. De alguna manera intento describir aquellos momentos de frustración en el que todos nos encontramos alguna vez y cómo es que podemos salir de esos momentos observando, recordando o interiorizando con nuestro niño; hijos, sobrinos, niños de la calle o a quien nosotros queramos elegir para poner los pies en la tierra.

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