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Crónica: Frida Kahlo

José Daniel Meza Real • Coordinador de Calidad Académica del Sistema UNIVA

 

-¿Cómo está?- Preguntó el padre angustiado mientras se acercaba al médico.

-¿Es usted familiar?- reviró la pregunta el doctor mientras lo veía por sobre sus anteojos sin levantar la cabeza del parte médico que sostenía en sus manos.

-Soy su papá- respondió mientras extendía su mano y añadió -mucho gusto, Guillermo Kahlo.

Entre voces que llenaban el quirófano e imágenes confusas de hombres y mujeres con batas azules y cubrebocas, una luz la hizo despertar de un sueño de dolor, y fue entonces con un grito que abrió sus ojos por primera vez. Ahí en ese momento con múltiples fracturas de columna, y un tubo de acero atravesando su matriz una niña impetuosa y sumamente inteligente volvió a nacer como una mujer destinada a cambiar al mundo desde el propio surrealismo de su vida.

Frida Kahlo de ascendencia alemana por su padre y mexicana por su madre, era originaria de Coyoacán en el Estado de México, aunque si hubieran sido un poco más meticulosos en el registro civil se hubieran dado cuenta de que ella era una mujer que pertenecía a todo México y viceversa, y si por esa paja burocrática habría que delimitar el espacio, simplemente hubiéramos visto en el renglón destinado al lugar de nacimiento, “la casa azul”.

Para renacer primero hay que morir y fue en una de las habitaciones de este lugar lleno de magia, donde Frida murió, pero solamente de espíritu, todo provocado por el perpetuo claustro en que la mantenían con un sin número de yesos que rodeaban su cuerpo. Frida se caracterizaba por tener un carácter fuerte y si su yeso la mantenía en una prisión física era hora de liberar su mente más allá de todas las fronteras que el conocimiento humano podía comprender.

Atrapada en su cama y con dolores que le impedían moverse, Frida recordó las técnicas de grabado que le había enseñado su padre en el estudio de fotografía para comenzar una serie de experimentos en óleo y acuarela. Después de varios intentos, en septiembre de 1926 terminó “Autorretrato con traje de terciopelo”, un cuadro desesperado que hizo para atraer el amor de su entonces novio Alejandro, quien la había dejado por una sospecha de infidelidad; el intento fue inútil, el cuadro era magnífico, pero su apasionado corazón era tan fuerte e intenso que no podía pertenecerle a cualquier hombre que no sintiera el mismo fuego interior.

Dos años más tarde Frida Kahlo salió de su prisión y entró a su nuevo mundo. Caminando tan rápido como le permitían sus piernas y su columna de una recién nacida, ingresó al partido comunista y conoció a Tina Modotti una famosa fotógrafa norteamericana que mantenía relaciones amorosas con un tal Diego Rivera, que en ese entonces dedicaba su tiempo a pintar un gran mural en el Ministerio de Educación Pública. La aún adolescente y pintora amateur sentía que una fuerza extraña la atraía al pintor aún sin conocerlo personalmente, por lo que decidió plantarse en la base de su andamio con un óleo entre los brazos.

Mientras Rivera ignoraba sus 136 kg en lo alto de los andamios, uno de sus trabajadores le comentó que una muchacha lo quería ver en la base de la torre para que le diera su opinión sobre una pintura; sin poner mucha atención ante la ridiculez de pensar que bajaría desde lo alto solo para ver a una admiradora más, respondió a su asistente – dile que lo deje ahí y luego lo reviso-.

Cuando el recado fue entregado, Frida se sintió indignada por el rechazo evidente y sin moverse ni un centímetro grito dirigiéndose al pintor:

-¡Panzón! Ven para que discutamos algo-.

Diego volteó a verla y sonrió tomando la imprudencia con humor

-Estoy trabajando, sube-.

Frida miró con nostalgia el bastón que portaba para poder caminar y llenándose de coraje le respondió.

-No, tú baja-.

Diego quedó cautivado ante el carácter de esa adolescente que al contrario de las otras mujeres le hablaba con sinceridad y fuerza más allá de colocarlo en un pedestal e idolatrarlo. Veía en sus ojos que ella era la única que iba a poder amansar al semental.

El muralista la exhortó a que siguiera pintando y ese encuentro quedó marcado en la historia y en las paredes del Ministerio de Educación Pública, ya que el rostro de Frida se encuentra plasmado en un rincón del mural “Balada de la revolución”.

El 21 de agosto de 1929, el Ayuntamiento de Coyoacán se llenó de euforia y conmoción ante un espectáculo digno de los cuentos fantásticos de Disney; en una de las salas un juez casaba a un enorme mastodonte con un delicado pajarito. Diego de 42 años, 1.86 m y 136 kg después de firmar se inclinó para levantar en sus brazos con toda su brutalidad y cariño a la pequeña Frida de 22 años, 1.60 m y escasos 42 kg, incluyendo los 5 que pesaba su folclórico y colorido vestido lleno de flores.

Su madre naturalmente no estaba de acuerdo con la unión al verlos tan distintos, sin embargo, esa abismal diferencia sólo era la superficie que envolvía dos almas gemelas separadas al nacer.

La vida artística no se hizo esperar para la pareja de recién casados, justo un año después de la boda viajaron a San Francisco donde a Rivera le fueron encargados ciertos murales, ahí Frida se sentía plena, no sólo por conocer una gran ciudad fuera del país, sino porque vivía al máximo la vida de artista y se codeaba con los más importantes creativos del siglo XX, entre los que destacaban los fotógrafos Imogen Cunningham, Ansel Adams y Edward Weston; el mecenas Albert Bender, el escultor Ralph Stackpole y el pintor Arnold Blanch y su mujer Lucile.

El ambiente artístico en el que vivía la pintora mexicana, la impulsó rápidamente a presentar sus propias obras llenas de folclor y un estilo que con los años se volvería representativo de toda una nación. En 1931 presentó en la “Sexta Exhibición Anual de la Sociedad de San Francisco de Mujeres Artistas”, la primera muestra pública de su trabajo, un doble retrato titulado: “Frida y Diego Rivera”, inspirado en una fotografía de su propia boda.

Sin embargo, no todo era miel sobre hojuelas, esta vida que la llenaba de plenitud se veía siempre opacada por la huella de su pasado que, como una losa que caía con todo su peso sobre ella, la atormentaba con insoportables dolores en su columna y su pierna, por lo que tuvo que interrumpir su pedacito de paraíso para ser hospitalizada por el doctor Leo Eloesser, un famoso cirujano que era amigo de Diego y que a partir de ese momento y por el resto de su vida se convirtió en su médico de cabecera.

El 4 de julio de 1932 Frida observaba los juegos pirotécnicos que llenaban de luz la habitación donde estaba enclaustrada en una cama que se ceñía a su cuerpo como unos grilletes que no la dejaban ser libre; la gente estaba de fiesta, gritaba, bailaba y reía mientras ella lloraba en la oscuridad con las manos sobre su vientre. Ese día Frida fue hospitalizada por un segundo aborto, tal parecía que su descendencia quedaría solamente plasmada en sus cuadros.

Diego era conocido por ser un hombre de muchas palabras, un seductor nato y que no tenía límites en sus relaciones amorosas, era el único vicio que casi llegaba a la altura de su arte, Frida lo sabía y hasta cierto punto lo aceptaba, sabía que aunque estuviera con muchas mujeres al final del día era con ella donde se quedaba su corazón. Sin embargo, hubo una traición que no pudo soportar y era el hecho de compartir su propia sangre, que Diego estuviera con una versión diferente de ella: su hermana Cristina.

Después de este suceso, la pareja se separó y Frida se mudó del estudio en San Ángel diseñado especialmente para ellos y que consistía en dos casas unidas por un puente. Ahora ese puente se rompía y era imposible sostener la estructura de su vida juntos.

Para el año de 1935 Frida viajó a Nueva York con Annita Brenner y Mary Schaphiro, ahora como una artista consolidada no solo vivía de su trabajo y para su trabajo, sino que se codeaba con las grandes personalidades de ese mundo bohemio. Pero, aunque su vida era la pintura, a su corazón y su alma desbocada e intensa no le eran suficientes los cuadros para liberarse para expresar esa profunda pasión que guardaba dentro de sí. En ese mismo año se reconcilió con Diego y regresó a la casa de San Ángel, esta vez para probar un nuevo método que era vivir vidas independientes.

Viviendo ambos en México, la pareja de pintores no dejaba de codearse con las grandes figuras internacionales del arte y de la política. Eran comunistas hasta lo más profundo de sus ideales y no sólo eso, sino que defendían dicha causa a capa y espada, por eso en 1937, después de que León Trotsky fuera exiliado de su país llegó a ese lugar lleno de magia, ese lugar que pareciera pertenecer a otro mundo y que latía por sí mismo siendo el corazón del arte: La Casa Azul de Coyoacán.

La grandeza y el conocimiento se manifestaban como una fuerza magnética que atraía a otras fuerzas iguales; esta fuerza muchas veces se confundía con la locura o la rareza, otros la calificaron como arte, una de esas personas fue André Breton, que al llegar a México con la intención de conocer a Trotsky se topó frente a frente con un cuadro sin terminar de Frida Kahlo llamado “Lo que el agua me dio”, un autorretrato en el que se encontraba en una bañera flotando. El francés no tardó ni un segundo en voltear su rostro hacía la pintora con una expresión de asombro, ella sin saber cómo interpretar dicha expresión sólo sonrió tímidamente; André, la miró fijamente y soltó una carcajada, señaló el cuadro y dijo: -Esto es surrealismo puro, deberías mostrarlo en París.

Para el año de 1939, la vida de Frida tomo dos caminos distintos, por un lado, su nombre recorría el mundo y sus pinturas se presentaban en las galerías más importantes del globo entre las que destacaban la “Pierre Colle”, la Escuela de Arte de la UNAM, el Museo de Arte Moderno de Nueva York, la Exposición Internacional de Surrealismo e incluso el museo Louvre de París. Sin embargo, su vida personal caía en un abismo sin salida, su divorcio con Diego Rivera fue inminente y oficial para finales de ese año, lo cual aunado a una condición física que día a día se volvía más deplorable e insoportablemente dolorosa, la hizo caer en un abuso de la bebida.

En el año de 1948, gracias al doctor Eloesser, Frida ya se había reconciliado con Diego, tenían una unión que los mantenía vivos, se complementaban el uno al otro y aunque su relación era profundamente tormentosa, ambos sabían que les era imposible vivir el uno sin el otro.

Ya juntos comenzaron a retomar todo lo que les apasionaba y por petición de Diego, Frida fue aceptada de nuevo en el Partido Comunista Mexicano.

Aunque el estar con su amado “panzón”, con su arte y su política hacía que su corazón y su espíritu despertaran cada mañana llenos de vida, su cuerpo no luchaba por seguir el mismo camino y día con día caía más en lo profundo de un infierno de dolor, al grado de pasar todo un año en cama, mientras Diego acababa con hasta el último peso de su fortuna y gastaba cada hora del día y la noche trabajando para pagar los medicamentos y las enfermeras de su pequeño gorrión en agonía.

A principios de 1953 Lola Álvarez Bravo, organizó la primera exposición en solitario de los trabajos de Frida en México dentro de la Galería de Arte Contemporáneo. El doctor ordenó a la pintora específicamente que no debía salir de la cama debido a su condición, a lo que ella acató obediente dicha instrucción y dando un espectáculo surrealista que terminó siendo el toqué perfecto para la exposición, entró en la sala acostada en su cama que levitaba sobre los hombros de 6 hombres que la llevaban cargando.

Aunque la exposición y su entrada fueron todo un éxito, naturalmente su condición empeoró y en agosto de ese mismo año le fue amputada su pierna derecha víctima de la gangrena. Este hecho la sumió en una aguda depresión que en momentos ni la pintura podía aliviar.

El siguiente año, impulsada por Diego en el ánimo de que saliera de su tristeza y totalmente en contra de lo que recomendaron los doctores, la pareja de pintores (Frida en silla de ruedas) asistieron a una manifestación en contra de la invasión norteamericana en Guatemala; esta fue la última vez que a Frida Kahlo se le vio en público y tal como auguraban los doctores, sus acciones hicieron que la neumonía empeorara.

Diez días después, en una madrugada calurosa, Diego fue llamado por una de las enfermeras porque Frida lo buscaba con desesperación, al entrar a la habitación a pesar del calor que hacía en la ciudad, se sentía un aire helado y solitario, en el centro del cuarto estaba su pequeño gorrión, pequeña, débil y preocupantemente delgada; el silencio se quebraba violentamente con la tos cansada de Frida. Diego se acercó y ella con un esfuerzo casi sobre humano se aproximó a su oído y le dijo que abriera el cajón; al seguir la instrucción encontró una caja con un anillo, ante la mirada estupefacta y curiosa, ella le dijo suavemente -aquí tienes tu regalo de bodas-. Él sonrió y mientras le acariciaba sus mejillas respondió -Pero mi amor, aún falta una semana-. Sin abrir los ojos, y con una voz que parecía irse, susurró -no creo que llegue tan lejos-. Diego solo le dio un delicado beso en la frente mientras una lágrima bajaba lentamente por su mejilla.

Al día siguiente un 13 de julio de 1954, muere Frida Kahlo. Su féretro fue adornado por Diego Rivera con la bandera del partido comunista y velado en el Palacio de Bellas Artes, al que asistieron más de 600 personas para que esa misma tarde fuera cremada. Dicen que todo regresa indiscutiblemente a su sitio de origen y así Frida descansa en ese paraíso, en ese lugar mágico, surrealista donde se puede aún sentir el latido de su arte, la fuerza de su corazón y la pasión de su espíritu: la Casa Azul.

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