Mtro. Miguel Camarena Agudo • Encargado de Corrección y Estilo UNIVA
Uno vive, acumula para asimilar después.
Luis Jorge Boone
Sucede que a veces nos damos cuenta del significado de las cosas tardíamente. Nos enteramos con los años del amor profesado por alguna tímida compañera de secundaria o preparatoria. Descubrimos las triquiñuelas cometidas por algunos de nuestros pares, gracias a un encuentro fortuito con un retrasado mensajero. Inclusive alguna canción cobra sentido después de mucho tiempo. Hace no tanto, me sucedió con Noche de ronda de Agustín Lara, se reprodujo gracias a esas listas aleatorias de YouTube. Y así, una noche insomne, se reveló un significado nunca antes percibido por mí. También esto nos sucede con las palabras; en un tiempo son etiquetas vacías, lejanas. Pero lo nombrado por ellas terminan un día por alcanzarnos, por ocupar cada una de esas palabras.
No por nada Gabriel García Márquez recomendaba la relectura. Pues no se tiene la misma experiencia de la lectura de Los amorosos de Jaime Sabines a los quince años que a los treinta. No podemos ser ni sentirnos los mismos, y si así fuera, seríamos unos nefandos. Con el tiempo nos vamos llenando de un número mayor de experiencias, ganando bagaje a fuerza de vivir. Cada experiencia nos va dejando una especie de sedimento, capa o cimiento; pero no siempre con una función de armadura o sostén, sino de loza para ciertos temples. Un experto de la vida en el precipicio, José Alfredo Jiménez, lo expresó en una canción sin velos ni atavíos: Nada me han enseñado los años/ siempre caigo en los mismos errores/ otra vez a brindar con extraños/ y a llorar por los mismos dolores.
En Cinema Paradiso (1988) el personaje de Toto o Salvatore, quien se enamora de Elena durante su adolescencia, no se desprende de ese sentimiento de amor durante treinta años. El fantasma de esa rubia joven no le permite conseguir un amor duradero en Roma, cosa que su propia madre le reprocha. Pero a veces el amor puede ser una pesada lápida, un muerto con el cual cargamos y no nos permite andar ligeros de equipaje. Porque se puede amar sin ser correspondido. Para muestra está el bolero ranchero de Cien años, famoso por la interpretación de Pedro Infante.
¿Cuántas estatuas y mausoleos se han edificado en honor de la desdicha amorosa? Desde luego, hay sus excepciones, El amor en tiempos del cólera, por ejemplo. Pero todas estas representaciones de un sentimiento a ultranza no son, sino algo que no permite ver la cosas en su justa dimensión. Son anteojos que usan durante un largo periodo de vida. Con los cuales no vamos a poder ver ni a poder captar muchos significados con claridad.
Pero, ahí mismo, en el filme de Cinema Paradiso el viejo Alfredo le cuenta un relato a Salvatore sobre un soldado que se enamora de una mujer, la cual le pide a éste que espere por ella cien días fuera de su ventana en la intemperie y, justo un día antes de cumplir la petición y condición de amor, el soldado se levanta y se va. Alfredo no quería el mismo destino para él, por eso manipuló las cosas de tal manera y Salvatore terminó en Roma siendo otra cosa distinta a la que hubiera sido quedándose incluso con Elena ¿Cuántas cosa si hubieran permanecido con nosotros, nos hubieran apresado, anquilosado? ¿Cuántas cosas tienen que irse para que podamos movernos? ¿Cuántos significados importantes de la vida se pierden o se ganan cuando permanecemos siendo los mismos? O como preguntaría Luis Jorge Boone en uno de sus cuentos ¿Para qué atesorar lo que con toda seguridad nos hará daño? ¿Para qué fotografías de quien en un futuro empezaremos a olvidar (si es que nos atrevemos a ello)?
El amor se hace viejo, como la amistad y la alegría, pero el temor la reticencia, la duda, se mantienen intactas en los callejones del corazón, te cobran cada vez como si se tratara de la primera vez en los experimentaste.
Luis Jorge Boone