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Tejido Adiposo: ¿cantidad o funcionalidad?

Dra. Rocío Angélica Salinas Osornio • Docente-Investigadora UNIVA Guadalajara

 

Durante muchos años, el tejido adiposo fue considerado como un órgano en el que se almacenaban triglicéridos inertes, cuya única función reconocida era participar regulando la utilización de dicha reserva energética en el organismo, brindándole protección, calor y energía. Sin embargo, a mediados de los años noventa cuando se reconoce a la leptina, una proteína producida en el tejido adiposo pero con acción en el sistema nervioso central, así como a las adipocinas, una serie de factores también secretados en este sitio, el tejido adiposo es considerado entonces como un órgano multifuncional (neuro-inmuno-endocrino), llevando a cabo su actividad a través de una gran variedad de hormonas, antimicrobianos y citocinas que actúan como mediadores entre el tejido adiposo y los demás órganos, permitiéndole intervenir en la defensa y la homeostasis de nuestro cuerpo.

Vale la pena destacar que el tejido adiposo es un órgano con gran capacidad para regenerarse después de una cirugía; aumenta o disminuye su tamaño dependiendo de la edad, la ingesta de alimentos, la actividad física, la función endocrina, la predisposición genética y la programación fetal o del neonato; además, tiene la capacidad de pasar de un tipo de adipocito a otro y ser reversible, y en ciertas condiciones, como en la inflamación crónica, el adipocito (su célula) es capaz de adoptar fenotipo (apariencia) y funciones muy similares a las del macrófago.

El tejido adiposo tiene grandes funciones tales como mantener el balance energético a largo plazo, participa en la termorregulación, en el metabolismo de lípidos y de la glucosa, modula la función hormonal y la reproducción, participa en la regulación de la tensión arterial y en la coagulación de la sangre.

Es por esto, que debemos reconocer que el tejido adiposo es esencial para la vida, aunque en la mayoría de las ocasiones sólo pensemos en él cuando escuchamos la palabra “obesidad”, asociando el término a una mayor cantidad de tejido adiposo pero dejando de lado que su asencia (lipodistrofia), un polo opuesto y extremo en el organismo, puede conducir a diversas alteraciones metabólicas significativas que son dependientes del buen o mal funcionamiento del tejido adiposo, incrementando así el riesgo de muerte.

Por lo tanto, es de entenderse que las funciones del tejido adiposo se modificarán a medida que los adipocitos incrementan su tamaño en relación directa con el grado de obesidad que presente un sujeto, representando dicha alteración funcional, un factor crítico para aumentar el riesgo de enfermedades cardiovasculares, pero eso sí, dependiente de su interacción con factores genéticos y ambientales.

Es decir, que para alterar la función metabólica de un sujeto, no es suficiente tener un aumento del tejido adiposo por sí mismo (cantidad), sino que resulta necesario identificar dónde se encuentra almacenado (subcutáneo o visceral), cómo está almacenado (hipertrofia o hiperplasia) y qué comunicación tienen los adipocitos con otros órganos (lipotoxicidad), siendo mayor el riesgo cardiometabólico en aquellos sujetos en donde su tejido adiposo se encuentre distribuido visceralmente (central) y que su aumento se lleve a cabo por hipertrofia (aumento de tamaño de las células adiposas ya existentes).

Las alteraciones funcionales del tejido adiposo visceral ocurren gracias a que contiene adipocitos con menor sensibilidad a la insulina, mayor cantidad de ácidos grasos liberados a la circulación debido a su incapacidad para almacenarlos, incremento en la producción de citocinas pro-inflamatorias y radicales libres que son transportados directamente hacia el hígado (alteraciones comúnmente observadas también en sujetos con índice de masa corporal (IMC) saludable y bajo porcentaje de grasa subcutáneo), teniendo consecuencias metabólicas como hiperinsulinemia, resistencia a la insulina, microalbuminuria, ateroesclerosis, aumento de triglicéridos séricos, así como de mediadores inflamatorios y de la circulación sanguínea. Esto aunado a las alteraciones y enfermedades relacionadas con el mal funcionamiento del tejido adiposo, debido a su hipertrofia como son: resistencia a la insulina, aumento de factores inflamatorios en sangre y disminución de los anti-inflamatorios, por lo tanto, hipertensión arterial, dislipidemia y diabetes mellitus tipo 2. Todo esto relacionado con la susceptibilidad genética que tengan los órganos expuestos tales como el hígado, músculo, páncreas, corazón, glándulas suprarrenales, sistema nervioso y vasos sanguíneos.

Con lo anterior, debemos considerar que el riesgo cardiometabólico pudiera estar presente en aquellos sujetos con un IMC elevado, pero también en aquellos que tienen un IMC normal o saludable, ya que la disfunción del adipocito es considerada un factor determinante para la presencia de escenarios desfavorables relacionados con la salud, por lo que resulta transcendente enfatizar en que sea un profesional de la salud quien lleve a cabo el estudio analítico respecto al estado nutricional de un sujeto, lo que permite establecer un programa de cuidado acertado, así como de estrategias que faciliten la adherencia a tratamientos clínicos y rompan con barreras socioculturales que permitan la realización de cambios en el estilo de vida a través de una alimentación saludable e incremento en la práctica de actividad física.

 

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