Pbro. Lic. Armando González Escoto • Director de Publicaciones del Sistema UNIVA
Mientras no pocos amantes de la ciencia ficción se desvelan por descubrir quienes son los miembros de los oscuros grupos que tienen todo el poder global, y lo usan para imponer un nuevo orden mundial, a la vista de todo el planeta y con una diáfana claridad ha tenido su reunión anual el “grupo de los siete”, es decir, los siete líderes de las siete mayores potencias del planeta, si bien, sus matemáticas han variado.
En 1970 era el “grupo de los cuatro”: los secretarios de finanzas de Estados Unidos, Inglaterra, Alemania y Francia. Para 1975 esta reunión ya convocaba solamente a los jefes de Estado y de gobierno, pero ya era el “grupo de los cinco”, con la inclusión de Japón. Muy pronto se unieron Italia y Canadá, hasta llegar a ser el “grupo de los ocho”. Pero en 2014 Rusia fue excluida por invadir Ucrania sin permiso, por lo cual en los años recientes sólo se habla de un G7.
De por sí, no existe un líder supremo, pero es obvio que aún entre supuestos iguales se dan notables diferencias, y un cierto equilibrio por lo menos entre Estados Unidos, Alemania y Reino Unido, es decir, la cúpula anglosajona, pero no precisamente protestante. El presidente norteamericano se profesa católico, y el primer ministro de Inglaterra acaba de contraer matrimonio católico, mientras Ángela Merkel, ya de salida, es hija de un pastor luterano.
El G7 ha buscado asumir criterios comunes en política internacional y sobre todo en política económica, sin que estos sean de por sí obligantes para todos los convocados. Dado que los siete son parte de sistemas democráticos, con o sin figurines monárquicos, en principio representan a sus sociedades, pero desde hace ya varios años importantes sectores de esas sociedades no se sienten representados por estos políticos ni respaldan sus decisiones, sobre todo en materia ambiental o en el campo de los derechos humanos.
El G7 está muy lejos de tener un carácter global, ya que excluye a otras economías de igual y hasta mayor importancia, exclusión que afirma el perfil histórico de las potencias occidentales, más amantes del conflicto que de la conciliación, de la guerra con todos sus apellidos, que de la integración mundial. Las potencias occidentales siguen profundamente anidadas en un egoísmo patológico; glosando a Sartre, se diría que se despedazan entre sí y solamente se unen cuando han de atacar a un tercero. Ese tercero en este momento es China.
Si las potencias occidentales de todos los “G” conocidos tuviesen además de memoria, vergüenza, tratarían de reparar los perversos agravios y hasta genocidios que perpetraron en contra de China, cuando la vieron débil y quisieron repartírsela como chacales desaforados.
Traicionando los principios del libre mercado, es decir, de la libre competencia, que el propio mundo occidental ha prodigado, ahora el G7 busca unirse para continuar la guerra comercial con China, haciendo lo que China viene haciendo desde hace años, promover la inversión en infraestructura. Sólo que China lo ha hecho para elevar la capacidad y la condición de los países con menos desarrollo, a fin de que sean socios iguales, no es esa la intención ni la meta del G7.