Pbro. Lic. Armando González Escoto • Director de Publicaciones del Sistema UNIVA
La libertad de expresión es un bien invaluable, la sociedad occidental invirtió en su conquista cientos de años, hasta lograr convertirla en ley y en termómetro de civilidad política y social.
Esta libertad se ha buscado para dar expresión a la diversidad de opiniones, observaciones y pensamientos que se da entre los seres humanos, y en principio es absoluta, partiendo de la base de que cuanta persona expone su punto de vista es capaz de sustentarlo o de asumir las consecuencias.
Pero si esta libertad es un derecho que está ahí, a disposición de todos, supone en la gente la capacidad de saber discernir todo cuanto los demás dicen por el medio que sea, y es justo en ese punto donde la sociedad se convierte una y otra vez en una torre de Babel. Hacer que las verdades que algunos no quieren que se sepan, parezcan mentiras, y que las mentiras que otros quieren divulgar parezcan verdades, es hoy día el deporte de individuos, empresas e instituciones de todo tipo y marca, cuya consecuencia es el cultivo de la sospecha, la incertidumbre, la confusión y finalmente el agnosticismo informático.
El pasado año 2020 nos brindó sin duda el más impresionante escenario mundial del teatro desinformativo, donde todos los vestuarios de la humanidad se lucieron a la hora de divulgar noticias epidemiológicas en todas las escalas de la verdad y de la mentira, contando con que para cualquier afirmación que se hiciera, por descabellada que fuera, habría siempre mentalidades adecuadas para asumirla y “reenviarla” como verdad absoluta, en sucesión interminable y planetaria.
En el revoltijo “informativo” en torno al COVID-19 naufragaron honras, se manipularon documentos científicos, se alteraron declaraciones valiosas, se multiplicaron las “falsas noticias”, y cuanta persona se puso al frente del problema, independientemente de sus méritos, acabó siendo sospechoso, inepto, vendido, emisario del anticristo, cómplice conjurado del “nuevo orden mundial”, o aliado de los alienígenas.
Esta desinformación generó linchamientos morales en casi todo el planeta, e incluso en países que solían ser más civilizados, se dieron verdaderos movimientos sea para negar el problema, sea para oponerse a las medidas preventivas que las autoridades iban implementando. En otras regiones la autoridad acabó optando por un “sálvese quien pueda”, como pueda, y por lo demás, hagan lo que quieran. Esta huida de la autoridad fue más sensible a la hora en que los vivales de siempre encarecieron desmedida e injustificadamente los precios del oxigeno, de los tanques, de los honorarios y los costos hospitalarios sin que nadie los controlara o sancionara.
Y si en su momento la epidemia ha tenido este tratamiento, ahora las infinitas opiniones sobre la vacuna no se han quedado atrás: que no sirve, que sirve poco, que transmite el virus que se quiere evitar, o que conlleva elementos no declarados con el avieso objetivo de atontar o aniquilar a la humanidad que ingenuamente la reciba.
Esta es la sociedad humana, así somos, así pensamos y compartimos, así reaccionamos ante una amenaza evidente, porque para prevenir la credulidad hoy sabemos que no bastan ni siquiera los mejores títulos académicos ni la racionalidad más evolucionada.
Publicado en El Informador del domingo 17 de enero de 2021