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Un nuevo gnosticismo: la conciliación entre la ciencia moderna y la metafísica antigua u oriental

Dr. Fabián Acosta Rico • Docente-Investigador UNIVA Guadalajara

 

El modelo mecanicista del mundo derivado de la física newtoniana nos remitió a una visión materialista de la realidad; libres de las concepciones religiosas que, desde siempre, han pretendido darle explicación y sentido a la existencia. Los hombres y mujeres de la modernidad parecían entregarse a un cientificismo en el que no había cabida para ningún tipo de divinidad creadora. La ciencia estaba lista para resolver todas nuestras dudas; aplicando el método experimental y el lenguaje matemático encontraba respuestas para cada uno de los enigmas de la naturaleza a la vez que desmentían muchas de las verdades reveladas atesoradas por la fe religiosa.

El dogma y la metafísica perdían presencia y prestigio; el avance científico secularizaba la vida de las sociedades. Cada descubrimiento y avance de la ciencia la posicionaba como la única fuente confiable de verdades y de saberes prácticos, como los tecnológicos. Se daba por sentado que si es verdad científica entonces no podemos fiar de ella. Pero nuevas teorías científicas surgidas durante las primeras décadas del siglo XX, como la cuántica y la de la relatividad revolucionaron nuestra visión de la realidad, tomada esta desde el infinito mundo de los átomos o del otro infinito el de los espacios siderales.

Partiendo de estas nuevas teorías, mentes disidentes al viejo cientificismo se aventuraron en el estudio de lo infinitamente pequeño, el átomo, o de lo infinitamente colosal, el universo, perfilaron así una nueva forma de entender la realidad y encontraron, a la vez, posibilidades para dar explicación a enigmas existenciales antes únicamente resueltos a través del dogma y la fe o de a filosofía. En las formulaciones matemáticas de la física contemporánea y de otras ciencias se reencontraron, repentina y sorprendentemente, con lo inefable y esto les permitió especular nuevamente acerca de problemas que ya se creían superados o resueltos como los del viejo dualismo que, defendido por el pensamiento religioso y la fe, insiste en la existencia de una conciencia independiente de cuerpo o de una inteligencia suprema orquestadora y creadora de las leyes que rigen el cosmos.

Es de mi interés explicar cómo ciertas corrientes científicas no ortodoxas, inspiradas en las teorías cuánticas y de la relatividad, han dado origen no a una religión, sino a lo que podríamos calificar de nuevo gnosticismo que se atreve a realizar todo tipo de especulaciones y reflexiones metafísicas que satisfacen la curiosidad y la sed de transcendencia de muchas conciencias postmodernas que sueñan con un universo holográfico y multiversos y que en las documentadas experiencias cercanas a la muerte encuentran las pruebas acerca de la existencia de un alma tal y como la describen las religiones.

Desde el lejano Renacimiento, pasando por la Ilustración hasta la Edad Moderna, la ciencia se posicionó como la enemiga más encomiada y eficaz del pensamiento mítico, mágico y religioso; con la revolución que trajeron consigo las teorías: cuántica y de la relatividad, no faltaron hombres y mujeres de ciencia que, transcendiendo sus disciplinas, empezaron a filosofar y hacer metafísica desde la teoría atómica, las neurociencias, la astrofísica o la cosmología.

En los trabajos de estos buscadores de bata blanca del espíritu y de Dios hay una extraña sacralización de la ciencia moderna al reencontrarla con el pensamiento metafísico convirtiéndola en una dispensadora de verdades trascendentes. Y para esto hay un público, sobre todo entre las nuevas generaciones, cuyo entendimiento de la realidad ha sido en parte estructurado por las obras de ciencia ficción de la literatura, las serias, los comics, los videojuegos y es por estos consumos e inclinaciones culturales que pueden estar esperando no tanto que sea la teología ni siquiera la filosofía las que les resuelvan sus dudas acerca de Dios; están más atentos a que sean los científicos y los divulgadores de la ciencia los que resuelvan sus inquietudes sobre una realidad aparte, intangible y espiritual, o acerca de la continuidad de la conciencia después de la muerte.

El puente que los nuevos paradigmas de la ciencia tendieron entre ellas y la religión rebasó los viejos teísmos monoteístas y salió al encuentro de los sistemas metafísicos y cosmologías de religiones más de corte gnóstico como el taoísmo, el budismo y el hinduismo (en sus derivativas más filosóficas como el Vedanta). En este reencuentro entre ciencia moderna y la metafísica antigua es todo un clásico sobre la obra de Fritjof Capra, El Tao de la Física (2000)

Entre el saber de la mística oriental y el científico, entiende Capra, hay muchas similitudes empezando por el énfasis que ambas ponen en el experimentar y el observar. Así como el científico valora los datos que obtiene empíricamente de la manipulación de los fenómenos de su interés; de igual forma el místico oriental no cree en la realidad que trasciende el orden mundano por un acto de fe; por el contrario, logra un alto nivel de certeza experimentando a través de observación dirigida, introspectivamente, así él. En la contemplación alcanza la clara visión o iluminación.

Ni la ciencia moderna ni el misticismo oriental son de resultados ocasionales para realizar sus prácticas experimentales, es obligatorio años de entrenamiento y de mucha paciencia pues es imperativo repetir una y otra vez los experimentos o prácticas. El conocimiento del hombre de ciencia y del místico oriental son igualmente indescifrables para el lego o el profano; las verdades a las que cada uno llega son para unos pocos iniciados (Capra, El Tao de la Física, 2000, pág. 14).

El propio lenguaje es una limitación pues este no alcanza a describir la percepción directa que tiene el místico de la naturaleza ni tampoco puede detallar y explicar del todo las observaciones de los fenómenos naturales realizadas por los hombres de ciencia. Como se ve, desde una comparativa un tanto libre, hay ciertas similitudes metodológicas y formales entre los saberes de la mística oriental y de la ciencia moderna. Pero los acercamientos entre ambas que más han sorprendido son las coincidencias en sus formas de entender y describir la realidad; como lo explica Capra, en la física moderna:

…el universo es experimentado como un todo dinámico, inseparable, que siempre incluye de una manera esencial al observador. En esta experiencia, los conceptos tradicionales de espacio y tiempo, de objetos aislados, y de causa y efecto, pierden su significado, tal experiencia, no obstante, es muy similar a la de los místicos orientales (Capra, El Tao de la Física, 2000, pág. 34).

La realidad última no es como la percibimos ordinariamente, esta premisa de las escuelas metafísicas antiguas ha sido constatada desde sus ámbitos del saber por las modernas ciencias. Este coincidir entre la metafísica y la ciencia, ha contribuido para que muchas mentes escépticas, que no les prestan su credulidad o fe a las viejas religiones, acudan ahora a los nuevos descubrimientos científicos en campos como la física y las neurociencias, buscando respuestas a las preguntas más trascendentes y existenciales de la humanidad.

En los terrenos de la física, la teoría que más se presta a las especulaciones metafísicas tan socorridas por los gurús de este neo-esoterismo seudo-científico es la teoría cuántica; cuando un conocimiento o noción rebasa nuestros parámetros explicativos ordinarios; es fácil etiquetarlo como cuántico haciéndolo lucir como enigmático, misterioso, pero a la vez científico; pero claro apelando a una ciencia superior o casi mágica que conecta, como hemos visto, con las viejas ideas y concepciones de la metafísica antigua y del esoterismo. Escuelas esotéricas más actuales, y por actuales estamos hablando de principios del siglo XX, sostuvieron en textos como el Kybaleon ideas tan divulgadas hoy en día como la de: “el mundo es mente”. En este tenor, en la teoría cuántica se precisa que el observador juega un papel importante en la constitución de la realidad o como dice Bruce Rosenblum:

Cuando la mecánica cuántica adquirió su formulación moderna en los años veinte del siglo pasado, el enigma cuántico afloró al verse que la teoría implicaba el acto de observación. Y una observación consciente. Ya que esto da a la teoría cuántica un aire de filosofía especulativa… (2016, pág. 21).

A las intricadas teorías del mundo subatómico se sumó la intervención del observador y por tanto de una conciencia. Hablar de la conciencia era un asunto de filósofos y de psicólogos; pero, ahora se le mencionaba en los ámbitos de las ciencias duras como la física. Pasar de hablar de la conciencia a luego hacer referencia al espíritu en términos de la New Age no era para nada un paso difícil de dar en la escena de las nuevas religiosidades y espirituales postmodernas.

Si en mecánica cuántica, lo que importaban eran los cálculos acertados que a través de ella podían formularse; dejándose de lado sus implicaciones filosóficas; no permitirse especular o incluso fantasear con las nuevas teorías de la física fue un llamado que no todos acataron y no faltaron personajes como el escritor estadounidense Michel Talbot que emprendieron esta tarea como en su momento, ya vimos lo que hizo Capra.

Talbot como divulgador de la ciencia defendió la teoría del Universo Holográfico, que cuestiona el viejo materialismo y le da nueva vigencia a la teoría de las ideas formulada por Platón. Como lo apuntó en su momento el filósofo griego discípulo de Sócrates, la teoría del Universo Holográfico señala que todos los seres incluidos: las partículas subatómicas, los animales y las estrellas que pueblan el firmamento todo son: “imágenes fantasmales solamente, proyecciones de un nivel de realidad tan alejado del nuestro que está literalmente más allá del espacio y tiempo” (Talbot, 2007, pág. 15).  A la explicación de que nuestro mundo es una proyección de una realidad trascendente llegaron cada quien por su cuenta el físico de la Universidad de Londres, David Bohm, y el neurofisiólogo de la Universidad de Stanford, Karl Pribam. De estos dos científicos se obtuvo la teoría que posicionó a Talbot como uno de los importantes divulgadores de los nuevos paradigmas de la ciencia.

Además de Platón, las cosmologías antiguas, como la hindú, en esta conexión entre lo pasado y lo reciente, también sostienen la idea de que la realidad a la que llaman Maya no es más que un sueño (o proyección mental) de un dios, Brahama. Estas teorías, como la del Multiuniverso, permiten el plantearse la posibilidad de un nuevo gnosticismo que obviamente no es una continuación de los antiguos; pero que coincide con estos en más de alguna explicación cosmológica y ontológica.

El punto que nos interesa enfatizar en nuestra investigación es que la búsqueda del espíritu y de Dios ya no sólo la pueden emprender los creyentes de hoy acudiendo a los templos de los teísmos judeo-cristianos; o adentrándose en las doctrinas de oriente. Hay otra opción más consonante con el mundo moderno; y son precisamente las representadas por estas disidencias de la ortodoxia científica, que hemos presentado, las cuales no sólo se atreven a hablar de un Universo Holográfico, además sostienen también, como veremos a continuación, la posibilidad de que la mente sea independiente al cuerpo y que lo puede trascender a la muerte. No faltan los científicos metidos a teólogos que creen demostrar la existencia de Dios, no del Dios, nuevamente, de las tradiciones religiosas monoteístas más socorridas en la actualidad: cristianismo, islam y judaísmo sino de la divinidad panteísta, entiéndase, el dios impersonal en el que decía creer Albert Einstein: el dios de Baruch de Spinoza, incluso, el dios absoluto concebido como totalidad trascendente e inmanente a la vez de la metafísica oriental. Dios pasa hacer, a la luz de los nuevos paradigmas de ciencia, la gran mente universal que con sus pensamientos todo lo crea.

Sobre el punto acerca de la independencia de la mente respecto al cuerpo. ¿Será esta, la mente, un software que permite el funcionamiento de su continente material, el cerebro o hardware? Casos como las experiencias cercanas a la muerte experimentadas por pacientes que fueron resucitados medicamente y que recuerdan detalles muy precisos de su intervención hacen creíble las afirmaciones de que la mente puede subsistir sin ningún tipo de sostenimiento o respaldo biológico. ¿Estaremos algún día cerca de demostrar científicamente la inmortalidad del alma o mente?

El físico, Fred Alan Wolf, citado por Talbot, sostiene que la mente no es localizable en ningún modelo físico de nuestro cerebro material: “Wolf cree que la materia última de la conciencia se encuentra en el mundo espectral e incorpóreo del cuanto mismo” (1995, pág. 112). Experiencias como los famosos desdoblamientos y viajes astrales (de los que habla el moderno esoterismo de masas) podrían ser explicados y calificados de fenómenos reales aceptando que la mente por momentos parece residir en nuestras cabezas y en otras ocasiones da la impresión de tener acceso a cualquier latitud del Universo.

Desde otro campo científico, el neurofisiólogo, el australiano John Eccles, ganador del Premio Nobel por su trabajo sobre los procesos de sinapsis, y declarado católico, desde una perspectiva dualista, afirmaba que la conciencia (o mente) es inmaterial y que interactúa con el cerebro determinando qué neuronas actuarán y cuáles no. Si la mente no tiene su origen en el funcionamiento del cerebro la pregunta obligada sería, ¿de dónde proviene? A la ciencia le falta mucho para poder darle respuesta a esa interrogante, si es que la tiene, Eccles se limita a responder que se integra al cerebro físico en algún momento del desarrollo embrionario. De ser esto cierto, lo derivativo, será sostener que esa mente o alma (como se le quiera llamar) sobrevive a la muerte del cuerpo material. Algunos se aventuran a decir, en un tono también muy del esoterismo de masa, que retorna al mundo, que reencarna o, en su defecto, si ha cumplido con su misión en la vida (o ha saldado su karma) asciende a niveles superiores de la existencia universal.

Si defendemos la existencia e inmaterialidad de inteligencias finitas o individuales, por qué no entonces dar el siguiente paso y sostener también la realidad de una mente suprema o infinita a la que podamos llamar Dios; quien dispuso todo causalmente para que el Universo pudiera dar origen a entidades conscientes capaces de observarlo y entenderlo. Para todo lo anterior habría dispuesto, a través de las leyes de física, una infinidad de coincidencias para hacer posible el surgimiento del ser humano (Talbot, 1995, pág. 195). El ser humano a la luz de estas nuevas cosmologías es el observador privilegiado cuyo entendimiento de su realidad le imprime al universo las regularidades determinadas por las leyes de la física tal y como lo explica ciertas interpretaciones de la teoría de la mecánica cuántica.

Con el avance del conocimiento y de disciplinas como la física y la neurología ha obrado el milagro; ante impensables, de que las verdades científicas y las verdades metafísicas se aproximen hasta casi coincidir en sus explicaciones y entendimiento del ser humano y de su realidad; será que esta intercepción obedezca a una predisposición de nuestra especie que siente un llamado de un más allá, de una realidad espiritual, y que acudió temprana a él a través de la religión y posteriormente y de manera indirecta se reencuentra con dicho misterio; pero, ahora a través de ciertas interpretaciones científicas reconocidas ahora como una especie de neo-gnosticismo capaz de convencer y reclutar la aceptación de un nuevo tipo de creyente, que encuentra absurdas y arcaicas las explicaciones e ideas de las religiones y le endosa su credulidad a cosmologías y reflexiones filosóficas derivadas de las interpretaciones de teorías como la mecánica cuántica.

 

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