Dra. Ma. Cristina Martínez Arrona • Jefa de UNIVA Online
Muchas veces basta una palabra, una mirada,
un gesto para llenar el corazón del que amamos.
(Teresa de Calcuta)
El 2020 ha sido un año de renuncias y pérdidas. Hemos renunciado a celebraciones, viajes, encuentros, proyectos de vida, y también algunos sufrimos la pérdida del trabajo, de fuentes de ingreso, de bienes, y lo más triste, de seres queridos. El aislamiento que padecemos, además de afectar los proyectos personales, la falta de espacios para el encuentro, está minando un aspecto esencial de la persona: sus relaciones.
Sentimos la carencia del afecto que teníamos a través de actividades laborales, educativas, familiares, sociales, culturales o de ocio, experiencia que ha llegado a cuestionar el sentido y la motivación de la existencia, ya que, como afirma el papa Francisco: “hacen falta gestos físicos, expresiones del rostro, silencios, lenguaje corporal, y hasta el perfume, el temblor de las manos, el rubor, la transpiración, porque todo eso habla y forma parte de la comunicación humana” (FT 43).
La propuesta ante este contexto es no preguntarnos ¿quién soy? sino ¿para quién soy? No detenernos en lo que estamos dejando de recibir, sino en lo que podemos decir, hacer, arreglar, fortalecer, para ayudar y compartir alegría en este contexto de oscuridad e incertidumbre. El entorno está reclamando nuevas formas de comunicación, de expresión, que podamos acariciar con la mirada, con las palabras.
Por su autonomía y libertad la persona es un ser en relación y la palabra es la expresión más propia del ser humano para entrar en relación consigo mismo y con el otro, por lo tanto, cuando la comunicación se interrumpe, se pierde el sentido. El lenguaje es lo que nos hace profundamente humanos, para la antropología bíblica, la boca expresa lo que percibió el oído y el ojo, de ahí que la comunicación, el encuentro se da con el rostro: “respóndeme Señor, no me escondas tu rostro” (Sal. 143,7).
Decir significa mostrar, aparecer, expresar, dejar ver y oír. La capacidad de comunicación de la persona es una función creadora para entrar en relación con algo o alguien diferente a nosotros mismos, con la competencia y habilidad de transformar la realidad, de fortalecer el encuentro a través de la palabra. Se necesita una paciente escucha para captar, ir más allá de las palabras o actitudes externas, que nos permitan acoger y aceptar al otro como es, integrándolo así en nuestra vida.
No dejemos de percibir la presencia de los demás pese a la distancia, el pensar, sentir y amar de la persona a través de su rostro, escuchándola con todos nuestros sentidos. El amor recrea y da sentido, y este se fortalece en la relación a través de las palabras: el signo y vínculo más bello, “como en el agua un rostro refleja otro rostro, así el corazón de un hombre refleja el de otro hombre” (Prov. 27,19).
Publicado en El Semanario Arquidiocesano de Guadalajara del domingo, 29 de noviembre de 2020