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Salir de la caverna

Mtro. Miguel Camarena Agudo • Encargado de corrección y estilo del Sistema UNIVA

 

Se encuentran en ella desde su niñez, sujetos por cadenas que les inmovilizan las piernas y el cuello, de tal manera que no pueden ni cambiar de sitio ni volver la cabeza, y no ven más que lo que está delante de ellos… Se parecen a nosotros, respondí. Y, ante todo, ¿crees que en esta situación verán otra cosa de sí mismos y de los que están a su lado que unas sombras proyectadas por la luz del fuego sobre el fondo de la caverna que está frente a ellos?

Platón

 

Hace tiempo en otro escrito hice referencia a un texto de Jean Carles-Mèlich donde nos narra un hecho sucedido en un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, este hecho trata sobre un niño que muere sin haber visto un árbol. El grado de desolación de este incidente nos puede poner a pensar sobre las privaciones extremas que un humano puede llegar a sufrir debido al autoritarismo político y militar de un grupo ejercido hacia un grupo o raza.

Eduardo Galeano en otra parte nos cuenta cómo mineros de Bolivia, le piden les cuente cómo es el mar. Estos hombres, nos refiere el escritor uruguayo, nacían y morían sin poder salir de esa árida región donde se encuentran las minas. En esta otra referencia podemos sentir, a diferencia de la historia del niño judío, el anhelo de algo desconocido, pero existente. Quizá el niño haya muerto sin haber oído de un árbol y por ello, sin el anhelo de conocer uno. Nació en el encierro y murió en él, sin mayor posibilidad que eso. Muy probablemente el haber sabido de los árboles le haya dado el ímpetu para seguir viviendo y poder conocer un mundo allende las bardas del campo de concentración. En cambio, para los mineros su pobreza y la mutilación de su voluntad, producto del cansancio y otras vicisitudes, no les permitía escapar de su contexto.

Ya lo decía el coronel Frank Slade en Perfume de mujer, no hay peor mutilación que la del espíritu, porque para este tipo de privación no hay prótesis. La familia, la escuela, la religión, incluso los amigos, en ocasiones nos cercenan la posibilidad de aspirar a la libertad; heredándonos y transmitiéndonos prejuicios, ideas, paradigmas; muchas veces defectuosos. La superación de esas cargas depende de la voluntad, y desde luego, de valentía de cada uno. El miedo, independientemente de todos los factores externos que influyen en nosotros, es una ignominiosa limitante; porque detrás del miedo está la felicidad y la más íntima de nuestras pasiones.

Por otra parte, la ignorancia, también es otro de los muchos factores que no nos permiten experimentar sensaciones, emociones y sentimientos distintos a los que creemos son los existentes. Estamos tan acostumbrados a sostener un tipo de relaciones con los otros en determinados y reducidos contextos que, consideramos el mundo se reduce a eso, como sucede en el Mito de la caverna de Platón. En ese relato un individuo logra escapar por sus propios medios y se dirige en búsqueda de la luz verdadera, la del sol. Yo en cambio, soy un fervoroso creyente del catalizador que puede ser el otro, de la liberación que nos puede ofrecer para cambiar o para poder salir de cualquier encierro existencial.

Necesitamos darnos cuenta de la función emancipadora del otro. Para ello debemos andar, como Faulkner lo dijo, con las antenas encendidas y poder percibir esos intersticios por donde podremos escapar de una realidad fracturada y condenada a la zozobra.

Considero para fugarse es condición tener la profunda necesidad de hacerlo, así como para vivir plenamente, ser feliz o amar. Aristóteles sentenciaba de manera contundente que la libertad en manos de esclavos era un desperdicio pues éstos no iban a saber qué hacer con ella. Estoy de acuerdo con él en parte, y seguramente mi abuelo, quien decía, el que es buey hasta la yunta lame. Pero, entre tener la oportunidad de liberarnos y no tenerla hay un abismo, siempre es preferible tenerla a no tenerla, aunque hay quien la tenga y simplemente la tire por un retrete. Al final, a quien le guste sufrir, la humillación, la subestimación, la simulación, el engaño, la mera apariencia y el ser utilizado por otros, seguirá sufriendo; como versa un viejo refrán pueblerino, la miel no se hizo para el hocico de los cerdos.

En resumidas cuentas, la vida debería ser el modo radical de nuestra existencia, la vida con mayúsculas, no sucedáneos. Pues la vida es un breve sueño y sin ésta no cultivamos la intuición, la reflexión y la acción, como lo decía Ortega y Gasset, siendo conscientes de nuestra circunstancia y haciéndonos responsables de ella, no podremos salvarla ni dignificarla.

Estoy de acuerdo con Sartre en aquello de que a veces no podemos cambiar nuestra situación, sin embargo, sí podemos nos podemos cambiar en situación. Volviendo a Gasset, a su imperativo de autenticidad, nuestros actos deberían estar encaminados hacia nuestra verdadera vocación; buscando aquellas vivencias dignas de reafirmar nuestro ser, nuestra felicidad y nuestro amor propio.

Por último, no debemos olvidar que han existido esclavos que se han liberado del yugo de la caverna, al igual que hay gusanos que se han convertido en mariposa.

La vivencia se percibe de forma personal, no es algo que a uno le cuentan, sino que uno mismo es protagonista. Como resultado de la vivencia se transforma nuestro estado de ánimo. Las vivencias intensas dejan una huella psicológica más o menos duradera y más o menos aguda, de tal modo que a partir de ella se transforma en algún aspecto nuestra biografía.

                                                                                                                           Diccionario filosófico de Centeno

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