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Proceso de Liberación: Mientras goces de más libertad, tanto más necesaria será la autodisciplina

Rogelio Lazcano Álvarez • Estudiante de la Licenciatura en Enseñanza y Gestión del Inglés de UNIVA Online

 

El ser humano es un conjunto de opuestos y polaridades, de equilibrio y de contradicciones, de la verdad y la mentira. En nuestro diario vivir realizamos acciones constantemente, fruto de los problemas o situaciones a los que nos podemos enfrentar por el simple hecho de existir, sin embargo, pocas veces nos detenemos a pensar en qué estamos basando nuestras decisiones. Como seres capaces de razonar, podemos identificar entre el bien y el mal, y con ello preferir actuar influenciados tanto por uno como por el otro gracias a la libertad de la que gozamos, aunque esta última si no se utiliza correctamente puede llevarnos al error, al vicio.

Para San Agustín “el libre albedrío fue concedido al hombre para que conquistara méritos, siendo bueno no por necesidad, sino por libre voluntad”, además, “es soporte de todo el orden moral”, el principio esencial de un mundo de valores superiores, y, por consiguiente, un grande bien. Pero a la vez supone la facultad de elegir el mal, es decir, la facultad de caer, que es una imperfección de la voluntad humana. Esta imperfección proviene según el santo del primer pecado, causa de la pérdida de la libertad y de la iniciación de la tragedia humana.

La libertad significa, “Aquel aspecto virginal y poderoso de la voluntad humana, salida de las manos del Creador con un saludable equilibrio de sus fuerzas, exenta de todo peso íntimo hacia lo inferior”. El libre albedrío se caracteriza por cierta inclinación que tiene sobre él, la concupiscencia, el interés material y el temor servil; a pesar de ello, vive la presencia de Dios, esto es, la capacidad de arrepentirse para establecer nuevas relaciones con la divinidad. Así obtiene el hombre el estado de la libertad: “nadie puede ser libre del dominio del pecado si el Hijo no lo libera”. El buen uso del libre albedrío es premiado con la eternidad, y su polo opuesto es la infelicidad perpetua. Hay, pues, dos estados posibles de inmortalidad que definen el destino humano: “una bienaventurada y otra condenada a tormentos eternos y, sobre todo, a una desesperada privación en que consistirá su máxima pena”. La voluntad libre se logra a través de la acción de la gracia y la intervención de un libertador. La gracia eleva la naturaleza a un estado de excelencias similar al estado del hombre inocente. La gracia “es el conjunto múltiple y complejo de socorros divinos, que, amortiguando nuestras pasiones, esclareciendo nuestro entendimiento y moviendo nuestra voluntad, nos impulsan a querer eficazmente el bien, y nos ayudan a practicarlo con tal perfección, semejantes por adopción”.

San Agustín remarca la necesidad del hombre de ser libre con la intervención de la gracia. Además, propone una elección positiva, es decir, escoger el Bien; encaminado el libre albedrío hacia el Bien, la gracia hace más fácil este camino. Conseguida la meta, el premio es la eterna felicidad. Sólo porque el hombre es consciente de su acción, se considera a sí mismo como el causante libre de ella. Pero no se da cuenta de que le incita un motivo, al cual se ve obligado a obedecer. El hombre no solamente tiene conciencia de sus acciones, sino que también puede ser consciente de las causas que le guían.

Por otro lado, Rudolf Steiner en su obra “La Filosofía de la Libertad” nos propone otra perspectiva de este tema citando a Eduard Von Hartmann en su obra “Fenomenología de la conciencia ética”, en la cual afirma que la voluntad humana depende de dos factores principales, a saber, de los motivos y del carácter. Si consideramos a todos los hombres como iguales, o bien sus diferencias como insignificantes, parecerá que su voluntad viene determinada desde afuera, es decir, por las circunstancias que se les presentan. Sin embargo, si se considera que hay personas que sólo hacen motivo de su actuar una idea o una representación, cuando dicha idea despierta en su interior un deseo de acuerdo con su carácter, entonces el hombre parece determinado desde dentro, y no desde fuera. Así el hombre se cree libre, o sea, independiente de motivos exteriores porque, tiene primero que convertir en motivo, de acuerdo con su carácter, la idea que se le impone desde fuera. Steiner afirma que una acción se considera libre en tanto que su razón proceda del aspecto ideal del ser individual; cualquier otro aspecto de una acción, tanto si se lleva a cabo forzado por la naturaleza, como por la necesidad de una forma ética, se considera como no libre. Sólo es libre el hombre que en todo momento de su vida es capaz de obedecerse a sí mismo. Un acto moral es únicamente mi acto, si puede considerarse libre en este sentido. Aquí se trata en primer lugar de saber bajo qué condiciones puede un acto volitivo ser considerado libre; cómo se realiza en el ser humano esta idea de la libertad concebida en sentido puramente ético.

Steiner afirma que nuestra vida se compone de acciones libres y no libres, pero no podemos llegar a un concepto completo del hombre, sin pensar en el espíritu libre como la expresión más pura de la naturaleza humana. De hecho, sólo somos verdaderamente hombres en cuanto que somos libres. La naturaleza deja libre de ataduras al hombre en cierto nivel de su desarrollo; la sociedad lleva este desarrollo un paso más hacia adelante; el último perfeccionamiento sólo puede dárselo el hombre a sí mismo. Por lo tanto, el punto de vista de la moral no sostiene que el espíritu libre sea la única forma en la que el hombre puede existir. En este sentido, este autor ve en la espiritualidad libre el último estado evolutivo del hombre y también aquellos que existen, pero no llegan a conocerla. Con esto no se niega que las normas de actuación de las personas no estén justificadas como niveles de evolución. Pero no pueden reconocerse como criterio moral absoluto. Sin embargo, el espíritu libre trasciende las normas en el sentido de que no vivencia las leyes como motivos, sino que ordena sus actos de acuerdo con sus impulsos.

Para este pensador, al igual que muchos filósofos, la circunstancia determinará nuestras acciones. En su obra hace hincapié en interiorizar en el “Yo” y discernir del mundo, ya que la verdadera libertad la obtenemos al actuar conforme a nuestras convicciones, no a nuestros instintos: es una libertad condicionada a un largo proceso de reflexión de nuestros deseos y nuestra verdadera felicidad, lo cual nos hará acreedores de espíritu libre en la cúspide de nuestra evolución como seres humanos.

Habiendo expuesto lo anterior y previo a un extenuante análisis de este tema, me resulta imperativo recalcar la importancia del autoconocimiento para lograr ser seres humanos libres de ataduras, ya que como San Agustín de Hipona establece, al gozar de libre albedrío, nuestras pasiones e instintos son más asequibles, aunque estas nos lleguen a resultar perniciosas. Ambos autores exponen en sus pensamientos que el resultado de negarnos a los vicios morales alimentará nuestro espíritu, llevándonos a “La felicidad eterna” o “Al último estado evolutivo del hombre”. Por lo cual, si queremos ser una mejor versión de nosotros mismos, debemos de aprender a ser autodisciplinados e identificar cuáles de nuestras acciones corromperán nuestra armonía con nuestra existencia. No debemos de culpar a nuestra realidad o circunstancias de nuestras decisiones, debemos de serle fiel a nuestro espíritu y alimentar el de los demás.

              

Referencias