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El deseo de ser un animal: Los furros y los animales de animales antropomórficos

Dr. Fabián Acosta Rico • Docente-Investigador UNIVA Plantel Guadalajara

 

El filósofo griego de la escuela de los cínicos, Diógenes, a la hora de reflexionar sobre el origen de los males humanos infería que estos eran resultado de nuestra razón. En efecto, el distintivo de nuestra especie, la inteligencia, hace mella en nuestra personalidad creándonos una serie de deseos superfluos que esclavizan nuestro entendimiento y voluntad. Buscamos la felicidad en el prestigio, la fama, la riqueza… craso error; nuestra máxima aspiración, según los cínicos, debería ser alcanzar la libertad más plena no dejándonos atar por convencionalismos sociales y culturales; si queremos redención estamos obligados ser más como los animales. Las bestias tienen una vida más plena gobernada por sus instintos más básicos; no se preocupan por acumular o ser aplaudidos. Más que humildes son sencillos. La sencillez y frugalidad traen paz y felicidad.

¿Envidiamos a los animales? Algunos sí. Los hombres primitivos elaboraron todo un sistema de creencias totémicas que exaltaban el valor simbólico-religioso de algunos animales como los cuervos, los osos, los lobos, los bisontes… Con un sentido de más proximidad ontológica entre ser el humano y el resto de las especies, encontramos en las mitologías un surtido y abigarrado elenco de creaturas zoomórficas como los faunos, los centauros, las náyades, las arpías… la concepción de estos seres híbridos puede que esté determinada por cierta envidia humana; después de todo como especie, en lo físico, estamos bastante limitados; por ello, quizás, nos resulta fácil ambicionar ciertas habilidades animales como el volar, el correr a gran velocidad, respirar bajo el mar… esos dones físicos nos atraen y hacen fantasear a más de algún artista, poeta o novelista; estos espíritus creativos, con su imaginación, maquinan seres de fábulas o de caricaturas como los ideados por Walt Disney o de anime; en este género el patriarca es, sin duda, Hayao Miyazaki cuya obra más antropomórfica es el Porco Rosso.

La posmodernidad declaró, con Nietzsche, difunto a Dios y con esta afirmación también le dio sepultura al ser humano como creatura perfecta concebida en la divina mente del Dador de Vida; así las cosas, los individuos más que nunca se sienten con la libertad de reinventarse a su antojo o capricho.

Hay margen dilatado o permisivo para todas las reinvenciones, incluso para las más osadas como las del tipo transespecie, de decir, si tú crees haber nacido no digamos en el sexo equivocado, sino que perteneces a otra especie: como el hombre que se asume como dálmata; adelante, estás en tu derecho de darte de baja como humano y asumir tu nueva identidad animal. En este tenor también fue muy sonado el caso de la joven noruega, Nano, que a los 16 años adoptó los gestos y hábitos de un gato. Expuso su caso en YouTube y defendió su “transformación en felino” aseverando que un defecto genético la convirtió en una gata aprisionada en un cuerpo de mujer; pero la minina, finalmente, encontró la salida y ahora es libre de maullar y atrapar ratones a su gusto.

Por un gusto más bien de tipo estético y no por una crisis de identidad: dentro de la comunidad friki y otaku hay una subtribu un tanto menospreciada por la escena cuya debilidad y hobby es el disfrazarse de animales. Estos amantes del cosplay de botargas, mamelucos u orejas de peluche de oso, perro, gatos, zorros… son conocidos como “furros”, el nombre les viene del inglés “furry” que significa peludo o peluda.

Los furros conforman toda una comunidad de alcances internacionales que gusta del género furry en el cual, animales o cualquier otro tipo de creaturas son capaces de razonar, hablar y actuar como seres humanos. El género es muy socorrido en caricaturas como la tan criticada Animanía, en películas como Zootopia y en animes como Beastar y BNA (precisamente, con un comentario sobre esta serie cerraremos el presente artículo).

El movimiento furro comenzó en los años 80 del siglo pasado en una convención de ciencia ficción donde se entabló todo un debate acerca de los personajes protagónicos de la obra de Steve Gallacci, Albedo Anthropomorphics. El movimiento furro cortaba listón. Pronto en otras convenciones, personas atraídas por los animales antropomórficos de fantasía, se reunían hablar sobre el tema. Los más comprometidos y entusiastas empezaron a disfrazarse y otros, como vimos al comienzo de este artículo, cayeron en el extremo de sentirse parte de otra especie animal.

Esta subcultura de la escena cosplay ha tenido tanta aceptación y ha cobrado tal fuerza y presencia que, alrededor del mundo y principalmente en países como Estados Unidos, Japón y Corea del Sur, se realizan convenciones denominadas furcon a las que asisten artistas, especialistas del movimiento y en las que es común ver, con toda desinhibición, a furros disfrazados que son conocidos como fursuiters. Botarga manda. En México, una pionera en estos gustos de disfrazarse de algún animal fue la carismática Pájara Peggy, de la Carabina de Ambrosio. En Estados Unidos sobran los antecedentes de este movimiento sólo por citar uno bastante memorable, sacado del baúl de la nostalgia friki, están los Pájaros Patinadores.

Casi no hay año en que no aparezca un producto cultural del movimiento furro. El tema de animales antropomórficos que hablan y caminan en dos patas no aparece agotarse en la literatura, el cine, los comics, los videojuegos, los mangas, los animes y los juegos de rol.

En este año se estrenaron en México, dos animes furros en el catálogo de Netflix: Beastars un drama juvenil preparatoriano del que ya hicimos una reseña para Letras rebuscadas, el otro es BNA el cual, tiene como protagonistas a un personaje que parece inspirado en la chica ardilla de Marvel, Michiru y un lobo gris, Shirou.

Situada en el siglo XXI, la historia comienza con la repentina y desconcertante transformación en beastman de Michiru; ella de nacimiento era humana, pero tras su conversión en un animal antropomórfico ya no pudo encajar en la sociedad. Buscó refugio en Animal City una ciudad autónoma habitada exclusivamente por beastman. Entró clandestinamente en esta urbe santuario o refugio en medio de una gran celebración durante la cual tuvo lugar un atentado terrorista cuyos perpetradores pudo ver Michiru (eran otros beastman pagados por humanos). Las bombas hicieron colapsar un edificio, en medio del caos, apareció para salvar a la chica ardilla, Shirou, el hombre lobo inmortal.

Animal City es una ciudad de reciente creación, tiene diez años, y es el refugio de los beastman; quienes tienen la capacidad de regresar a su forma humana a voluntad. A Michiru le llevó un tiempo desarrollar dicha habilidad, no obstante, entre los de su especie, ella es un tanto especial, además de las capacidades innatas de una ardilla; es también toda una metamorfa: puede estirar sus brazos, robustecerlos o convertirlos en alas; la invisibilidad también es uno de sus muchos talentos. Su cola se esponja sirviéndole así para rebotar. Igual de especial es su mejor amiga, Nazuna. Ella fue secuestrada en presencia Michiru. No supo más de ella, hasta que la volvió ver en Animal City encabezando un culto sectario adorador del gran Lobo plateado. El Lobo plateado es todo un mito entre los beastman; para ellos es un guardián legendario, un semi dios protector que cuida de los suyos. Nazuna supuestamente es su encarnación, aunque ella es más bien una zorrita rosa.

BNA es un anime que comparte la esencia de los X-Man en el sentido de que igual como ocurre con los mutantes, en los beastman están representados a todos los marginados y excluidos de la sociedad pasando por los migrantes, los que tienen alguna malformación genética, los pobres, las minorías culturales y étnicas… el argumento que subyace en la exposición de esta diversidad retratada zoomórficamente es que las diferencias no nos hacen inferiores, sino especiales; en nuestras distinciones reside en buena medida nuestra identidad y ser. Más que vergüenza, nuestra lengua, color de piel u ojos, tradiciones y creencias deben ser motivo de orgullo y de dignificación; estos revestimientos culturales y biológicos nos hacen ser quienes somos. Los animales antropomórficos son una metáfora de estas diferencias o distinciones.

En la especie humana hay quienes aman a los animales y gozan de su compañía como mascotas; otros además sienten por ellos, desde un posicionamiento moral, un entrañable respeto y empatía al grado de que no consienten emplearlos como alimento, se rehúsan a vestir ropa de piel y condenan el que sean empleados como entretenimiento circense o de cualquier otro tipo; los hay que además los admiran y desearían ser como ellos, en esta categoría entrarían algunos furros radicales (los que han transitado de lo estético a lo ontológico). Estos miméticos amantes de los animales desearían efectuar la transición a un ser poshumano que tuviera los rasgos y capacidades de algunos de los seres del vasto reino animal. Es probable que la biotecnología, en un futuro no muy lejano, les cumpla su deseo y puedan dejar los mamelucos y las botargas para felizmente renacer como una gata o dálmata poshumanos o mutantes parecidos a las bizarras creaciones del doctor Moreau o del Alto Evolucionador de los comics de Marvel.