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Crónica de un escritor insospechado

Diego Andrés Joya Flores • ALUMNI Licenciatura en Mercadotecnia Integral

 

No existen más que dos reglas para escribir: tener algo alrededor y decirlo bien

OSCAR WILDE

 

Hace más de tres años estaba terminando mi última semana cultural de la prepa. Había filas enormes para los buenos eventos o de los que era bien sabido podrías conseguir sellos rápidamente, sin mucho esfuerzo. Los demás eventos se relegaban al gusto de cada estudiante.

Para mi “suerte” estaba con la carpeta a un sello de terminar y solamente con medio día para obtenerlo. En la tarde estaba la conferencia de un experto en temas de lenguaje corporal, lo que era de mi interés, pues me gustaba la serie Lie to me, protagonizada por Tim Roth. –¡Perfecto! –pensé. Estaba matando dos pájaros de un tiro.

Al llegar aquella tarde al salón asignado iba como de costumbre a deshora, corriendo para asistir con el menor retraso posible. Al llegar confirmo la hora y el número rotulado en la puerta. Era extraño, no había un ponente al frente del salón, mucho menos un público, sino, un círculo de estudiantes en sus butacas, la mayoría con un vaso de café, alrededor de mi maestra de filosofía, Jazmín Velasco.

Asomando mi rostro pregunté – ¿Es aquí la conferencia? – solo para que me contestasen en risa colectiva previo a gritar la invitación – ¡Otro más! Ven, siéntate –. La hora y el lugar de la conferencia habían cambiado y yo no me enteré. La maestra amablemente me invitó a pasar, a servirme café y a continuar con la conversación. – ¿De qué hablamos? – pregunté – de Hamlet – me contestó uno de los estudiantes. Mi reacción fue de sorpresa, ya que ese era uno de los libros arrumbados en mi casa.

Al continuar, nerviosamente pensaba que mi ignorancia me distinguiría entre mis compañeros letrados, conocedores de la palabra de Shakespeare, y uno, bueno… no más que un uno o dos libros al año que presumir. Pero eso no me dejó a un lado, en general salían preguntas que invitaban al diálogo y te hacían comprender, no sólo la tragedia del príncipe de Dinamarca, sino su impacto cultural, literario y hasta cinematográfico.

El tiempo parecía volar en minutos, pero realmente en poco más de hora y media concluyó. Al salir, varios compañeros que continuaríamos la universidad en la misma institución fuimos invitados por la maestra a participar en el taller de creación literaria que recién sería inaugurado, justo a la par del inicio del siguiente cuatrimestre. Me emocionó la idea, algo completamente nuevo para darle pie a un gusto que recién conocería: la escritura.

Meses después comenzó la primera sesión con mi ahora exmaestra de filosofía al centro y un montón de estudiantes en mesas a los costados. Había muchos virtuosos escritores, otros con palpitante mano a tomar la pluma y algunos más con el mero conocimiento de que existen unas cosas llamadas letras y oraciones que de alguna manera se pueden juntar y dar sentido. Yo era del tercer grupo. Eso sí, todos éramos jóvenes de primer año, ansiosos por comenzar la licenciatura, sin saber las noches de desvelos y el estrés que nos esperaban.

Con eso se dio pie a lo que serán de los mejores recuerdos de mi paso por la universidad. Sesiones semanales de montones de hojas sueltas, rayones dispersos, sentimientos impresos, oraciones palpables, párrafos robustos y hasta letras gritonas. Todas las semanas, los mismos estudiantes, conocíamos a variedad, románticos, trágicos, dramáticos, satíricos y hasta oníricos personajes que solo dejaban ver su rostro un día a la semana. Aquí estaban los universos intergalácticos, los cuentos fantásticos, las novelas elegantes, los poemas ingeniosos, las flores sin maceta, la inspiración de Hesse, gente de afuera y hasta un tal Anthony que nos dejaba perplejos.

A lo largo de estos años he visto cómo amigos y compañeros desarrollan habilidades que van más allá de sus labores en la literatura, gente realmente talentosa tanto de preparatoria como de universidad. Al escribir llevan sus ideas a otro nivel, de una mente caóticamente reflexiva a una sencilla hoja tamaño carta.

El taller de creación literaria es un trabajo colectivo entre mentor y compañeros, un ejercicio que se puede replicar con facilidad entre muchas o pocas personas sin necesidad de experiencia previa, o en caso contrario, también con la virtud y el talento. Un taller así merece un espacio en las universidades, que inviten a todos los talentosos escritores de las distintas carreras, gustos, géneros y estilos literarios.

Usualmente se crea este símbolo de complejidad a lo que se cree es un escritor y lo que le lleva a dar síntesis a sus ideas; claro que tiene su chiste, requiere técnica, como también práctica, llegar a desarrollar conocimiento. Asimismo, demanda disciplina para avanzar en los proyectos y alcanzar las metas individuales. La inspiración, por ejemplo, llega con las acciones y el dinamismo mental, espiritual y físico.

Para llegar a desarrollarse como escritor es necesario tener constantes ideas, pluma y lápiz (o procesador de texto), disciplina y lo más importante, la voluntad de lector. Esta voluntad deriva también de la capacitación, lectura, educación y motivación diaria. Ya entonces, se escribe para inspirar.