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Crónica: Alfred Hitchcock

Mtro. J. Daniel Meza Real • Coordinación de Calidad Académica del Sistema UNIVA

 

«Un buen drama es como la vida, pero sin las partes aburridas».

Era una noche helada de noviembre de 1904, la comisaría central se mantenía bajo una luz tenue ante la poca actividad en la ciudad; hacía tanto frío en Leytonstone, Inglaterra, que hasta los más peligrosos asesinos y ladrones preferían buscar el calor en los rincones más acogedores de su hogar. El comisario sostenía frente a sus ojos el periódico del día y lo observaba sin leerlo realmente, aburrido solo pensaba en como se le iba la vida de las manos.

En ese momento las puertas se abrieron de par en par, pero esto no lo sorprendió tanto como ver en la entrada la figura casi tenebrosa de un niño de proporciones bastante robustas, que sostenía una carta en sus manos con una expresión fúnebre.

La carta era del padre del niño, después de leerla, sonrió con cierta complicidad, se levantó lo tomó de la mano y lo dirigió al fondo de una de las celdas. Al cerrar la puerta lo miró con una expresión fría como el acero que lo encerraba y le dijo: “Alfred, esto es lo que pasa con los niños malos”.

Alfred Hitchcock, nació de una familia inglesa de clase media, tenía dos hermanos William y Ellen Kathleen; era hijo de William Hitchcock y Emma Jane Wehlan quienes eran dueños de una tienda de comestibles. Aunque no gozaban de ser una familia rica, realmente tenían una gran estabilidad económica y aún más importante, conocieron a través de una educación estricta y disciplinada el verdadero valor del trabajo, cosa que marcó la vida del cineasta hasta el último momento.

Aunado a una estricta educación católica en casa, Alfred fue internado en el Colegio San Ignacio, fundado por los Jesuitas en 1894 y conocido, principalmente, por su rigor, su disciplina y un fuerte sentido católico.

Hitchcock siempre fue un alumno ejemplar. Sin embargo, en esa mirada inocente se escondía un hombre marcado por el sentido de culpa que se le daba cucharada a cucharada desde casa y a lo largo de su estricta educación. En el último año de estudios, el niño inocente, de facciones que causaban ternura, se convirtió en la pesadilla de los profesores y alumnos debido a las incontables bromas pesadas que propinaba a los que lo rodeaban. Fue reprendido severamente pero algunas cuantas decenas de azotes, no iban a borrar ese nuevo sentimiento de placer que le producía crearle sólo unos cuantos minutos de angustia a alguien.

En 1913 Alfred dejó el colegio para desarrollar su futuro profesional. Comenzó sus estudios como ingeniero en la School of Engineering and Navigation y al mismo tiempo tomaba cursos de dibujo en la Sección de Bellas Artes de la Universidad de Londres. Todo ese tiempo y trabajo no valían absolutamente nada para él, si no disfrutaba al final de la semana de una actividad lúdica que recién tomaba fuerza en Londres: el cine.

En el año de 1914 estalló la Primera Guerra Mundial pero esto no fue tan duro para el adolescente Alfred como perder a su padre a pocos días de navidad; sus hermanos ya vivían fuera de su casa por lo que se quedó solo con su madre. Aquellos dramas con historias trágicas que tanto le gustaba ver en la pantalla grande, se hicieron realidad.

Después de tomar la decisión de emigrar con su madre a su ciudad natal, comenzó a trabajar en una compañía de telégrafos revisando los voltajes de los cables eléctricos. En menos de seis meses fue más que claro que aborrecía su trabajo, por lo que pidió un cambio al área de publicidad de la misma empresa, los directivos no pudieron negarle el cambio a uno de sus trabajadores más productivos y dedicados.

Unos cuantos años más tarde, una compañía estadounidense de cine se instaló en Londres. Una mañana en uno de los foros, uno de los productores directivos se encontraba desesperado por el trabajo que se hacía en ese momento con la escenografía, gritaba a sus empleados y mientras se rascaba la cabeza no dejaba de preguntarse en qué rayos estaba pensando al dejar Los Ángeles.

De repente, una luz iluminó el lugar… el productor giró la cabeza enfurecido y gritó: -¿Quién abrió la puerta?-  Se topó frente a frente con un hombre robusto de mirada inocente pero profunda que lo miraba con una expresión casi terrorífica mientras sostenía una pila de papeles en sus manos.

-Hola, me llamo Alfred, vi en ésta revista que están solicitando gente. Traje unos cuantos bocetos para escenografía-.

Ese momento fue decisivo para el resto de su vida, pero no sólo porque lo contrataron inmediatamente; mientras hablaba con el productor, su atención comenzó a dispersarse hacia una chica que se movía en el plato con una naturalidad tal, que parecía haber trabajado ahí por años. Era nada más y nada menos que Alma Reville, en ese tiempo editora de la compañía y en un futuro, la persona más importante en la vida de Alfred Hitchcock.

El orgullo y la timidez de Alfred Hitchcock, simplemente no le permitían siquiera acercarse a la joven muchacha, ya que, al ser más que un asistente de escenografía, no se creía lo suficientemente importante para estar con ella. Esta determinación, lo llevó a codirigir su primera película solo 3 años después.

Desde ese momento, nunca dejaron de trabajar juntos. En 1927, un año después de haberse casado, celebraron el estreno de sus tres primeras películas (aún mudas): El jardín de la alegría; El águila de la montaña y El enemigo de las rubias.

Aunque fueron bien recibidas por la crítica y el público, no fue hasta “The ring”, una película con guion  original de Hitchcock, que saltó a la fama en todo Inglaterra. La gente comenzaba a preguntarse quién era ese tal Alfred Hitchcock, conocían su nombre y sus películas pero no a él.

Quizá esa gente era poco observadora porque desde esas primeras películas, bastaba poner un poco de atención para verlo aparecer como extra en alguna de las escenas; el gran Hitchcock, patentó una nueva manera de firmar sus películas.

Su fama en Inglaterra siguió acrecentándose, filmó unas cuantas películas aun mudas y posteriormente, en 1928 se estrenó la primera película sonora del director: La muchacha de Londres, una película basada en una obra teatral que estaba teniendo bastante éxito en aquella época.

En 1933, Hitchcock y su mujer decidieron comenzar a trabajar con Michel Bacon, quien fundó la productora Gaoumont-British. Es en ese momento en que oficialmente inicia la gran época del cine del gran Alfred Hitchcock. Una época dorada que fue tan grande como su propio matrimonio y en la que el director le cumplió al cine los mismos votos maritales; hasta que la muerte nos separe.

Este nuevo comienzo inicia con la película que lo definió como el Gran Maestro del cine de suspenso, El hombre que sabía demasiado, un filme que fue elegido como película del año en 1934. A éste éxito siguieron muchos más como 39 escalones (1935), Agente secreto (1936) y Sabotaje (1936), películas que pueden considerarse clásicos en la historia del cine.

Alfred sentado en las filas posteriores de las salas de cine, disfrutaba de una manera casi sádica y tal y como lo hacía con sus frecuentes bromas pesadas, de qué manera la gente se llenaba de una tensión psicológica que los mantenía con el alma en un hilo, sin saber que era lo que iba a suceder. Esto con personajes que gozaban de una profundidad psicológica impresionante; también con un montaje de imágenes que aunque parecían inocentes a simple vista, se incrustaban poderosamente en el inconsciente de las personas, creando una tensión que lo convirtió en el más grande exponente del género del thriller.

Una mañana de marzo de 1938, Alfred se encontraba en un modesto restaurante de Los Ángeles que tenía la vista perfecta del gran letrero de Hollywood, su atención no se dirigía más que a los huevos revueltos con tocino que tenía frente a él y que comía con una calma y concentración que cualquiera que lo viera no tardaría en pedir el mismo platillo. Frente a él estaba sólo David O. Selznick, el gran productor norteamericano, solamente con un café y un par de pastelillos.

-Entonces ¿qué dices Alfred?

-Lo voy a pensar, pero ahora déjame terminar mi desayuno

Un año después y a pocos meses de que estallara la Segunda Guerra Mundial, Alfred Hitchcock, su mujer, su hija y su secretaria personal, llegaban a Nueva York para iniciar su propio sueño americano, el cual comenzó modestamente con un contrato para filmar dos películas al año.

La primera fue Rebeca, uno de sus filmes más conocidos que le otorgó a Joan Fontaine un Premio Óscar como mejor actriz.

A partir de este momento los éxitos cinematográficos llegaron uno tras otro sin interrupción. La carga de trabajo era intensa, al igual que la fama y el dinero. La gente más allá de enfadarse de ver estas películas de suspenso que parecieran cumplir con una misma fórmula narrativa, realmente nunca sabían que iban a encontrar en ellas.

Hitchcock se empeñó a no estancarse en los métodos más comunes para vender sus películas, al contrario, en cada filme incorporó nuevas técnicas, nuevos descubrimientos y trucos que marcaron la escuela y la historia del cine.

Prueba de esto fue La soga, una película que nadie esperaba, no sólo porque fue su primer trabajo a color, sino porque al contrario de las otras en las que su sello característico era el montaje de imágenes y el constante juego con los cortes, en éste filme se grabaron escenas continuas de más de 10 minutos, que era lo que duraba cada rollo completo de cinta de celulosa.

Es decir, que lo que vieron miles y millones de personas en las salas del cine no fue una película, sino una escena que duraba más de una hora sin un solo corte. Todo esto sin dejar de lado la historia en la que Hitchcock llegaba a lo más bajo de la psicología humana, tocando miedos, frustraciones e incluso perversiones.

Alfred Hitchcock estaba en la cima de su carrera, no había una persona en todo Norte América que no lo reconociera por sus películas y por si esto fuera poco, decidió llegar aún más profundo y entrar a los hogares de la gente. En 1955, firmó un contrato con la productora de televisión CBS para realizar una serie semanal de media hora de duración titulada Alfred Hitchcock presenta, que de 1960 a 1965 se siguió realizando para la NBC.

Mientras la gente parecía estar más acostumbrada a verlo en televisión que en las salas de cine, a tal grado que comenzó a bajar la taquilla de sus películas; lanza Psicosis su más grande y polémico éxito. Una película que trataba por primera vez en la historia el género del suspense psiquiátrico, o Thriller psicológico. El rodaje fue uno de los más caros en la carrera de Hitchcock pero la recaudación fue tan grande que pudo comprar las suficientes acciones de Universal Studios, como para convertirse en uno de sus tres principales accionistas mayoritarios.

Sus siguientes películas no tuvieron el mismo éxito. Sin embargo, sí el descubrimiento de una musa que seguía perfectamente con el prototipo de mujer usado por Hitchcock en sus películas: rubias, delgadas, dulces, bellas, delicadas, angelicales y finas. Tippi Hedren se convirtió en la actriz del director por excelencia.

Con ella realizó películas como Los pájaros  y Marnie, la ladrona, que enamoraron al público y a la crítica; esta relación duró poco ante una obsesión y perfeccionismo de Alfred que la llevo al borde del colapso nervioso. Tal es el caso de Los pájaros , en la que durante el rodaje el director solicitó que se le lanzaran aves al rostro constantemente y así lograr una reacción real en la actriz. Ella terminó por rechazar a Hitchcock y tras una discusión en la que Tippi culminó por hacer alusión a la complexión física del director, no volvieron a dirigirse la palabra.

El cine de Alfred Hitchcock parecía invensible, pese a ello, su salud y la de su esposa se deterioraban cada vez más. Durante un viaje a Europa, motivo del rodaje de Frenesi, Alma sufrió un ataque de apoplejía que le afectó gravemente el habla. Con el terror a la idea de perder a su eterna compañera, esposa y amante, Alfred cayó en el alcoholismo y se sumió en una depresión que era acompañada por su marcada artritis y sus problemas del corazón.

Aquel hombre simpático, bromista que saltaba a lo largo y ancho del plato de grabación, ahora le costaba trabajo solo mantenerse de pie por periodos prolongados de tiempo.

Una tarde de octubre de 1975, Alfred regresó a casa, cansado y dispuesto a embriagarse hasta quedarse dormido; cada día era más notorio su hastío y su depresión. Mientras se servía la primera copa que le haría olvidarse de sus horribles dolores de rodilla, vio salir a Alma de la habitación, su rostro estaba lleno de color y tenía una sonrisa que fue tan poderosa que hizo levantarse a su marido sin mostrar el mínimo dolor. Se acercó a ella, la abrazó y después de un tierno beso en la frente le dijo: -Podemos hacer otra, vale la pena vivir -.

El siguiente año se estrenó La trama, la última película hecha por el gran Alfred Hitchcock. La mañana del 29 de abril de 1980, Alma ya no tenía color en su rostro y su sonrisa se había  desvanecido. El amor de su corazón, su compañero, su colega, su esposo, murió y al igual que en sus películas; su vida quedo en suspenso solo durante los dos años siguientes que pudo soportar la soledad, hasta reencontrarse con él en una nueva película sin fin.