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Mtro. Miguel Camarena Agudo • Encargado de Corrección y Estilo del Sistema UNIVA

 

Naciste en un lugar cuyo nombre hace referencia a la artesa donde bebe el ganado. Tus padres eran casi unos niños cuando te tuvieron y tú tuviste que convertirte en un adulto desde niño. Tuviste hambre y anduviste descalzo. El trabajo llegó antes que los juegos y la escuela. Dices que aprendiste las vocales de tu padre, quien era analfabeto. Guardaste silencio durante muchos años, por no sé qué extraño motivo. Los gatos y tú no eran muy buenos amigos. Los rebaños de chivas que pasaban por el Camino Real eran sorprendidos por ti y otros ordeñadores furtivos. Jugaste al balero, al trompo, disparaste resorteras, te subiste a los árboles y nadaste en el río Santiago.

Viste cómo un día tu padre sacó un pez descomunal del río, el cual palió una insufrible hambre de días. Le escuchaste decir que en La Barca la tierra era tan buena que hasta los caballos se perdían de vista comiendo dentro de las calabazas. Pláticas que a mi abuelo le gustaba la cacería. Que él mismo hacía sus carabinas y hasta una vez inventó una con doble cañón, uno para disparar munición y otro para la sal. Hablas de su gran capacidad para crear cosas, como fue esa caja de pilas con un foco que iluminó por primera vez la calle de su casa, en tiempos en que la electricidad en tu rancho todavía ni sus luces.

Aprendiste de él muchos oficios incluyendo el de peluquero, y gracias a eso, pudiste convivir con él durante muchos años como buenos amigos. Hasta que la muerte lo sorprendió a sus 44 años, pues nunca se enteró de que poseía la conocida “enfermedad de reyes”, la hemofilia. Se murió un año antes de que te casaras y el traje de bodas que utilizaste fue el que él había comprado para ese día. Se fue de aquí añorando tener nietos y una vez estuviste casi por repetir su historia. Me da gusto saber que ahora sepas cómo se siente que te digan “abuelo”.

Sé que tus piensos fueron ser pintor y maestro, vivir viajando y pintando todo lo que te motivara a hacerlo, pero la vida te llevó a ser obrero. Ahí desarrollaste tu sentido de justicia y con los años te convertiste en un defensor de los derechos del proletariado, como diría ese viejo león alemán, llamado Karl. Aprendiste a cantar y a tocar la guitarra, en una ocasión interpretando Casa de cartón de Alí Primera, en una reunión con los trabajadores, me contaste que te quisieron arrebatar el instrumento y romperlo. Te sabes corridos y boleros, te gusta recordar a tus antepasados tocando sus canciones favoritas: La barca de oro, Tampico hermoso, Te vas ángel mío.

Tienes una voz grave y contundente, tu abuela decía orgullosa que hablabas como licenciado, y apenas, y terminaste la secundaria. No por tu falta de oportunidades fuiste ajeno a los libros y la cultura. Desde muy pequeño te vi leer y hablar de lo que leías. Recuerdo las anécdotas que nos contabas de Francisco Villa, Zapata y los Flores Magón; el recelo de Da Vinci a Miguel Ángel, la genialidad de Clemente Orozco y el prolijo trabajo de Jorge González Camarena, el cual pudimos constatar en el Hospicio Cabañas un día que nos llevaste.

A lo largo de la vida he aprendido mucho de ti y me has enseñado muchas cosas, entre ellas a amar sin restricciones y a compartir la felicidad. Que la belleza está en todas partes y que el arte de vivir está precisamente en saberla captar. Que la riqueza está en valorar lo intangible, lo invisible a los ojos, pero no al corazón.

Viejo eres un artista, un revolucionario, un roble, un titán. A ti te debo el cincuenta por ciento de la invitación a esta vaina llamada vida y también la pasión, la sensibilidad, la creatividad, la libertad. Tienes una sabiduría natural con la que miras la realidad, justamente el año pasado te pregunté en tu cumpleaños acerca de la vida, me dijiste que te ha parecido un instante y créeme tienes razón en ello. A mí también me ha parecido eso, un efímero sueño. Pero eso no importa, nos la hemos pasado bien, a pesar de todo. Solo espero podamos seguir compartiendo este mundo un prolongado tiempo llenándonos de más vivencias, y algún día, allende a nuestra muerte, encontrarnos de nueva cuenta en el barrio que está detrás de las estrellas, para poder seguir, ahora sí, una eternidad juntos.