La dignidad que tenemos por ser hijos e hijas de Dios es tan grande que somos invitados a participar de la vida eterna, de lo más grande, de lo más bello que existe por toda la eternidad.
En el evangelio del día de hoy Jesús nos advierte que nos cuidemos de la hipocresía, que la mayoría de las veces mata y pudre cualquier relación. Como seres humanos, a lo largo de nuestra vida llegamos a experimentar situaciones de dolor, pero también de discriminación por diferentes causas. Algunas veces nos hemos sentido pisoteados por los demás, burlados o maltratados, sin embargo, nuestra alma jamás podrá ser lastimada, porque pertenece a Dios.
Jesús nos dice que todos nuestros cabellos están contados por Dios, nos conoce tan bien, que somos gratos ante sus ojos, ante su corazón hermoso. Todos venimos del cielo, todos salimos y regresaremos al corazón de Dios. Somos seres espirituales encarnados en esta vida.
Al ser hijos e hijas de Dios tenemos por naturaleza una dignidad grande, muy grande. Que nadie ni nada nos puede arrebatar, Jesús intenta explicarnos lo que valemos para Dios a través del valor de unos pajarillos, sí unas criaturas como las aves del cielo son importantes para el Creador, cuánto más nosotros sus hijos.
Podrán lastimarnos, escupirnos, inclusive matar nuestro cuerpo, pero la dignidad que Dios nos ha regalado nadie podrá quitárnosla. Dios nos da la vida, nos abraza, para calmar nuestro dolor, llena nuestro cielo de nubes y nos dice cuánto nos ama.
Que lo que el mal separó, contaminó y destruyó, sea el Amor de Dios el que vuelva a unir. Mi vocación es el amor.