Nuestra Santa Madre Iglesia celebra, este primero de mayo, a San José Obrero. Un hombre que recibió la encomienda de tener en casa, bajo sus cuidados, los tesoros más grandes de Dios: a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y a la Santísima Virgen María. Sin duda que el amor de Dios a San José es inmenso al confiarle sus más preciados tesoros.
José, con la sencillez de su vida, con la obediencia, la humildad y también con el coraje, viene a cumplir aquellas palabras dichas por Dios a Abraham, nuestro padre en la fe: ganarás el pan con el sudor de tu frente. Este humilde carpintero cumple la palabra de Dios desde el amor, desde la fe. No la cumplió como una maldición, como una imposición, sino como una bendición, como un camino de amor junto a su esposa, la Santísima Virgen María, y a Jesús, el Hijo de Dios.
Celebrar a San José, Obrero, es una enorme oportunidad para reflexionar la importancia que tiene el trabajo humano dentro de nuestra sociedad. San Juan Pablo II, en su encíclica Laborem exercens, nos recuerda que el trabajo, objetivamente hablando, busca la transformación del mundo. Por ejemplo, un carpintero da forma a la madera haciendo con ella cosas hermosas y útiles, gracias a su esfuerzo y su talento. Pero el Papa nos recuerda que el trabajo no sólo cambia lo de fuera, también nos cambia a nosotros, nos hace mejores personas, despierta en nosotros aquellas capacidades y talentos que quizá no conocíamos. Esa transformación interior es lo que le da un sentido intrínseco al trabajo. Todo trabajo, si es hecho de corazón, con verdadera sabiduría, y para el servicio de la comunidad, hace de nosotros personas distintas. El que sabe trabajar, ama, muestra de ello es que el trabajo bien hecho siempre tendrá ese toque de amor, porque el amor mira los detalles.
La familia, los amigos y la sociedad misma, son para nosotros esa encomienda extraordinaria que recibimos de Dios. Un valioso tesoro que ha sido depositado en nuestras manos para que, con humildad y mucho amor, busquemos incidir positivamente en ellos y, a su vez, despierte en nosotros el lugar tan importante que debemos ocupar en la sociedad. Pidámosle al Señor, por intercesión de San José, nos ayude a exaltar el valor santificador del trabajo como una forma de participar en el perfeccionamiento de la obra maravillosa de la creación y en la edificación de un mundo nuevo.