Si en los evangelios el camino de Jesús se define como subida a Jerusalén, la vida de su discípulo se describe como seguimiento. De eso se trata la vocación cristiana: seguimiento de Cristo por el camino desnudo de la cruz y de la abnegación, pero sabiendo que al final de esta ruta de libertad se encuentra la resurrección y la vida con Él.
Ciertamente Jesús es radical, es decir, va a la raíz de las cosas y nos pide coherencia entre lo que decimos creer y la conducta diaria. Su evangelio es exigente, pero no inhumano, porque se sitúa en la línea del amor y de la libertad, de la vida y de la resurrección.
Cuántas veces nos hemos sentido llamados por Jesús, hemos querido ir un poco más allá en nuestro compromiso con Él y al instante hemos puesto infinidad de pretextos de todo tipo, nos hemos auto-convencido de que no puedo: es que mi trabajo, es que mi familia, es que no tengo tiempo, es que… es que… Hay una frase clave en este pasaje: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios”, si queremos ser “vivos”, si queremos que el Espíritu actúe en nosotros, si queremos ser cooperadores de la misión evangelizadora, tenemos que pensar y actuar como hombres nuevos, ser verdaderos bautizados, resucitados por el Espíritu Santo y abandonar los viejos pensamientos que solamente conducen a la muerte del alma.
En este empeño de seguir a Cristo aparecerán dificultades, incomodidades, renuncias. Pero Dios no abandona nunca, aunque, como dice Job, no notemos su presencia. Vivamos con gozo nuestro encuentro con Cristo y no tengamos miedo a mirar al horizonte. Tenemos que soltar lastres y volar ligeros en las manos de Dios. Es triste constatar que muchos cristianos no han descubierto todavía la dimensión apostólica de su vocación en la fe en Cristo.
La tarea evangelizadora compete a cuantos han recibido la consagración bautismal. Todos estamos en la misma barca con Jesús, todos debemos estar comprometidos en la misión de la Iglesia, llamados a ser sal y luz de la tierra, fermento del reino en la masa y testigos de la resurrección de Cristo.
Señor Jesús, permítenos caminar a tu lado sin que perdamos el paso hasta la meta de Pascua; abraza nuestros miedos y egoísmos, que no volvamos la vista atrás, haznos tus testigos en un mundo que sufre vacío de espíritu, de amor y de esperanza. Amén.