La lepra, una enfermedad que en el tiempo de Jesús era sinónimo de dolor, exclusión, repulsión y mucha desesperanza, ya que era incurable. El día de hoy esa lepra sigue existiendo de diferentes maneras, una lepra silenciosa y muchas veces imperceptible, la lepra de la indiferencia, del descarte, de la muerte.
Esta enfermedad sigue siendo tan contagiosa como antes y sigue haciendo igual o peor de daño que antes. Sin embargo, ahora la lepra ha preferido los corazones humanos, los infecta, los pudre y los mata.
La deshumanización es la nueva lepra de nuestros días, acompañada de una serie de signos y síntomas que aíslan al individuo hasta su destrucción. Jesús, que es luz del mundo, el mejor médico por excelencia, quien nos acompaña y guía en esta vida, es el único que puede curar en plenitud.
Cuando el leproso le suplica a Jesús que lo cure, es sin duda, una súplica que sale del corazón, lleno de confianza y seguridad que será escuchado, Si tú quieres, puedes curarme. Jesús compadecido responde ¡Sí quiero, sana!
Un Jesús cercano y misericordioso, que responde cuando se le llama, atento a la necesidad del enfermo. El amor de Jesús es el principal motor para curar.
Hoy es un buen día para identificar nuestra lepra y suplicarle a Jesús que nos cure, confiados en que seremos escuchados y atendidos.
En cada enfermo está Jesús que sufre, en cada pobre está Jesús que languidece, en cada enfermo pobre está dos veces Jesús.
Padre Pío de Pietrelcina