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SER PRODUCTIVOS (Lc. 19, 11-28)

Hoy la palabra de Dios nos invita a reflexionar en todo aquello que hemos recibido, en lo negociado o no, y en lo que podemos devolver al Señor a su regreso. Cada uno hemos recibido lo que nos corresponde. Tampoco nosotros, como los empleados de la parábola, vemos injusticia alguna en lo recibido. La respuesta de los empleados no es la misma en los tres: los dos primeros se dan prisa en ir a negociar y lograron ganar el doble; el tercero, tuvo miedo, y, cuando se le pidieron cuentas, no sólo no pudo aportar ganancia alguna, sino lo atribuyó a la forma de ser del Señor. Nosotros estamos todavía con los talentos recibidos, quiero entender que, negociando, dando gracias al Señor por la confianza depositada en nosotros, y esperando poder entregar, a su tiempo, los mejores resultados.

Pero qué, cuánto y cómo es lo que hay que producir.

¿Qué hay que producir? Nuestros talentos no son dinero; las monedas son simbólicas. Nosotros hemos recibido la fe; hemos sido admitidos como discípulos y seguidores de Jesús, y se nos ha dado la siguiente encomienda: “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt. 28,19-20). ¿Para qué sigue con nosotros? Para hacer hoy lo que hizo con sus discípulos por los caminos de Galilea, Samaría y Judea: recordarnos y afianzarnos en que su Padre Dios es nuestro Padre, y, consecuentemente, todos nosotros somos hermanos. La producción que Dios espera de nosotros hoy es una vida-testimonio de la fe que tenemos, y gestos testimoniales que validen aquella vida.

¿Cuánto hay que producir? Es relativo, porque la vida no es una competición a ver quién produce más. Cada uno según su capacidad. Y cuantos lo hagan, hagamos, así, escucharemos del Señor su aprobación: “Muy bien, siervo fiel y cumplidor. Porque has sido fiel…, pasa a la fiesta de tu Señor”.

¿Cómo hay que producir? Con Jesús y su Espíritu, al lado, llevándonos de la mano. Si lo intentamos solos, tenemos el peligro del negligente de la parábola: miedo al amor; que el miedo nos paralice y escondamos en un pañuelo o en el colchón el talento del Señor. Tenemos que hacerlo con una actitud de profundo agradecimiento hacia el que se ha fiado, y de qué forma, de nosotros. Y no escondamos tampoco el agradecimiento; convirtámoslo en ilusión, alegría, trabajo, esfuerzo, fe y esperanza. Y que la ilusión que mostramos interpele a los que hemos sido enviados, y su abono ayude a la palabra a fructificar para la construcción del reino.

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