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SEAN MISERICORDIOSOS, COMO SU PADRE ES MISERICORDIOSO (Lucas 6, 27-38)

La propuesta de Jesús: «Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso», nos podría llevar a un cierto estado de vértigo o de desánimo. Es natural que los grandes ideales en un primer momento, probablemente nos hagan sentirnos impotentes y pequeños. Pero también podrían motivarnos a caminar más de prisa.

No es aquí la «perfección» del Padre la que estamos llamados a imitar en un sentido tajante, estrecho y sin salida, sino su bondad compasiva y misericordiosa, dispuestos a amar sin medida y a perdonar incluso al enemigo.

Y es aquí en el amar y en el perdonar donde bien podríamos pararnos de frente a nosotros mismos y hacer una sana autoevaluación y que independientemente de nuestra realidad logremos comprender que Dios es el aliciente, y no el que viene a restar nuestras más nobles intenciones.

En el amar: El cristiano ha de ser una especie de “muestrario” de las mejores virtudes, por el simple hecho de que posee ya una síntesis de ellas en el amor, «el vínculo de la perfecta unión». Es esta la manera como san Pablo ejemplifica algunas virtudes derivadas de la caridad, que se expresan muy bien en el cántico de alabanza. Reconociendo la invitación a desarrollar esa capacidad de amar como participación de quien nos ama de manera incondicional.

Y en el perdonar: El cristiano debe convertirse en signo de bondad y de comunión, a fin de hacer cesar el mal que está en él y a su alrededor, por medio de una firme esperanza, capaz de superar lo que más nos atemoriza, lo que de fondo nos hace aparecer cobardes. El perdonar es una invitación a ser valientes, destruyendo esa falsa idea de que quien perdona es el débil.

Porque quien se dispone a perdonar, como quien se dispone al amar tendría que ser en todos los campos de acción donde nos encontremos, esa diferencia específica como hijos de Dios que con alegría cristiana se disponen a ser auténticos hijos del Padre.

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