Para dar una respuesta plena a la pregunta de Jesús necesitamos cubrir dos condiciones: conocerlo íntimamente desde la fe y quererlo. La pregunta sobre Cristo es inevitable en nuestra vida, es la interrogante fundamental sobre nuestra propia identidad cristiana. No es lo mismo saber de Él solo por la historia que conocerlo personalmente, así como a un íntimo amigo. Lo más atrayente de su persona es que Él vive hoy como ayer: vive en cada época de la historia, en cada hombre, en la comunidad eclesial, en cada creyente, en mí mismo. Por esto, la pregunta de Jesús no pierde nunca actualidad. ¿Quién soy yo para ti en este momento de tu vida?
La respuesta a esta pregunta está condicionada y es condicionante. Está condicionada: primero por nuestra propia fe más o menos adulta; segundo, por nuestra práctica religiosa más o menos asidua; y tercero, por nuestra propia estructura psicológica con sus preocupaciones vitales y sus centros de interés. Esto requiere una progresión constante en la fe hasta su plena mayoría de edad, para que nuestra idea personal de Cristo sea viva y fecunda, completa y exacta.
Es también condicionante la respuesta, porque Jesús no nos pide una definición de su persona; no está examinándonos de nuestros conocimientos, sino de nuestra adherencia personal. Si confesamos a Cristo como hijo de Dios, su palabra, sus criterios y su estilo de vida nos comprometen; si lo reconocemos como salvador y liberador del hombre, nuestra fe ha de colaborar apostólicamente a que la salvación de Dios se haga realidad entre los hombres; finalmente, si proclamamos a Cristo como revelador del Padre, entramos en el círculo de la paternidad de Dios y, en consecuencia, en el de la fraternidad humana.
Como Pedro, tal vez también tenemos la respuesta exacta de nuestra fe a la pregunta sobre la identidad de Jesús; pero hemos de añadir la respuesta de nuestra vida para hacer creíble ante el mundo nuestra profesión de fe cristiana. Pues la proyección de la fe en Cristo no se limita al templo y la práctica religiosa, sino que penetra y transforma todos los sectores de la vida: amor y familia, dinero y trabajo, cultura y relaciones sociales, para lograr superar todas las situaciones de pecado y marginación, desamor y pobreza. Amén.