El evangelio del día de hoy nos invita a reflexionar sobre la manera en la que cada uno de nosotros buscamos a Jesús en el día a día, sin embargo, Jesús nos sorprende al salir a nuestro encuentro, Él es quien siempre nos busca. La manera en la que se le presenta a María Magdalena es un ejemplo de la cercanía de Jesús, principalmente en nuestros momentos de necesidad. ¿Por qué estás llorando? ¿A quién buscas?, Jesús sabía que el motivo de las lágrimas de esta mujer era por Él.
El amor de María de Magdala hacia Jesús fue el motivo de sus lágrimas, al creer que el cuerpo de nuestro Señor había sido robado, un amor de agradecimiento, de admiración, pero sobre todo, de reconocerlo como el Mesías, el hijo de Dios. La sorpresa de María Magdalena al reconocer a Jesús, Rabbuní (Maestro en Hebreo) fue llena de sorpresa, por verlo resucitado, seguramente su corazón saltó de gusto, anonadado por aquel suceso que dio inicio a nuestra Iglesia, la Resurrección.
Si durante nuestro día pudiéramos reconocer las veces que Jesús se nos presenta, las veces en las que nuestro Señor se nos aparece, seguramente experimentaríamos la sorpresa de María Magdalena, una sorpresa que nos llenaría de gozo y de un abandono sabiéndonos acompañados, escuchados y escuchadas por nuestro Dios.
Dios se manifiesta en el sol de cada mañana, en la brisa del mar, en la lluvia que moja nuestra ciudad, nuestros campos, en la sonrisa del desconocido, del hambriento, en el servicio de quien nos limpia los vidrios de nuestro coche en el alto de un semáforo. En el inválido, en fin, en el necesitado.
Que el día de hoy podamos reconocer la presencia de Jesucristo nuestro Señor en nuestro día, en nuestra vida, en nuestro prójimo.
Reconocer a Dios en todas las cosas.
San Ignacio de Loyola
