Hermoso pasaje del Evangelio el que la liturgia de hoy nos ofrece y del que podemos aprender mucho. Cristo cura a diez leprosos y les envía, como era costumbre, a que se lo comuniquen a los sacerdotes ya que, en aquel tiempo, la enfermedad de la lepra traía como consecuencia la exclusión social y el que sanaba debía hacerlo saber a las autoridades. De esos diez solamente uno irá a dar gracias a Jesús, y Él le despedirá con una frase que conocemos bien “Tu fe te ha salvado” y no ya solo de la enfermedad del cuerpo, sino en su alma.
Los leprosos acuden a Jesús pidiendo ayuda: imaginar la escena de esos hombres desesperados que, al saber que el Maestro anda cerca, acuden como última solución a su mal. Pero una vez que han conseguido lo que buscaban se olvidan, van a cumplir con el precepto de comunicarlo y solo uno, antes de ver a los sacerdotes, agradece lo que se ha hecho por él, vuelve a donde está Jesús alabando a Dios y dando gracias ¿Nos suena? ¿Nos ha pasado alguna vez? En momentos de angustia, de dificultad, acudimos a Dios pidiendo ayuda, pero ¿Cuántas veces vamos a Él para darle gracias? Somos así, pero no solo en nuestras relaciones con Dios, sino en nuestro día a día. No somos agradecidos con los demás, nos olvidamos pronto de los favores que recibimos e incluso nos molesta que se nos recuerden. Y esa no debe ser nuestra actitud.
“Es de bien nacidos el ser agradecidos”, y así debe ser. No olvidemos que la Eucaristía, la misa, es la perenne acción de gracias por definición y por excelencia; pero, sobre todo, que la salvación del hombre es siempre iniciativa de Dios, quien empieza por darnos un amor gratuito en abundancia a través de su hijo Jesucristo. A nosotros no nos toca más que agradecer como bien nacidos y responder a Dios con la misma moneda: amándole a él y a los hermanos y fiándonos plenamente de su ternura de Padre.
Les propongo que, al finalizar el día, en nuestra oración personal, repasemos lo acontecido y demos gracias a Dios por todas las cosas buenas que nos han ocurrido. Seamos como ese samaritano y no tengamos pudor en dar las gracias por los favores recibidos. Nuestra alma estará más sana. Alabemos a Dios, bendigamos su acción sobre nosotros y contemos a los demás las maravillas que obra.