Jesús continúa en su discurso de despedida y aunque Él se ausente, se presentará a aquellos que lo aman, es decir, a aquellos que guarden y sigan sus mandamientos. En esto consiste el amor de Dios en que guardemos sus mandamientos, Él así lo pronuncia, y Juan nos los repite. Judas Tadeo pregunta, ¿por qué se les revela primero a ellos y no al pueblo? Pues los apóstoles son conscientes de que Jesús no se había mostrado al pueblo con poder y gloria, para alentar el corazón de los israelitas. Recordemos que Jesús es un mesías sufriente, humilde, así nos lo ha dejado claro, darse a conocer glorioso y poderoso, lo haría caer en la contradicción de su palabra, y es que aún no llegaba la hora.
Es por eso que Jesús aclara, que él, lo mismo que el reino de Dios que encarna en su persona, no se manifestará con sensacionalismo, sino en la intimidad y sólo a los creyentes, aquellos que siguen y guardan su palabra, a quienes le sean leales en su amor y son amor para el prójimo.
Así el Padre, Jesús y el discípulo formarán un circulo de amor mutuo que será coronado por el Espíritu Santo, algo que aún le falta al mundo, su falta de obediencia y de amor le impide al mundo tener una manifestación clara de amor de Dios en la Santísima Trinidad.
Pues bien, -dice Jesús-, el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre será pues el que les enseñe todo y les vaya recordando todo lo que yo les he dicho. Lo mismo que el hijo fue enviado en nombre del Padre, para realizar su obra, así el Espíritu es enviado en nombre de Cristo para completar así su revelación a la Iglesia en la Santísima Trinidad.
Qué difícil es amar, porque amar es sufrir, como nos lo recuerda una bien conocida canción, que a pesar de su mundanidad, no se aleja mucho de la realidad; ser leales implica desnudarnos y dejar prejuicios delante de Dios, para una vez siendo nosotros, sin máscaras, sincerándonos ante Él podamos entonces comenzar sin ataduras cumplir con su palabra; a sabiendas que caeremos una y mil veces, pero siendo conscientes de su gran misericordia para con nosotros, porque cuando nos reconozcamos amados por Él ya nada será igual.
Te damos gracias, Dios uno y trino, por tu presencia y morada en los que te aman. Tú que eres la fuente inagotable del amor, haz que guardemos tu palabra para mantenernos en tu amistad mediante la obediencia de la fe. Colma nuestra larga espera y hambre de ti; haz de nosotros tu lugar de morada para siempre, amén.